Sucede muy a menudo que las mujeres ganan menos que los hombres en el ámbito laboral, a pesar de que desempeñan los mismos cargos y cuentan con las mismas credenciales. Conocemos las anécdotas y las estadísticas. Y ocurre a veces que algunas mujeres en cargos de poder perpetúan esa diferencia. Jefas que intentan sobrevivir en un mundo aún liderado por hombres y terminan comportándose igual que ellos.
Hace un tiempo escuché el siguiente caso: una mujer postulaba a un puesto que implicaba muchas horas de trabajo, una alta responsabilidad, rendir siempre bajo presión, entregar todo para ayer, trabajar en casa fines de semana y, de ser necesario, en las noches. Además, era mal pagado. La contratante era una mujer mayor que la postulante. Cuando esta intentó negociar el sueldo y el horario, la jefa potencial respondió: « ¡Pero si tú eres sola! No tienes hijos ni nadie a quien mantener. Para ti es suficiente ». La postulante se intimidó y dijo que lo pensaría.
Camino a su casa se quedó pensando y se dijo a sí misma algo parecido a esto: «Con las condiciones a las que este trabajo me expone, ¡así me voy a quedar sola para siempre! Al final no tendré ni ahorros, ni hijos, ni tiempo libre para salir y conocer a alguien… ¡Nada!». Llegó a su casa, suspiró desilusionada, se armó de valor, cogió su celular y marcó el número de la mujer de aquella empresa para rechazar el trabajo. Estaba orgullosa de no haberse sometido a circunstancias tan esclavizantes, pero con un amargor en el paladar ante la falta de solidaridad femenina.
¿Podía una mujer ser tan insensible ante la necesidad y el derecho de otra?
No es la única situación en que las mujeres fallamos al solidarizarnos con nuestro género. Si una chica se muestra muy guapa en el trabajo, otras levantarán comentarios y sospechas sobre sus intenciones de ascender. O también pasa que luchamos por la igualdad y la justicia, pero en casa nos ayuda una mujer a quien se le paga mucho menos de lo justo. Es increíble cómo, tal vez sin darnos cuenta, participamos de la perpetuación de la subvaloración de la mujer. ¿Por qué nos cuesta tanto?
La solidaridad no es un deporte muy popular en tiempos de «sálvese quien pueda». Si bien hay muchos aspectos en los que el individualismo es una conquista: -reconocernos como seres independientes, descubrir nuestra propia identidad, buscar la realización personal, desarrollar nuestro potencial- el precio a veces es la soledad y el abandono de otros como nosotros.
¿Pero es realmente necesario? ¿No sería más práctico –no solo generoso, sino ventajoso- darnos una mano? ¿Qué se necesita para darnos cuenta de que tratarnos bien entre todos nos conviene a todos?
En el caso específico de las mujeres, después de conseguir tantos espacios en el mundo político, laboral y familiar, nos hace bien seguir fortaleciendo el apoyo mutuo. Empecemos por casa. Y eso no solo implica a tu hija y a tu mamá. También a la chica que cuida a tus hijos, a la mujer que responde el teléfono por ti y lleva tu agenda, a tu colega, las señoras de la cola del banco, a la mesera y la cajera del supermercado. Aquellas que tienes al lado y que en realidad podrías ser tú.
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