Vivir sola: La independencia tiene ventajas y desventajas
Vivir sola: La independencia tiene ventajas y desventajas
Redacción EC

Laura Zaferson

Veinte, veinticinco, treinta, treinta y cinco. En determinado momento de nuestra vida, no es tan importante la edad que tenemos como sí lo es nuestra urgencia por emanciparnos del hogar de nuestros padres. Es un gran paso y como tal debemos prepararnos para darlo.

En el pasado, por ejemplo, no teníamos muchos argumentos para rebatir el inefable «de esta casa sales bien casada, hijita».  

Hoy en día, por el contrario, existen tres explicaciones comprensibles para abandonar el nido paterno sin traumatizar a nadie.

MI HIJA SOLTERA SE VA DE LA CASA...

Y eso está bien porque:

1. «Se va a hacer una maestría a otro país», donde la implicancia es que nos vamos porque el tópico del máster elegido no existe en el Perú.

2. «La han ascendido y se va a vivir por un año a [inserte nombre de provincia aquí]». Es decir, nos vamos porque es un prerrequisito en nuestro camino al éxito profesional.

3. «Se ha ido a aprender  inglés a Estados Unidos y de paso a acompañar a su tía para que no esté sola». O sea, cuando retornemos no solo seremos bilingües sino que además enfermeras con prácticas preprofesionales.

¿Qué sucede, sin embargo, cuando no existe una razón tradicionalmente aceptada para que dejemos el hogar de origen?

¿Qué pasa cuando simplemente nos queremos ir porque sí?

En palabras de la doctora Ivanna Barreda, psiquiatra y terapeuta, que una chica quiera irse a vivir sola sin razón aparente pone sobre la mesa un tema muy actual: la necesidad de independencia en la mujer. Esto es porque las mujeres de este siglo tienen características muy distintas a las de siglos previos. Hoy en día, además de ambiciones académicas o profesionales, las mujeres se plantean el reto de estar a la vanguardia. Ya no tanto por competir de igual a igual con los hombres, sino más bien con fines de autorrealización integral. Por su parte, los padres de estas chicas pueden experimentar  cierta sensación de abandono, sobre todo si ya no quedan más hijos en la casa. Por eso, es importante un período previo de preparación entre padres e hijos, y luego uno de acompañamiento, donde se comparta calidad de tiempo. El mensaje que queremos transmitir es que la distancia no significa olvido.

¿Y tú? ¿También tienes fuertes necesidades de independencia y por eso ya te mudaste sola? Toma en cuenta que a pesar de haberte ido de la casa de tus padres, no eres oficialmente independiente si:

1. Sigues lavando la ropa sucia en casa de ellos. Peor si solo la dejas y por arte de magia aparece limpia la siguiente vez que pasas a visitar.

2. Tu mamá te prepara tápers con sabrosos potajes, para que los tengas en la congeladora de tu depa por si acaso. Está claro que la única vez que te alimentas de algo con aspecto de plato de comida es cuando descongelas esos tapercitos salvadores.

3. Llamas desesperadamente a tu padre o hermano cuando necesitas un electricista, gasfitero o mecánico, y también cuando vas a recibir la visita de alguno de los cuatro técnicos del apocalipsis hogareño: el del cable, el del Internet, el del teléfono y el que instala la terma.

4. La misma madre que te prepara los tapers de comida es la que, en cada visita que hace a tu departamento, inserta de contrabando algunos implementos indispensables de limpieza o de cuidado personal, como pasta dental, pequeños botiquines, camisetas para el frío, sobrecitos de sal de frutas, etc., etc. Mientras tanto, tú sigues pensando que te tocó el ratón del diente más generoso del planeta o que una oruga mágica teje los rollos de papel higiénico que aparecen de la nada en el baño.

Si nos hemos reconocido en alguna o en varias de las anteriores, paremos de sufrir. Mi abuela era una mujer extremadamente sabia y solía usar dos refranes: «El muerto se hace pesado cuando tiene quien lo cargue» y «Quien quiere celeste, que le cueste». A todas nos ha pasado y algunas veces nos volverá a pasar formar parte del grupo del primer refrán. Sin embargo, de nosotras depende pasar al grupo del segundo refrán, ser las gestoras de nuestra propia independencia y alcanzar esa autorrealización que tanto deseamos. ¡Vamos!

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