Paola Puig
Suena lejana: una época en la que la cocina era un área exclusiva para mujeres y las recetas no se estudiaban en universidades, sino que se transmitían de madre a hija, o en clases particulares impartidas por señoras de buena familia. En esa época remota sin canales enteros de televisión dedicados a comer, cocinar y abrir restaurantes, Teresa Ocampo se convirtió en una maestra mediática –la primera– que compartió con sencillez y generosidad los secretos de la buena mesa.
Si tienes más de 35 años, sabes muy bien quién es. La mujer que respondió cada día durante casi treinta años la pregunta «¿Qué cocinaré?» ante miles de televidentes que, papel y lápiz en mano, siguieron con devoción sus recetas. La señora que escribió ese libro que seguro tienes en casa y que es una suerte de guía de iniciación a la cocina casera, publicado bajo la marca Nicolini. La tía querida que te enseñó a granear bien el arroz con choclo, a hornear un pastel de acelga y a tomar el punto exacto de una crema inglesa. Treinta años después de su partida a Estados Unidos, donde hoy reside, Teresa Ocampo nos cuenta acerca de su vocación, sus logros y aquellas cosas que son importantes en esta etapa de su vida.
¿Qué significa para usted la cocina?
Es un sitio lindo porque doy de comer, y lo más lindo es pensar que la gente que te quiere te recuerde por aquello que les diste. Porque lo primero es la alimentación, la del alma y luego el cuerpo, cuando ambas están en sinfonía, entonces se cocina con amor, alimentas con amor.
Si no hubiese sido la cocina ¿qué otra cosa o actividad hubiese realizado?
La vida fácil –se ríe–, soy muy casera porque mi mamá siempre nos enseñó a mi hermana Carlota y a mí a atender el hogar. Fuimos muy entrenadas en la cocina por ella, quien nos enseñó el amor a la cocina. Ella y mi suegra, doña Titi (Isabel Zizold), mis dos grandes maestras, todos los días rezo por ellas.
¿Alguna vez cocinó para ‘Titi’?
Sí, ella era una persona tan exquisita y fina que cualquier plato bien hecho era suficiente.
Fue una de las primeras peruanas que estudió en el Cordon Bleu de París. ¿Cuán importante fue profesionalizarse en la cocina?
Tener más conocimientos porque todo evoluciona. Me enseñó que en el mundo hay regiones (donde) según el clima o la geografía es lo que se come. La abundancia y variedad de alimentos en otras partes que no conocía. Soy cusqueña y, a pesar de estar muchos años en Estados Unidos, siempre guardo con mucho amor mi vuelta al Perú, porque me gusta mucho la comida.
Por falta de tiempo o interés algunas mujeres reniegan ahora de la cocina ¿Qué piensa sobre ello?
Si Dios, nuestro Señor, le ha dado un honor a la mujer con la maternidad, ella debe siempre atender a su familia y a su marido. Para mí, debe aprender (a cocinar) porque nadie nace sabiendo.
En su familia ¿quiénes cocinan?
Todos cocinan: mis hijos, mis nietos y ahora cocina Yolanda. Ella es una señora nicaragüense que vive conmigo y le encanta hacer los frejoles centroamericanos (gallo pinto). Yo siempre la ayudo a limpiar porque todo debe estar limpio en la cocina.
Y quiénes tienen mejor ‘mano’, ¿los hombres o las mujeres?
¡Ay hija!, depende de la atracción a la cocina.
Ahora la cocina parece ser el reino de los hombres y la mayoría de las mujeres en la gastronomía son reposteras…
Creo que a las mujeres les gustan más los postres porque las recetas son más precisas y eso da más seguridad. Fíjate que a mis tres hijos les gustan los dulces, pero ninguno los prepara.
Usted recibió el «Ají de Oro» en Mistura hace cinco años, ¿cuál considera que es el mayor aporte de la mujer peruana al éxito de nuestra cocina en el mundo?
Las mujeres somos madres, somos compañeras, somos quienes alimentamos a los hijos o decidimos qué comer en el hogar, y es ahí donde se germina el gusto, el paladar.
Sin embargo, cada vez hay menos mujeres que consideran a la cocina como una forma de realización…
La mujer moderna tiene otras metas, tiene más educación, y eso está bien, ¡pero alimentarse es parte de la vida y la cocina es parte de ella, pues!
“Barriga llena, corazón contento”, dice el refrán, pero usted siempre ha estado regia, ¿cuál es el secreto de cocinar sin engordar?
Comer poco, con mesura y no hacerlo entre horas, no picar. Tomo mucha agua pura, ocho vasos al día, como alimentos naturales, pescado fresco, soy casi vegetariana porque me encanta comer (vegetales) verdes, lechuga, espinaca, tomate, arúgula, pero que la comida tenga colores, que sea vistosa. Nunca como de noche, solo una gelatina, una crema o algo muy ligero.
Como un personaje reconocido y querido, ¿qué significa para usted el éxito?
Todo lo hago con amor, mis dos madres (su madre y su suegra) fueron las mejores maestras, ambas me enseñaron a cocinar con sencillez, sin egoísmos. Le agradezco a Dios porque mis padres siempre me educaron con medida. Me gusta la atención, pero el mundo es grande y el tiempo pasa y es momento para otros. Mejor es darles la oportunidad y enseñar sin ningún egoísmo.
Muy pronto celebrará sus 83 años, una edad que para muchas es un reto, ¿cómo los recibe?
Vivo mis 83 años feliz de la vida, todo tiene su momento. No me he hecho cirugías, mi pelo es blanco y me siento bien. Leo mucho, por eso mantengo la mente despierta, he reducido la vida social, salgo a caminar todos los días, rezo mucho. Soy muy cuidadosa con mi ropa y trato de ser equilibrada. Como buena Libra, tengo mi vida muy mesurada: como para vivir, no vivo para comer.
¿Cómo le gustaría que la recuerden?
Feliz, porque siempre trato de serlo, hasta con el olvido que a veces tengo y a pesar de las enfermedades, yo soy feliz.
Y entonces, ¿qué platos debe aprender a cocinar toda mujer peruana?
Una sopa, cualquiera que tenga papa, porque la papa peruana es la más rica del mundo; después un guiso con carne, un seco de res por ejemplo; y de postre, un arroz con leche, que a mí me encanta porque es sencillo y tan rico.
Hay una foto en donde usted aparece sosteniendo: «El sexo empieza en la cocina», un libro publicado en los años ochenta. ¿Qué recuerda de él?
Nada. La verdad no me acuerdo de muchas cosas –se ríe–, tal vez la manera de atraer al hombre que llega a la casa, cansado del trabajo, recibirlo con una comida caliente, preparada con cariño por su mujer, porque si recibes amor, devuelves amor… Todo es recíproco en la vida, siempre ha sido así.