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Federico Salazar, sí, el periodista narigón que aparece de lunes a viernes en un noticiero matutino, tiembla de nervios. El hombre de prensa que se muestra muy sereno a la hora de interrogar presidentes, políticos y diversas figuras del medio, aún no sabe cómo va a reaccionar cuando tenga que decirle a un niño que no calificó sin que este se ponga a llorar. Lo único que lo reconforta es que no estará solo. “Ni que fuera sonso”, dice. Compartirá la conducción de Pequeños Gigantes con su esposa: Katia Condos. El único problema es que ya no nos vamos a poder pelear porque de ahí se nota todo en cámaras. ¡Caramba, qué desastre!, agrega muerta de risa alguien que, confiesa, no hubiera aceptado esta oferta si no la acompañaba en esta aventura la persona que, hace 16 años, le robó el corazón.
-Juntos por primera vez en este nuevo proyecto. ¿Cómo se sienten? Katia: Es raro y emocionante. Aunque no es tan raro porque hemos hecho muchas cosas juntos: eventos, un matrimonio, hijos, cosas así (risas). Federico: Yo siento angustia. Una cosa es leer noticias y otra muy diferente es entretener a la gente, entrevistar a niños que son más complicados que cualquier divo de Hollywood.
-¿Nervios? Federico: Todavía. Me voy asustar recién cuando llegue el 16 de marzo y el productor me indique por el audio que es hora de empezar el show. Katia: Te confieso que si no hubiera vivido la experiencia en ‘Hola a todos’ ahorita me estaría muriendo. Estaría en un avión escapando a otro país para que los peruanos no vuelvan a ver mi cacharro en un buen tiempo. Gracias a Dios en ‘Hola a todos’ tuve un entrenamiento espectacular. Fueron dos años donde hacíamos tres horas en vivo de lunes a viernes. Ahora nos enfrentamos a otro formato donde hay niños de por medio. Pero tengo al mejor compañero al lado. Sé que si meto la pata, ‘Fede’ me va a ayudar a volverme a reponer. Y viceversa.
-¿Qué es lo más complicado de conducir un programa de niños? Federico: Tener que mordernos la lengua cada vez que se nos ocurran bromas subidas de tono. Porque nosotros somos expertos en eso. Manejamos el doble sentido como nadie. Pero aquí no se puede, pues. Ojalá que el productor nos convoque para hacer un programa solo para adultos (risas). Katia: ¿Ves que no podemos con el genio? Hasta en el noticiero ‘Fede’ dice unas cosas que hasta yo me pongo roja. Ni modo, nos pellizcaremos para aguantarnos la risa en vivo.
-¿Cómo eran de niños? Federico: Terrible. Mi tío decía que tenían que ponerme un paracaídas permanente porque me paraba sacando la mugre. Me la pasaba jugando pelota todo el día con mis amigos del barrio. Eran otros tiempos definitivamente. Ahora mis hijos se encuentran con su barrio en Facebook. Katia: Yo, por el contrario, era bastante tranquila. Paraba en mi cuarto inventando historias con las muñecas. Prendía el televisor y me encantaba imitar los diálogos de los actores, veía musicales, era bien histriónica. Me acuerdo que siempre fantaseaba que me raptaba un vaquero.
Y te raptó un periodista… Un periodista que me conquistó con su escopeta (risas). Imagínate, ahora tenemos tres preciosos hijos a los que tratamos de enseñarles también a ser independientes, a que no esperen que nosotros les digamos que hagan las tareas. El reto de todo padre es que sus hijos se sientan orgullosos de ellos. Los padres, por lo general, siempre asumen un rol. Siempre hay uno bueno y uno malo.
¿Quién de ustedes es el estricto? Federico: Ella. La vez pasada Vasco, nuestro hijo mayor, quería que le compremos un juego de Play Station que se llama ‘Call of Duty’. Y Katia se negaba porque no le gustan los juegos de guerra. Conversamos y le hice entender que es un juego que está de moda en los chicos de su generación. Ella no estaba muy de acuerdo, pero al final entendió. Katia: es que no me gustan los juegos sangrientos. Entendí que es la moda y que tampoco puedo ir contra la corriente. No hay nada peor para un niño cuando sus padres no se ponen de acuerdo.
-¿Qué licencias puedes tomar, Federico, ahora que tu compañera de trabajo no es Verónica Linares, sino tu mujer? Federico: Te confieso que nunca antes había visto tan bien a una compañera de trabajo. Es la primera vez que nos podemos cambiar juntos en el camerino sin estar infringiendo una ley. ¿Qué más te puedo decir? Es increíble. Katia: Le puedo tocar el poto y no pasa nada. ¡Y encima nos pagan! (risas).
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