Cuenta la leyenda que el dios Xólotl, hermano de Quetzalcóatl, no quería morir. Para evitar ser sacrificado, Xólotl se escondió, primero transformado en maíz y luego en la forma de maguey, pero al ser descubierto se refugió en el agua, donde tomó el aspecto del axolotl en náhuatl o ajolote en castellano.
El ajolote era bien conocido por los xochimilcas, los primeros habitantes de Xochimilco, una zona lacustre en el valle donde actualmente se asienta la Ciudad de México. Este conocimiento se heredó de generación en generación hasta llegar a Dionisio Eslava Sandoval, originario del lugar y dedicado a la conservación de este particular anfibio.
“Cuando Quetzalcóatl encontró a Xólotl recapacitó y le dijo: como te negaste a morir sacrificado para dar vida a otro elemento, toda tu vida permanecerás aquí, pero el día que tu elemento, el agua, ya no sirva, desaparecerás de la faz de la Tierra junto a la raza humana”, cuenta a Mongabay Latam Dionisio Eslava Sandoval, presidente de la organización Umbral Axochiatl, un proyecto comunitario fundado en el año 2000 con el objetivo de preservar la cultura y el medio ambiente del Xochimilco.
La Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), en su Lista Roja de especies amenazadas, cataloga al ajolote (Ambystoma mexicanum) como En Peligro Crítico de Extinción debido a que su área de ocupación es menor de 10 kilómetros cuadrados, su distribución está severamente fragmentada y hay una disminución continua en la extensión y calidad de su hábitat, además del decrecimiento en el número de individuos maduros.
El ajolote es un anfibio endémico del Valle de México que actualmente solo vive en algunos rincones de una red de canales del lago de Xochimilco que ocupan una superficie total de 180 kilómetros cuadrados.
“En 1998 la doctora Virginia Graue calculó la presencia de 6000 ajolotes por kilómetro cuadrado. Yo hice un análisis en 2004 y encontré que había 1000. Para 2008 repetí el estudio y ya solo había 100 y en 2013 solo contabilizamos 36 por kilómetro cuadrado, lo que quiere decir que su población va bajando más o menos como nosotros habíamos predicho”, dice a Mongabay Latam Luis Zambrano, fundador del Laboratorio de Restauración Ecológica del Instituto de Biología de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Es como encontrar una aguja en un pajar. “No se puede conocer el número exacto de ejemplares que quedan porque es muy difícil de contar, aunque hay evidencia de que cada año disminuye su población. En este momento la especie no tiene la vitalidad ni el número para considerarla fuera de peligro”, explica a Mongabay Latam Esther Quintero, Subcoordinadora de Especies Prioritarias de la Comisión Nacional para el Conocimiento y uso de la Biodiversidad (CONABIO) de México.
El pronóstico del Dr. Zambrano es devastador: para 2020 o 2025 no habrá ajolotes si no se actúa para salvarlos.
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Especies invasoras, amenaza constante
Zambrano, quien comenzó a trabajar con los ajolotes hace 18 años, ha realizado análisis de viabilidad poblacional de esta especie y descubrió que el crecimiento o decrecimiento de la población de ajolotes depende en gran medida de qué tanto se mueren o sobreviven los ejemplares más jóvenes, “que son el eslabón más sensible de la población, contrario a lo que pasa con las tortugas marinas, donde los adultos son los más vulnerables”.
Un experimento en laboratorio para conocer la interacción del ajolote con las carpas (Cyprinus carpio) y las tilapias (Oreochromis niloticus) presentes en Xochimilco, mostró que las primeras se comen sus huevos y las segundas a los alevines, que son las crías recién nacidas.
Las carpas y las tilapias fueron introducidas por autoridades gubernamentales en los años 70 con la intención de generar proyectos acuícolas, sin embargo, estas han invadido de forma masiva los canales de agua donde habitan los ajolotes, convirtiéndose en una de las peores amenazas para la supervivencia del Ambystoma mexicanum.
“El ajolote está en peligro de extinción por ese proyecto que no midió el alcance que podría tener al liberar tilapias y carpas, que no tienen depredadores naturales, esto ha llevado a un deterioro de toda la zona chinampera”, lamenta Eslava Sandoval. La chinampa es un método de cultivo prehispánico que consiste en sembrar dentro pequeñas islas de tierra dentro del lago.
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La presión de la gran ciudad
La UICN advierte que entre los factores de amenaza contra el ajolote está el crecimiento de la actividad turística mal regulada, lo que aumenta la contaminación en la zona. Xochimilco es conocido internacionalmente por sus paseos en las trajineras, unas embarcaciones decoradas con motivos mexicanos, donde se puede pasear por la zona mientras se come y bebe escuchando mariachi.
Los investigadores han realizado estudios de nicho potencial, un análisis matemático con imágenes satelitales para determinar el hábitat de una especie, y encontraron que no en los 180 kilómetros cuadrados de canales en Xochimilco puede habitar el ajolote, solo en algunos pequeños espacios dispersos en el área puede sobrevivir, lo que ha provocado que existan poblaciones aisladas.
Los ajolotes no pueden sobrevivir en todos los lugares debido a las variaciones de la calidad del agua. “Los ajolotes son muy sensibles a la contaminación del agua; de hecho son indicadores de la calidad del agua. Necesitan condiciones específicas para desarrollarse, como bancos de lodo para depositar sus huevecillos y un temperatura adecuada, entre otras cosas”, afirma Quintero.
“Hay sitios donde puede haber calidad de agua relativamente buena, pero cuando tienes casas alrededor, los animales se estresan y mueren; prefieren los sitios tranquilos donde solo se escucha el viento y no donde se cantan canciones a todo volumen; entonces la urbanización, aun cuando puede no afectar la calidad del agua, sí afecta a los ajolotes”, apunta Zambrano.
Xochimilco fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura UNESCO en 1987. “Es nuestro único patrimonio que tenemos para heredar a los hijos, pero de una mejor manera. Ahí nacimos, ahí crecimos y vivimos, somos los indígenas quienes hemos preservado el ecosistema”, dice con orgullo Eslava Sandoval.
Este chinampero, agricultor de la parcela de cultivo tradicional prehispánico, compara a Ciudad de México con un gran monstruo que cada día crece más, que necesita más agua, oxígeno, alimentos frescos y toda serie de servicios de los que Xochimilco, si se le diera la prioridad que merece, podría ser el gran proveedor a futuro, como lo fue en el pasado prehispánico.
Dionisio Eslava recuerda con nostalgia que hace apenas unos años, en los 90, llegaba a pescar más de 30 ajolotes de buena talla, y que ahora es casi imposible encontrar alguno. Incluso menciona que en los últimos 14 años solo ha pescado un organismo que murió al poco tiempo. En aquellos tiempos dejaban ir a los ejemplares más jóvenes para que siguieran creciendo, como les enseñaron sus antepasados. Incluso el ajolote era un platillo típico que se servía en la zona.
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La contingencia del agua
La Ciudad de México está situada en un valle donde existían cinco grandes lagos conectados entre sí. Esto desapareció con la llegada de los conquistadores españoles, quienes secaron los lagos para evitar inundaciones y ganar terrenos.
Las culturas precolombinas tenían una visión de contención en épocas de lluvias, colocaban bordos o contenedores que evitaban las inundaciones, en pocas palabras, crearon un sistema de canales acuáticos que eran el hogar perfecto para el ajolote.
“En la Ciudad de México tenemos un problema de inundaciones en época de lluvia y de sequías en tiempo de estío, cuando no deberíamos tener esas complicaciones que han sido causadas por el pésimo manejo de la cuenca”, comenta Zambrano, quien publicó un artículo científico comparando el manejo de agua de las ciudades de Sao Paulo, Buenos Aires y México.
El tamaño de la Ciudad de México se triplicó entre 1950 y 1975. Este ritmo tan acelerado de crecimiento generó una gran presión al suministro de agua en la ciudad. A partir de esos años, Xochimilco dejó de recibir agua directamente de manantiales o ríos. “Xochimilco se surte de la planta de tratamiento del Cerro de la Estrella, por lo que su manejo es completamente artificial”, indica Zambrano.
Por lo anterior, el agua se volvió alcalina, salada y contaminada, además de que su calidad varía considerablemente a lo largo del año, causando flujos en nutrientes, aparición de algas y modificaciones en la cadena alimentaria.
Una versión ampliada de esta historia de Pablo Hernández Mares fue publicada en Mongabay Latam. Puedes leerla aquí.
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