Hay sitios donde el hambre se disimula con más apetito: el hambre de gol.
Las calles de Atahualpa en el Callao. La Unidad Vecinal de Matute. El Callejón del Gato y su plaza, en Breña. El hambre se combate con un pan con pejerrey, una Leche de Tigre de carretilla o una quinua con maca y yapa. Con eso se aguanta el colegio, los malos ratos e incluso el aislamiento social obligatorio por la pandemia del coronavirus, decretado por el Gobierno peruano desde mediados de marzo. Para el otro apetito, el de ser el goleador del barrio, solo sirve la pista, los arcos oxidados sin redes y los amigos.
Hoy no se puede. Está prohibido jugar al fútbol con los amigos en los barrios de todo el país. El regreso será paulatino, en tres fases, según lo establecido en la Directiva Sanitaria N° 104-MINSA/2020/DGIESP. La fase 3, donde podrían estar incluidas la pichangas de barrio, empezaría en octubre. ¿Cómo son esos espacios hoy, también en pandemia? El reportero gráfico de El Comercio Alessandro Currarino se hizo esa pregunta en julio y desde entonces, por una semana, recorrió el Callao, La Victoria y Breña, tres de los distritos más futboleros y mejor vinculados a tres de los clubes grandes del país, Sport Boys, Alianza Lima y Universitario de Deportes. Esto fue lo que halló.
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LOS BARRIOS SIN FUTBOLITO SE VEN ASÍ:
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Una noche del 2000, vía Cable Mágico Cultural, el intelectual peruano Marco Aurelio Denegri (1938-2018) dijo que el fulbito “no existe”. Se refería, como es obvio, a la palabra, no a la práctica. Al diminutivo, no a la pichanga sin arcos de la esquina. Dijo que el término correcto era “futbolito”. Esto fue lo que explicó: “A veces los hablantes prefieren un vocablo que, estrictamente hablando, es un vocablo contrahecho. Es un disparate. El mejor ejemplo es fulbito, que no es el diminutivo de fútbol. Fulbito es el diminutivo de ‘fulbol’, que es como pronuncian fútbol los ignorantes, los diminutivos correctos de fútbol son futbolito o futbolcito”.
Los adolescentes que vimos ese programa encontramos allí una razón más para entender por qué le costó tanto a la selección clasificar a un Mundial. Por qué los años de tristeza. No solo no existía el fútbol peruano, tampoco su fulbito.
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Con su cámara Canon modelo EOS-1D Mark II, Currarino fue en búsqueda de su objetivo: retratar los barrios de Lima, esa eufórica Lima que hace poco nada más clasificó al Mundial de Rusia con su selección y ver a través de sus ojos cómo se estaba comportando en tiempos de pandemia. Recorrió la ciudad tres días. 2¿Dónde estaban los peloteros?, eso quería saber”, dice hoy. Fue al barrio de una de las barras más duras de la Trinchera Norte, en el Rímac, y convivió ahí con amables vecinos. Pasó por la Unidad Vecinal de Matute, la cuna del aliancismo. Recuerda que en Atahualpa, en las famosas Caras, un misterioso chalaco se le acercó: ¿Eres turista?, le preguntó. “Mejor te voy a chalequear, y ya luego me das para la gaseosa”. A los minutos, una camioneta de lunas oscuras pasó. “Él está conmigo, ah”, gritó el guardaespaldas.
A un lado, un muchacho de 11 años pateaba una pelota mientras pasaba a comprar. Lo veía de reojo debajo de su mascarilla.
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