De no ser por el trabajo de numerosas organizaciones no gubernamentales, pequeños grupos comunitarios y organismos internacionales, probablemente muchas de las especies de la vida silvestre que hoy conocemos no existirían. Sus acciones, contra múltiples retos, han marcado la diferencia en la conservación de numerosas plantas y animales amenazados por las actividades humanas. Todas estas iniciativas que buscan frenar la acelerada pérdida de biodiversidad han funcionado, en gran medida, gracias a la unión de esfuerzos, desde lo local hasta lo nacional e internacional. Por ello, este año la Organización de las Naciones Unidas (ONU) —en el marco del Día Mundial de la Vida Silvestre, que se celebra cada 3 de marzo, desde el año 2013— propone reconocer a todas aquellas alianzas e iniciativas, sin importar su escala, que han generado cambios positivos para las especies silvestres del planeta.
“Las asociaciones para la conservación son vitales, ya que ninguna organización —y eso incluye a la ONU— puede abordar la crisis de la biodiversidad por sí sola”, dice Ivonne Higuero, secretaria general de la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (CITES), tratado internacional que, también este 3 de marzo, cumple 50 años de existencia y que actualmente ofrece diversos grados de protección a más de 37 000 especies de animales y plantas. “Tenemos un millón de especies que están en peligro de extinción, y se necesitarán todos nuestros esfuerzos combinados para revertir esto”, agrega en su mensaje de este año.
En el marco del Día Mundial de la Vida Silvestre, en Mongabay Latam compartimos tres iniciativas exitosas que se realizan en Ecuador, Colombia y Perú que, con sus esfuerzos, prometen un futuro mejor para las especies en riesgo de desaparecer.
Los padres adoptivos de la tortuga charapa en Colombia
Cada año, entre diciembre y marzo, las tortugas charapas (Podocnemis expansa)salen a las playas del río Meta a asolearse y desovar. A estos grupos de hembras se les llama cambotes. El motivo para estar todas juntas no solo es protegerse de los depredadores, sino anidar en un solo espacio y así aumentar las posibilidades de que sus crías lleguen al agua. Según Wildlife Conservation Society (WCS Colombia), podría decirse que trabajan en equipo por su supervivencia.
La tortuga charapa es reconocida como la tortuga de río más grande de Sudamérica. La especie se encuentra catalogada por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) como en Riesgo Bajo dependiente de conservación, pero en Colombia la situación es diferente: de acuerdo con la evaluación más reciente, para el país está catalogada como Críticamente Amenazada (CR).
Su distribución abarca seis países de las cuencas de los ríos Amazonas y Orinoco. Históricamente, sus poblaciones han disminuido a causa de la caza furtiva de las hembras anidantes, del consumo indiscriminado de la carne y huevos, así como por la comercialización ilegal de sus huevos, carne, partes y derivados, y el tráfico de individuos en estadios tempranos de desarrollo. En Colombia, una de las pocas poblaciones que aún es posible encontrar, está en la cuenca media del río Meta.
Esta situación llamó a los habitantes de la vereda Santa María de La Virgen, del municipio de Cravo Norte, Arauca, en Colombia, a tomar acción. Desde 2015 —a partir del Proyecto Vida Silvestre de WCS enfocado en la conservación de la charapa— conformaron un equipo al que más tarde, en 2018, llamarían los Padres Adoptivos de la tortuga charapa. El trabajo de este grupo ha consistido en monitorear a los grupos de hembras, para vigilar y cuidar sus nidos en aproximadamente 40 kilómetros de río. Han participado tantos miembros de la comunidad, a lo largo de los años, que podría decirse que prácticamente todos han trabajado en alguna temporada.
Mara Ibeth Contreras Ávila, bióloga especializada en gestión ambiental sostenible y líder del paisaje Orinoquía para WCS Colombia, explica que, si bien al inicio las personas vinculadas a los procesos de monitoreo, control y vigilancia recibían una bonificación económica por su trabajo, en 2023, la comunidad decidió hacerlo de manera voluntaria.
“En mi última entrada a La Virgen, me encontré con Leina Reuto, una de las madres adoptivas que está haciendo el monitoreo de la tortuga charapa”, narra Contreras Ávila. “Fue realmente asombroso ver cómo esa señora se levanta a las 4:30 de la mañana —ella misma va en su bote de motor, a lo largo del río Meta, sorteando las condiciones de viento que en ese momento son bien duras—, para monitorear completamente sola, pero muy contenta de lo que está haciendo. Para mí, ese es uno de los indicadores de éxito que hemos logrado de la participación, mucho más en las comunidades donde las mujeres tienen roles muy definidos. Ver que esta señora hace esto de manera independiente y que está completamente empoderada, ha sido una grata sorpresa”.
La contribución de los Padres Adoptivos se refleja en el cuidado de cerca de 8 000 nidos de charapa, de los cuales han nacido más de 300 000 de sus crías. Sus labores también han tenido como resultado la documentación de datos importantes acerca de la biología reproductiva de la especie y su comportamiento en ocho años de monitoreo, pues han registrado número de nidos y su éxito de eclosión, así como afectaciones por eventos naturales como inundaciones o depredación, pero también el saqueo de huevos.
“Este proyecto empieza con una especie que es la charapa y se empiezan a consolidar estrategias de conservación para ella, pero esto ha permitido que la comunidad recuerde que son muy ricos en términos de recursos y de biodiversidad”, concluye Contreras Ávila. “Ahora, ellos quieren hablar de un área de cuidado especial que no sea solamente para la charapa, sino también para otras especies muy importantes en el territorio, como la danta, el jaguar y la palma moriche. Empezamos con la charapa, nuestra especie consentida, pero ahora estamos identificando nuevas iniciativas de conservación que la misma gente de la vereda propone”.
Yunguilla: una reserva para salvar de la extinción al matorralero cabecipálido
En un pequeñísimo valle del sur del Ecuador, entre los matorrales, habita un ave en riesgo de desaparecer del planeta. El matorralero cabecipálido (Atlapetes pallidiceps) es una especie que se consideró extinta por más de dos décadas, por lo que su redescubrimiento fue tan importante que motivó la creación de una reserva para protegerlo.
“El matorralero está extremadamente amenazado y, prácticamente, su único refugio es la reserva de Yunguilla, que es pequeñita, pero que acoge a la mayor población conocida de esta especie”, afirma David Parra, biólogo y director de Conservación en la Fundación Jocotoco.
La reserva Yunguilla fue creada en 1998 por esta organización para proteger a la última población del matorralero cabecipálido, ave endémica de la provincia de Azuay. Fue redescubierta en el mismo año por Niels Krabbe y otros investigadores. “Digamos que fue coincidencia o un golpe de suerte —como muchas veces pasa en la ciencia— pero se le encontró”, dice Parra sobre aquel hallazgo. “Por eso se hizo un movimiento rápido para crear la reserva y proteger esta única población que se conocía”.
La razón por la que esta ave se refugia en esta zona de 195 hectáreas y no en una más extensa y con condiciones similares, resulta casi un misterio, dice el especialista. “Hay un territorio más amplio que, a primera vista es similar, pero por alguna extraña razón el ave prefiere este pequeño pedazo del valle. Ha habido reportes esporádicos sobre que se le ha visto en otras zonas, pero es muy raro, algunos no son confirmados”, explica Parra. Esto, según la organización, confirma que la pequeña población en Yunguilla es la única sobreviviente.
“Se creó la reserva al momento que se descubrió esta población, pero aún así seguía declinando”, explica Parra. “No era suficiente con proteger su hábitat, sino que había que hacer algo más, así que la Fundación hizo estudios para ver qué necesidades tenía. Así se identificó que estaba siendo afectada por otra ave, que igual es nativa de la zona, pero que es un parásito reproductivo”.
Es decir, las hembras de esta otra ave —el vaquero brillante (Molothrus bonariensis)— van a los nidos del matorralero a poner sus propios huevos. “Los polluelos del matorralero usualmente mueren o el polluelo de la otra ave les bota del nido y la hembra cría a esta otra especie. Eso generaba mucha mortalidad”, agrega Parra. “Lo que se hizo por muchos años fue controlar la población de esta otra especie que le parasitaba. Dio un buen resultado y la población —desde que se implementaron las medidas entre 2003 y 2004— empezó a crecer con fuerza, casi se cuadruplicó, luego alcanzó una estabilidad y por eso se dejó de controlar al otro pájaro”.
A partir de entonces únicamente se realizan los monitoreos y una poda selectiva de árboles, por la predilección del ave por los matorrales. “Es un poco contradictorio, digamos, pero como la reserva se creó para proteger esta especie y ya no hay incendios ni tala del bosque, muchos matorrales se están convirtiendo en bosque y eso le quita hábitat al pajarito, entonces todavía tenemos que podar los árboles para evitar que sea un bosque muy cerrado, al menos en las zonas críticas. El resultado nos demuestra que fue una decisión correcta”.
De localizar solo a 20 individuos en 1998, ahora son más de 250 aves las que sobrevuelan este hábitat. Así, el matorralero cabecipálido pasó de estar En Peligro Crítico de extinción a En Peligro de extinción. Actualmente se realizan monitoreos anuales del ave con el apoyo de American Bird Conservancy, con el objetivo de detectar al matorralero cabecipálido dentro y fuera de la reserva y así planificar acciones futuras de conservación, como compra de más tierras y manejo del hábitat.
Además, la Fundación Jocotoco trabaja con el municipio de Santa Isabel, para crear un Área de Conservación y UsoSustentable (ACUS) que englobe tanto a las comunidades aledañas como a la propia reserva de Yunguilla, y así ampliar el espacio para que el matorralero cabecipálido, si así lo decide, pueda vivir.
Científicos y comunidades unidos para monitorear al manatí amazónico en Perú
Los especialistas navegan el río Yaguas a una velocidad no mayor a ocho kilómetros por hora. Mientras unos revisan el fondo de las aguas usando la tecnología, otros científicos se asoman por los extremos del bote de motor, para observar algún indicio de una especie sigilosa y difícil de encontrar: el manatí amazónico (Trichechus inunguis).
“Yaguas es un río sin mucha playa, es muy profundo, incluso en la época más baja”, explica Claus García, biólogo y coordinador del Paisaje Yaguas, de la Sociedad Zoológica Frankfurt (FZS), en Perú. Por ello usan el sonar de barrido lateral, un aparato compuesto por una pantalla y un transductor sumergible en agua que emite ondas de sonido que rebotan en el fondo del río y con las que se puede identificar la presencia de estos mamíferos acuáticos.
El monitoreo más reciente, realizado en julio de 2022, obtuvo como resultado el registro de 24 manatíes, observados a lo largo de 200 kilómetros de río.
De acuerdo con la FZS, el Parque Nacional Yaguas —ubicado en la región Loreto, en las provincias de Putumayo y Mariscal Ramón Castilla, en la zona norte del Perú y cerca de la frontera con Colombia— comprende más de 868 000 hectáreas de bosque tropical amazónico y es hogar de más de 3 000 especies de plantas, 500 de aves y 160 de mamíferos. Además, las 550 especies registradas en esta cuenca representan dos tercios de la diversidad de peces de agua dulce del país, una de las más ricas del mundo.
Entre esta inmensa biodiversidad, el parque también es hogar de este habitante especial. El manatí –un mamífero acuático y herbívoro– es una de las especies más representativas de la fauna amazónica y se encuentra enlistado como Vulnerablepor la UICN. Los años de sometimiento a presiones humanas a raíz del desarrollo de actividades como la minería ilegal, la caza furtiva y el narcotráfico, lo pusieron en esta situación.
La FZS, en coordinación con la jefatura del parque, comenzó a monitorear la especie en 2018, pues el manatí se consideró un elemento prioritario de investigación dentro de su plan maestro. Para lograr el objetivo de conservarlo, colaboraron con tres de las comunidades nativas que habitan la cuenca baja del río Putumayo: San Martín, Tres Esquinas y Remanso, en el área de influencia del área protegida, y así obtener un diagnóstico sobre su situación.
A través de entrevistas realizadas mayormente a los pescadores —quienes pueden tener mayores interacciones con la especie— se obtuvo información con la que se trabajó en los primeros pasos para crear el protocolo de monitoreo y la identificación de sus amenazas en la zona, para luego implementar una estrategia de conservación. Hasta ahora, una de las principales dinámicas que van a la par de la recolección de información, tiene que ver con la educación ambiental y campañas de sensibilización sobre la importancia de la especie.
“No podemos cuidar una especie, no podemos proteger un área natural como el Yaguas, si no trabajas con las comunidades”, asegura García. “Solos no vamos a poder hacer nada, sería ilógico pensarlo, porque se necesita la colaboración de todos. Es importante tener esta relación con las comunidades, que ellas participen y se sientan identificadas con la especie y que sientan que ellas son las dueñas de ese espacio”.
Según la organización, los resultados del diagnóstico indicaron que la caza y enmalle del manatí “no ocurren todos los años”, sino que la caza es oportunista y de autoconsumo, mientras que los enmalles ocurren cuando un manatí queda atorado en una red de pesca. Durante la evaluación, entre los años 2019 y 2021, se registraron tres eventos de caza y cinco de enmalle en la zona. En ese periodo no se reportaron casos de comercialización de crías.
“No solo es el hecho de registrar o de dar números sobre el estado de conservación, sino de darle a la jefatura del parque una herramienta para que tome decisiones”, sostiene García. “A las comunidades también para que, a partir de una especie, puedan desarrollar muchos programas que pueden ayudar, por ejemplo, al tema de aprovechamiento de arahuana (Osteoglossum bicirrhosum). Nada va separado, todo está asociado y hay que verlo de una manera mucho más grande. Esa relación y el trabajo que ellos realizan en la zona, son clave”.
Por ahora, la organización trabaja con tres comunidades nativas, pero son 13 las que habitan la zona. El reto es llegar a cada una y, en conjunto, lograr que el parque siga siendo un sitio de refugio para que el manatí pueda habitar con libertad.
Imagen principal: La charapa es la tortuga de río más grande de Sur América. Su nombre científico es Podocnemis expansa. Foto: «El Pato» Salcedo / WCS Colombia
El artículo original fue publicado por Astrid Arellano en Mongabay Latam. Puedes revisarlo aquí.
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