Eran las cuatro de la tarde y el parque reventaba de gente. Cada dos metros había llantos, gritos, pataletas, carcajadas y peleas. Fabio no estaba muy cómodo por tanto alboroto, pero yo creía necesario quedarnos para que se acostumbre a que no es el único niño del mundo. (Es increíble, las cosas que hacen por obtener el juguete deseado). Así que nos ubicamos debajo de un árbol frondoso. A nuestro costado una madre de unos 35 años cargaba a su niña –tendría un año y medio– mientras conversaba con otra que hacía lo mismo.
Estábamos en una de las zonas más exclusivas de Lima. La mayoría de las familias que vive alrededor tiene una posición económica acomodada y cabe suponer que han recibido una “buena educación”. Preciso estos detalles porque nunca imaginé lo que vería aquel día.
La madre estaba entretenida conversando con su amiga y su niña contemplando los aretes que llevaba puestos mamá, que eran muy brillantes. Cada vez que movía la cabeza salía un destello de luz de colores. La pequeña no aguantó más la curiosidad y quiso tenerlos entre sus manos y se los jaló. Sin siquiera respirar la madre le tiró varios manotazos: en la cara, la oreja, la cabeza, el ojo, la nariz y se la llevó. Fabio y yo mirábamos perplejos.
Mi trabajo me obliga a ver peleas de todo tipo: entre pandilleros, familias, políticos, manifestantes. Muchas veces incluso he estado en peligro, pero siempre con un micrófono en la mano y al costado a un camarógrafo. Ese día estaba con mi hijo y me puse nerviosa. No sabía qué hacer, si decirle algo, si mandarle una indirecta, si llamar a la línea 100, a la policía, al serenazgo. Nunca antes había estado frente a una escena tan violenta.
Tenía miedo de llamarle la atención, porque una mujer capaz de golpear a su bebe así podría reaccionar de cualquier forma. ¿Y si me pegaba o lo que era peor, le hacía algo a Fabio? Íbamos a terminar agarrándonos de las mechas en pleno parque y nuestros hijos llorando aterrados. Así que solo cargué a mi hijo y le propuse ir a la bodega: “No me gusta esa señora malcriada, vámonos, ¿tienes sed?”.
He perdido la cuenta de las veces que he reportado noticias de padres que maltratan a sus hijos. Casi siempre los casos que llegan a la televisión proceden de distritos populosos o asentamientos humanos. Tal vez por ello, a veces olvidamos que la violencia está en todas partes: No importa si tienes mucha o poca plata, si has estudiado en un colegio estatal o en el más caro de Lima, si te levantas a las cinco de la mañana para ir a trabajar o para ir a hacer pilates.
No es fácil educar a un niño. Nadie dice que sea sencillo enseñarles qué está bien y qué no y por qué. Miles de veces Fabio me ha sacado de mis casillas, pero no se me ocurriría jamás golpearlo así. Además, me pregunto, si esta madre hace eso en público ¿qué hará a solas en su casa?
Lo más aterrador es que esa mujer no es la única. Según estadísticas de UNICEF en las zonas urbanas del Perú “solo” 19 adultos hacen lo que esta madre del parque pituco de Lima, mientras que en las zona rurales, 39 de cada 100 niños sufren de castigo físico.
Y ¿qué hace el Estado para proteger al menor? Por supuesto que ha habido algunos avances materializados en leyes, pero no son suficientes. Por eso la iniciativa que ha lanzado UNICEF me parece genial.
Siempre vemos en campaña electoral a los candidatos acercándose a un niño para besarlo, cargarlo o hacerle naricita, como dando a entender que son muy sensibles con los temas relacionados a la niñez. Bueno, ahora los vamos a comprometer realmente con los niños. Cada vez que veas a un candidato o candidata con un pequeño, tómale una foto o grábalo. Entra al Facebook de UNICEF o Generación i y postea lo que has registrado con el hashtag #UnBesoUnaPropuesta.
Con frecuencia nos quejamos de que nadie hace nada por mejorar las cosas en el país. Hoy es tu oportunidad de cambiar las cosas. Y aunque esa frase suena a promesa electoral, esta vez no quedará solo en palabras