Un amigo periodista me contaba que le resultaba muy complicado hacerle entender a su esposa por qué estaría sentado frente al televisor durante seis horas ininterrumpidas viendo el fútbol. «Es el Mundial y sucede cada cuatro años, ¡por favor!», era uno de los argumentos que enarbolaba con ojos de locura. A ella le parecía una pérdida de tiempo, una holgazanería estar tirado viendo los encuentros. A él, un privilegio tener tiempo para disfrutarlos.
No se me ocurre ningún deporte que concite tal atención de las mujeres, por lo menos no con esa vehemencia. Pienso y nada alcanza al fútbol. El vóley, por ejemplo. Somos felices con las ‘matadorcitas’, pero la emoción nos dura una semana. Y no es un orgullo particular de mujeres sino de todo el país. Imagina una victoria del Perú en el Mundial de Vóley de mayores. Ahora, una victoria del Perú en el Mundial de Fútbol. Solo pensar en que no vamos hace casi 35 años entristece. Claro que valoramos a nuestros deportistas que logran victorias en el exterior, pero el fútbol es más simbólico.
El sociólogo Aldo Panfichi dice, entre otras cosas, que en el fútbol los hombres tratan alcanzar el sueño de David sobre Goliat. Es allí donde se dirime la superioridad sin importar que tus oponentes sean más grandes, más fuertes, más veloces, más atléticos, más veces campeones. Todo se define al ras igualitario de la misma cancha. Es así como hemos visto a España ser eliminada en la primera ronda y encima por Chile. O sea, los amigos del sur están cada vez mejor en el fútbol, pero el campeón del mundo es o, por lo menos, era otro lote. Así es como en un Mundial de Fútbol se terminan concentrando el orgullo y las aspiraciones de los países.
Yo creo que es allí donde los hombres dejan fluir su instinto más primario de poder. Es verdad que cada vez hay más mujeres apasionadas por el fútbol, pero todavía no los igualamos, aún somos minoría. No nos emocionamos con locura al saber que el Mundial sería en Brasil, tan cerca, tampoco empezamos de inmediato a hacer los planes de viaje con nuestras amigas para ver aunque sea un partido. Organizamos con emoción, pero no descontroladamente las vacaciones a la playa o a comprar. Las mujeres debemos tener otras herramientas con las que dejamos claro quién manda, de lo contrario no hubiéramos desatado guerras, traído abajo imperios, cerrado servicios de inteligencia, y entregado a la justicia a capos de la mafia. Y no necesitamos de una pelota.
Hoy hay dos partidazos. Te paso el dato para que te enteres. Juegan la siempre desequilibrante Holanda, conocida como la ‘Naranja Mecánica’, que irá con todo sobre México, ahora quiere dejar de ser el equipo que casi gana tres veces el Mundial. Los aztecas, por su parte, quieren dejar en claro por qué siempre son equipo peligroso. También se enfrentan las sorpresas del Mundial. Costa Rica, el país sin ejército al que los peruanos ninguneamos cuando jugamos un amistoso y por el que nadie apostaba un centavo, jugará contra Grecia, que por primera vez llega a los octavos de final.
Entonces, dejémoslos soñar. Que trasladen sus ilusiones y frustraciones a sus favoritos. Que se sientan poderosos e invencibles, que crean que todo se puede, aunque sea por este mes y cada cuatro años.
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