Nunca he hecho balances de fin de año. Jamás he pensado en reinventarme o replantear las cosas a partir del 1 de enero. Estúpidamente, me creía capaz de afrontar todo sin necesidad de mirar atrás. Puede ser que alguna vez, a la medianoche del 31 he dicho, “por fin te vas año maldito” y punto. Estaba equivocada. Es imposible mejorar sin reconocer tus errores. Para tomar impulso siempre hay que retroceder unos pasitos y, así, llegar más lejos.
El 2013 fue un año de cambios y aprendí a golpes. Cuando tomé la decisión de quedar embarazada no imaginaba lo que venía, esa autosuficiencia de la que tanto me ufanaba, se ha ido por un tubo. De maternidad no sé nada y me siento absolutamente torpe. Bueno, ya sé que ninguna mujer lo sabe hasta que nace su hijo, pero me arrepiento de no haber hecho la tarea. Por ejemplo, de no haber entrado a las clases de yoga para gestantes que me recomendó mi jefa, a las de psicoprofilaxis que insinuaban mis compañeras de trabajo, de escuchar música clásica para relajar al nonato. Desearía retroceder el tiempo y buscar la abundante información que hay en internet sobre lo que significa ser madre y cómo conectarte mejor con tu hijo desde el vientre. Creía que no era necesario, que era cursi. En vez de todo eso, seguí con mi vida, escuchando y buscando noticias.
Fabio tiene una sonrisa tan tierna. Me llena la vida, trasmite una paz indescriptible y eso, aunque suene contradictorio, también me inquieta. ¿Estaré haciendo bien? No quiero cometer errores. Cómo hago para que siempre esté así, feliz. ¿Es bueno que sea independiente o sería mejor que solo quiera jugar conmigo y llore cuando otro lo cargue? Escucho y leo a otras mamás contar que sin ellas sus bebés no hacen nada y me angustio. Mi hijo no solo es sociable, sino que cuando me ve llegar me mira, sonríe y sigue jugando. No llora cuando no estoy. Se acostumbra a todo. Se está pareciendo a mí y no sé si eso le convenga. Qué difícil es hallar un punto medio cuando se trata de otro, peor aún cuando la otra personita es tu hijo. Ese era uno de mis temores cuando decidí ser madre: el equilibrio.
Antes del 14 de abril del 2013, salía de mi casa a las 4:30 a.m. y regresaba a las 8 p.m. Ahora, hasta dormir me da cargo de conciencia. Sé que los extremos son malos pero mi racionalidad va por un camino y mis sentimientos por otro. Ya no puedo controlarlos.
En mi vida sentimental y laboral también hubo nuevos procesos y buenos, como esta columna. Pero nada se compara con el signo de interrogación que tengo en la cabeza, cuando se trata de Fabio.
Alguna vez escuché que el fundamento del control es el conocimiento, ya ni me acuerdo quién me lo dijo. Suena a fórmula matemática pero sirve. Ahora que conozco mis debilidades ante mi nuevo rol de madre, me estoy preparando. Estoy dispuesta a hacer todo lo necesario para que esa bella sonrisa brille aún más e ilumine mi alma para siempre.
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