El paso lento de un oso hormiguero gigante (Myrmecophaga tridactyla), que atraviesa el campo visual delimitado por una cámara trampa, y la mirada curiosa de un añuje (Dasyprocta variegata) sobre la lente del equipo fotográfico fueron captados, junto con otros cientos de videos y fotografías, por los 60 equipos instalados en ocho zonas estratégicas de Madre de Dios, una región afectada fuertemente por la minería de oro.
Las imágenes captadas por estos equipos incluyen especies amenazadas como el lobo de río (Pteronura brasiliensis), el maquisapa (Ateles chamek) y el mono choro (Lagothrix lagothricha tschudii). También hay registros de jaguar y puma, así como de aves entre las que figuran el playero coleador (Actitis macularius), la garza de pecho castaño (Agamia agami) y la perdiz azul (Tinamus tao).
En total se registraron 150 especies a través de cámaras trampa y recorridos de observación, 13 de ellas se encuentran en alguna categoría de amenaza de extinción. La cifra sube a 185 especies si se considera otros dos métodos usados para registrar la biodiversidad como entrevistas a residentes de los sitios de muestreo y registros ocasionales que hicieron los investigadores mientras se trasladaban de un lugar a otro. Todas estas especies se registraron como parte del Estudio de conectividad ecológica del paisaje amazónico en Madre de Dios, elaborado por el Proyecto Prevenir de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID, por sus siglas en inglés), en colaboración con la Fundación para la Conservación y Desarrollo Sostenible (FCDS).
El objetivo de la investigación ha sido descubrir el nivel de conectividad ecológica —movimiento de las especies— que habitan en una extensión de aproximadamente 3 700 000 hectáreas de territorio en Madre de Dios, un área que abarca tres áreas protegidas —la Reserva Comunal Amarakaeri (RCA), la Reserva Nacional Tambopata (RNT) y el Parque Nacional Bahuaja Sonene (PNBS)—, así como el espacio que sirve de conexión entre estos lugares protegidos, un territorio afectado por las actividades humanas, principalmente la minería.
Además de las especies registradas, el trabajo permitió determinar que aún existen 1055 corredores de conectividad que enlazan parches de hábitat, para que la fauna pueda desplazarse hacia mayores extensiones de bosques fuera o dentro de las áreas protegidas.
La biodiversidad de Madre de Dios
“El reto era encontrar los sitios claves para el estudio”, señala Andrea Buitrago, directora del Programa Perú de la FCDS. Para ello, en un primer momento se realizaron análisis geoespaciales con información satelital del territorio de Madre de Dios: estos datos abarcaron un periodo de nueve años, entre 2011 y 2019. El fin fue evaluar la cobertura natural existente, así como los cambios que habían ocurrido durante ese periodo de tiempo.
Con esta primera información se pudo identificar cómo fue cambiando la cobertura boscosa para transformarse en zonas dedicadas, principalmente, a la minería aurífera legal e ilegal, pero también a otros usos como la agricultura y la ganadería; además se vieron qué zonas se habían regenerado. Esa información, unida a estudios previos que daban cuenta de las especies que habitan en este vasto territorio, permitió definir los ocho lugares en donde se colocarían las cámaras trampa.
Los centros recreativos en Mazuco, La Madriguera y El Lago; la Asociación de Agricultores Arco Iris; la concesión minera Cinco Rebeldes; las comunidades nativas Barranco Chico, Puerto Luz y San José de Karene; la concesión forestal Nuevo San Juan, que forma parte de la Asociación Agroforestal y de Conservación del Medio Ambiente (Agrofocma) y la localidad de Santa Rita Baja, de la Asociación Agrobosque, fueron los lugares definidos para el estudio.
“Fueron ocho polígonos distribuidos en toda la zona del área de estudio. Lugares representativos de los diferentes ecosistemas, pero también de las diferentes dinámicas, presiones y amenazas de esos territorios”, señala Buitrago, quien lideró el estudio y participó en el trabajo de campo en Madre de Dios.
El trabajo de campo se realizó durante un mes —cuenta Buitrago—, con cuatro grupos de investigadores que recorrieron los ocho sitios de muestreo. En estos equipos participaron integrantes de comunidades indígenas, mineros, agricultores, castañeros y otras personas de las zonas en donde se instalaron las cámaras trampa y se hicieron los recorridos de observación.
“El grupo de las aves fue el de mayor cantidad de especies registradas (104), seguido por los mamíferos (36)”, indica el estudio que se presentó este 13 de abril. De las especies registradas —se lee en la investigación— el lobo de río, el maquisapa y el mono choro se encuentran clasificadas como En Peligro de extinción, por la Unión Internacional de Conservación de la Naturaleza (UICN).
La investigación encontró que la comunidad de Puerto Luz y la Concesión Minera Cinco Rebeldes son los sitios que demuestran la mayor diversidad de fauna. Los de menor diversidad son la comunidad de Barranco Chico y la Asociación de Agricultores Arco Iris (AAI). La investigación también permitió identificar 147 especies de flora, tres de ellas figuran en situación de amenaza.
Nos sorprendió encontrar esos parches [de bosque] en medio de la zona minera —relata Buitrago— que son como islas y refugio todavía para muchas especies, incluso grandes. “Fue una experiencia muy reveladora, porque pudimos ver cómo cada día va desapareciendo el bosque y la resistencia también de las personas que están apostando desde la minería para transitar a otras economías”.
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Aún se conserva la conectividad
Para evaluar los corredores de conectividad se seleccionaron 10 especies focales, que se organizaron en tres grupos de acuerdo con su capacidad de dispersión promedio, área mínima requerida por un individuo para encontrar los recursos necesarios para su supervivencia, y tipo de cobertura empleada como hábitat.
En el primer grupo están especies como el majaz (Cuniculus paca), el hormiguero (Taraba major) y el sajino (Dicotyles tajacu), que necesitan en promedio 5 kilómetros de extensión para desplazarse y un área mínima de hábitat superior a 10 hectáreas. El segundo grupo alberga a especies como el tapir (Tapirus terrestris), maquisapa (Ateles chamek), pucacunga (Penelope jacquacu) y pichico (Leontocebus weddelli) cuya dispersión promedio es de 8 kilómetros y un área de hábitat mayor a 30 hectáreas. Mientras que el tercer grupo está compuesto por las especies más grandes como el jaguar (Panthera onca), puma (Puma concolor) y águila harpía (Harpia harpyja), que requieren en promedio de 50 kilómetros para desplazarse y un área hábitat mínima de 100 hectáreas.
El estudio logró determinar que el primer grupo cuenta con un total de 610 corredores de conectividad que enlazan parches de su hábitat con un área superior a 10 hectáreas. Para el segundo grupo se obtuvo un total de 374 corredores que une parches boscosos con un área superior a 30 hectáreas. El tercer grupo presentó 71 corredores que enlazan parches formados por bosques, vegetación secundaria y sabanas con áreas superiores a 100 hectáreas.
“Se puede considerar que, a pesar de las múltiples problemáticas socioambientales observadas en el paisaje de estudio, este mantiene un alto nivel de conectividad”, precisa el estudio. No obstante —aclara la investigación— de continuar la trayectoria de pérdida y degradación de hábitat, y si persiste la carencia de medidas en la planificación y gestión para la conservación, protección y restauración de ecosistemas, “se esperaría a futuro un paisaje severamente desforestado, con pequeños parches de bosque nativo altamente modificados, aislados y sin conectividad, rodeados de usos de suelo altamente contrastantes”.
El camino de la conservación
La bióloga Julissa Barrios, quien también formó parte del equipo de investigación, conoce muy bien la concesión minera Cinco Rebeldes, pues sus padres son los propietarios. “Desde que tengo uso de razón mis padres han trabajado en la actividad de minería artesanal en Madre de Dios, pero siempre me enseñaron el respeto hacia la madre selva y hacia el bosque. Por eso, desde pequeña fui desarrollando una afinidad por la naturaleza”, cuenta la investigadora.
Barrios relata que mientras estudiaba su carrera se fue involucrando con proyectos de restauración. Fue así que se involucró con propuestas de evaluación y restauración de zonas degradadas por la minería. Ese camino la llevó de regreso a Huepetuhe, donde se encuentra la concesión minera de sus padres.
“Yo soñaba con lograr que en la concesión minera de mis padres se pudiera establecer una estación de investigación de los impactos de la minería, porque tiene una ubicación privilegiada ya que se encuentra al borde del corredor minero, pero también colindante con la zona de amortiguamiento de la Reserva Comunal Amarakaeri”, cuenta Barrios. “Es como si tuviéramos en la mano derecha todo el corredor minero que se ha trabajado desde décadas atrás y en la mano izquierda un hermoso paisaje que hemos podido conservar junto con Sernanp [Servicio Nacional de Áreas Naturales Protegidas por el Estado] y otros aliados”, agrega.
Esta idea de transformar la concesión en un centro de aprendizaje y turismo sostenible, que Barrios compartía con sus padres,se ha empezado a concretar. Desde hace un año —cuenta la bióloga— han abierto las puertas de su concesión para que científicos de diversas partes del mundo puedan llegar para investigar. “Fuimos armando la propuesta y con el tiempo se corrió la voz de que había una concesión minera que permitía el ingreso para hacer la investigación. Y que, además, ofrecía servicios de alojamiento, alimentación y transporte”.
Participar en el estudio fue como un empujón para empezar —agrega Barrios—, porque después empezaron a llegar otros grupos y organizaciones, algunas de muy lejos. “Yo le dije a mi papá, se está cumpliendo la visión que tú pusiste a este río, porque empezaron a llegar personas de Argentina, de Colombia, de Estados Unidos, de China, y no podíamos creerlo”.
Imagen principal: Un oso bandera (Myrmecophaga tridactyla) captado por una cámara trampa en la localidad de Nuevo San Juan. Foto: Prevenir / FCDS.
El artículo original fue publicado por Yvette Sierra Praeli en Mongabay Latam. Puedes revisarlo aquí.
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