«Está bien que varíes de peinado», me dice alguien mientras voy apurada del estudio al baño. Era un minicorte comercial y si no corría tendría que esperar veinte minutos hasta el siguiente corte. Y eso era imposible.
Esa mañana –como pocas– tenía ondas en el pelo. Normalmente estoy lacia, pero así resuelvo cuando no tengo tiempo de ir a la peluquería el día anterior al programa: oculto el desorden con rulos. ¿Ustedes cómo hacen cuando están sin tiempo para peinarse? Seguro que tratan de sujetarse el pelo con un gancho. El problema con eso es que a veces mi cara está tan hinchada al despertar –si mi hijo o yo pasamos mala noche– que si me hago una cola creo que parecería una pelota.
Así que el día en cuestión no me había levantado pensando: «Hoy voy a cambiar», simplemente busqué una alternativa para salir lo mejor posible en la tele a las 5:15 de la madrugada.
¿No les molesta cuando alguna colega les dice cómo deberían peinarse o cortarse el pelo? Es distinto preguntarle a una amiga si le conviene un nuevo corte. Tal vez hasta le pidan que te acompañe a la peluquería. Pero, ¿por qué meterse en algo tan personal como tu pelo si nadie les ha pedido su opinión?
Aunque suene frívolo, tener el pelo sin horquillas y andar sin raíces –con una que otra cana– es parte de mi trabajo. Así me lo ha hecho saber la audiencia en 12 años frente a una cámara de televisión. Sentarse dos horas y media en el salón de belleza en este caso es como una obligación que acepto y con disciplina cumplo al menos tres veces por semana. Escribo estas líneas mientras me estiran el pelo.
Ya perdí la cuenta de las veces que me han preguntado si me gustaría hacerme un nuevo corte. Mi respuesta es que el pelo corto no me va bien, pero insisten. Una vez para convencerme me dieron una teoría neurocientífica de cómo mi cerebro se había convencido –erróneamente– de que no me queda el pelo corto.
Tal vez no haya mejor prueba que guardar en mi celular un archivo del programa del 2004 que hace poco volvieron a poner al aire. Casi me desmayo al verme con el pelo chiquitito peinado con las puntas hacia los costados, prácticamente sin cejas, delgadísimas. Fue la primera y última vez que me dejé manipular con eso de «hazte un nuevo look». Parecía un gato.
Un programa de espectáculos de la época puso mi pelo podado y mis inexistentes cejas durante minutos en pantalla. De fondo se escuchaban las voces de los conductores diciendo: «¿Quién te ha dicho que ese look te queda bien, mamita? Es horroroso». Tuve que esperar años para que el pelo y las cejas me volvieran a crecer y en el camino, dar sendas explicaciones: «Oye, depílate las cejas, se ven horrible». Y yo, que ya lo sabía y no podía hacer otra cosa que esperar a que crezcan después de que permití que me las malograran.
Los especialistas de la belleza deben tomar en cuenta muchos factores al dar una opinión sobre un cambio de look. Para empezar, ofrecer asesoría solo cuando se la piden y sobre todo considerar el contexto de la clienta. Varios psicólogos me han dicho que no es recomendable hacer cambios radicales en momentos de depresión: no mudarse de casa, no cambiarse de trabajo y obviamente no cambiarse de corte de pelo. Imagínense un proceso de divorcio complicado con peleas por los hijos y encima verse todos los días con el pelo mochado y tus amigas diciéndote que ese corte te envejece, fatal.
Me da risa que me feliciten por cambiar mi pelo de lacio a rulos, cuando en realidad lo único que he hecho fue no lavarme la cabeza. Me encanta verme el pelo largo en el espejo, de frente y de perfil. Disfruto sentirlo rozar mis brazos cuando estoy en manga corta. Considero un logro haber conseguido que crezca.
Admiro a las mujeres que se cambian de look en cada estación del año, es como parte de su personalidad. Pero no todas somos iguales. Además, ¿por qué deberíamos cambiar de look cuando somos felices como estamos?