Lo más seguro es que hoy solo te provoque beber mucha agua fría, helados y estar casi inmóvil para sofocar ese caldero que sientes en la garganta y estómago. Ayer fue 31 de enero y como muchos “te la pegaste” y ahora estás con una resaca... que más bien parecen dos. No te sientas mal una vez al año no hace daño, además se trata de despedir el año viejo y recibir al nuevo con bombos y platillos.
Pero imaginemos que tienes resacas monumentales con cierta frecuencia: los fines de semana, cada jueves que te reúnes con los patas del cole, algunos lunes que no puedes negarte a salir con tus ex compañeros de trabajo o los miércoles de cada mes que -por ley- deberás ver a los entrañables amigos de tu ex barrio. Si es así, podrías tener problemas con el alcohol.
Sé que todo el mundo lo hace –de hecho no estás solo en estas reuniones–, que es normal juerguearse, pero un indicativo de que las cosas no van bien es por ejemplo cuando necesitas preguntar qué hiciste en la noche anterior porque no lo recuerdas.
El alcohólico no es solo el pobre hombre que anda deambulando con una botella en la mano, sin trabajo y sin familia. Ese caso es extremo y no todos terminarán así. La persona que tiene este problema es aquella que no puede controlarse a la hora de beberlo, la que busca excusas para tomar, la que no se divierte, no baila, no enamora y no vive si no toma licor.
Miles de veces hemos visto por TV a hombres y mujeres borrachos enseñando sus partes íntimas, coqueteando al reportero, peleándose con el poste, hablando incoherencias y al día siguiente –con cara de resaca- están pidiendo perdón porque temen que los boten de sus trabajos. Se trata de gente que cuando está sobria parece ser tranquila pero cuando toma, se transforma. Ni qué decir de los borrachos que causan accidentes y muertes.
El alcohol es una droga y aunque esta afirmación parezca una retórica es bueno recordarla, porque a veces da la impresión de que se nos olvida.
No puedo decir que no me gusta tomarme unos tragos, desde luego he tenido mil resacas en mi vida, pero desde que nació Fabio y veo a los borrachos de la fiesta –que antes me divertían- solo pienso en qué hacer para que mi hijo nunca se convierta en uno de ellos.
Hace unas semanas entrevisté a un psicólogo especialista en alcoholismo y dijo que lo ideal es que los chicos no consuman alcohol hasta que el cerebro se haya desarrollado. Suena razonable, pues esta sustancia altera directamente los neurotransmisores. El problema es que el cerebro se desarrolla hasta los 25 años y resulta casi imposible que un joven consuma alcohol por primera vez a esa edad. Lo único que queda, es retrasar el inicio de su consumo lo más que se pueda.
También contó que hay cierto componente genético que podría predisponer al hijo a no poder controlar su consumo de alcohol, así es que hay que tener los ojos bien abiertos. Algo importante es no incentivar a los menores a tomar alcohol en el hogar. El psicólogo dijo que no es mejor que tomen con la familia en vez de la calle, asegura que es igual de dañino y en muchas ocasiones, los obligan a beber. Los borrachos también están en casa.
Por supuesto que es divertido estar ebrio: todo es más gracioso, más alegre, más fácil, nos atrevemos a más, pero existen los límites y debemos dejarlos claros a nuestros hijos.
Si no sabes cuándo dejar el alcohol, si se vuelve fundamental en cada una de tus salidas, si en estos momentos de resaca te provoca “cortarla” con una chelita, vale la pena que reflexiones sobre ello. Siempre somos el primer referente para los chicos. Ahora lo único que necesita tu cuerpo es recuperar energías y eso no se logra con más alcohol. Salud y feliz 2017.