Verónica Linares: "La pinta es lo de menos"
Verónica Linares: "La pinta es lo de menos"
Verónica Linares

“Llega el calor y con él la época de mandar a la r... de sus madres a los hombres en la calle. Y no, no hay ‘sorry’ por el francés, porque esto hasta es poesía comparada con las cosas que una tiene que escuchar. Vayan preparándose”.

Este el mensaje que leí en el Facebook de una amiga periodista. Nunca la he escuchado decir lisuras y por eso me sorprendió leerlas en su perfil. Seguro que como muchas está harta de tener que soportar miradas o comentarios sexistas, mientras monta bicicleta o saca a pasear a su perro. Es más, apuesto a que en ese momento acababa de pasar por uno de esos incómodos episodios y tenía ganas de gritar y qué mejor que las redes sociales para manifestar su enojo.

A su queja se sumaron otras colegas que contaron sus malas experiencias: “Es horrible tener que decidir entre morirte de calor o aguantar el morbo de idiotas en la calle”, “Esos taxistas asquerosos que con el pretexto de hacerte una carrera te lanzan pachotadas”, “Quieres salir en falda, pero luego te acuerdas de que en la esquina de tu casa vive un enfermo sexual y entonces te pones un jean”.  

Miren al extremo al que estamos llegando: no podemos ponernos la ropa que nos da la gana por miedo. Sé la rabia que se siente al ser víctima de agresiones verbales o gestuales, pero ¿cambiar nuestra forma de vestir solucionará el machismo callejero?  
Hace unos días vi algo asqueroso. Estaba en mi auto parada a la altura de un semáforo, esperando la luz verde cuando de pronto noto que el conductor del vehículo que estaba delante de mí tenía las manos en el timón, pero la cabeza totalmente volteada hacia su ventana abierta. Parecía que estaba hablando. 

Seguí su mirada y vi a una joven ambulante que vendía caramelos. Estaba sentada en un rincón de la calle dándole de lactar a su bebe. Con una mano agarraba la bolsa de dulces y con la otra sujetaba su mama para alimentar al recién nacido. Está demás entrar en detalles de qué llevaba puesto esa mujer casi indigente.

Fue repugnante ver que algo tan natural y hermoso pudiera despertar algún tipo de morbo y encima manifestarlo. Quería bajarme del carro a insultar al sujeto y grabarlo para poner su carota en el Twitter y Facebook a ver si se avergonzaba de lo que estaba haciendo. 

Pero estaba con Fabio en el asiento de atrás y solo me prendí del claxon hasta que avanzó y dejó a esa madre en paz. Ese día me dolió la cabeza por toda la ira que tuve que contener. 

Ahora –más calmada– miro hacia atrás y creo que ese chofer no iba a cambiar su conducta así hubiera visto su cara en las redes sociales seguida de insultos. Con tristeza veo que el problema va más allá de una sanción pública y menos aun de la forma cómo vestimos. 

Que los hombres crean que tienen derechos sobre nosotras, que somos objetos que pueden tomar cuando quieran y que deberíamos estar agradecidas cuando nos miran es algo cultural muy impregnado en nuestra sociedad, que no va a cambiar con dejarnos de vestir de determinada manera. 

Entiendo que en el día a día vamos resolviendo y casi por inercia preferimos ponernos una camiseta suelta de colores en vez de un bividí blanco y ceñido. Decimos que es para evitar problemas y malos ratos, pero tal vez pueda ser peligroso. Es como darle la razón a esos pervertidos: mejor no me pongo algo que llame la atención, ocultarnos para no tener problemas. Qué preocupante: estamos cediendo y eso podría pasarnos factura. No vaya a ser que terminemos en el extremo de encerrarnos en nuestras casas, para que nadie nos mire, para que los hombres no se sientan tentados.  

No, no debemos cambiarnos de ropa. Te propongo hoy vestir con lo que te haga sentir más cómoda, más fresca, más linda. ¡Qué tal raza! Si alguien tiene que cambiar algo, son ellos, no nosotras.  

 

Contenido sugerido

Contenido GEC