El microbiólogo Frank Plummer ha estado en primera línea de batalla contra algunas de las epidemias más alarmantes del mundo, desde el VIH hasta el ébola. Pero su ilustre carrera enmascaraba una dependencia cada vez mayor del alcohol. Ahora, el investigador se ha convertido en el conejillo de indias en un ensayo clínico que investiga si los implantes cerebrales pueden ayudar a tratar la adicción al alcohol.
El alcohol siempre fue una parte importante de la vida de Frank Plummer.
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Al comienzo de su carrera investigadora, a principios de la década de 1980 en Nairobi, comenzó a confiar en el whisky para relajarse y manejar el estrés, la decepción y el dolor relacionados con su trabajo.
Él y sus colegas podían sentir la urgencia visceral por su trabajo mientras observaban cómo se desarrollaba la crisis africana del VIH.
“Me sentí como un bombero o algo así, pero el fuego no se apagaba”, le dijo Plummer, de 67 años, a la BBC.
"Simplemente, seguía y seguía y seguía. Había una sensación de que necesitabas hacer algo y de que el mundo necesitaba hacer algo. Y yo estaba tratando de llamar la atención hacia eso y de obtener dinero para continuar con nuestra obra. Así que era una época de presión intensa".
Los sujetos de investigación de Plummer fueron mujeres kenianas y trabajadoras sexuales, y descubrió que algunas de ellas tenían una inmunidad natural al virus.
Era un estudio pionero y, durante los 17 años que Plummer pasó en Kenia, él y sus colegas hicieron descubrimientos innovadores sobre cómo se propaga el VIH: avances que ayudaron a informar sobre cómo reducir el riesgo de transmisión y que dieron pie a la posibilidad de que algún día se desarrollara una vacuna contra el virus.
En aquellos tiempos estresantes, cinco o seis vasos de whisky por la noche le daban la oportunidad de respirar tras días y semanas de agitación.
Cuando regresó a Canadá, obtuvo un cargo directivo en el Laboratorio Nacional de Microbiología de Winnipeg, uno de los pocos en el mundo con la capacidad de trabajar con virus altamente patógenos como el ébola.
En ese laboratorio trataron los brotes de SARS en 2003 y de la gripe H1N1 en 2009. Fue allí donde Plummer contribuyó al desarrollo de la vacuna canadiense contra el ébola.
Fue un trabajo vital, emocionante y estresante, con jornadas de 12 horas que comenzaban con café y terminaban con varios vasos de whisky. Su consumo de alcohol era de alrededor de 600 mililitros al día.
Esto no pareció afectar su trabajo. Hasta 2012, cuando le pasó factura.
Un trasplante de hígado
"Mi hígado lo pagó", dice. "Antes de eso, sabía que bebía mucho, pero no creía que tuviera un problema".
A su diagnóstico de insuficiencia hepática crónica le siguió un trasplante de hígado. Tuvo que vigilar su consumo de alcohol para preservar su nuevo órgano, pero descubrió que su sed de licor se había vuelto poderosa.
Plummer probó recibir tratamiento: programas de rehabilitación, grupos de apoyo, terapia, medicamentos. Pero cualquier alivio resultaba temporal. Inevitablemente, volvía a caer en la bebida.
"Era un ciclo poco esperanzador y fue muy duro para mi familia y mi esposa, Jo, y para mis hijos y mis hijastros", cuenta. "Estuve muchas veces en el hospital, casi muero en varias ocasiones".
Buscó ayuda, "una solución clínica más sólida, tal vez una aún no descubierta", y fue derivado a dos neurocirujanos en el Hospital Sunnybrook, en Toronto.
Ellos estaban reclutando pacientes para un procedimiento experimental. Por primera vez en América del Norte, se iba a utilizar estimulación cerebral profunda (ECP) para ayudar a pacientes con una adicción al alcohol que había mostrado resistencia a otros tratamientos.
El ensayo quirúrgico está probando cuán segura y efectiva es la ECP para tratar el trastorno por consumo de alcohol.
La ECP ha sido utilizada durante más de 25 años para ayudar a tratar trastornos del movimiento como la enfermedad de Parkinson. En todo el mundo, ha habido aproximadamente 200.000 cirugías de ECP, muchas de ellas para curar trastornos del sistema nervioso.
En los últimos años, se está explorando la ECP como un tratamiento para una serie de enfermedades diferentes. En Sunnybrook, se está realizando ensayos clínicos con ella en casos de estrés postraumático, trastorno obsesivo compulsivo, depresión mayor y trastorno por consumo de alcohol.
Lo que cambia es la parte del cerebro en la que se trabaja, según dice el doctor Nir Lipsman, el investigador principal del estudio y el neurocirujano que operó a Plummer.
"(Para) cosas como la enfermedad de Parkinson trabajamos con los circuitos motores del cerebro. En la adicción, el trastorno por consumo de alcohol, trabajamos con los circuitos de placer y recompensa que hay en el cerebro", explica.
Un “marcapasos” cerebral
El tratamiento con ECP consiste en implantar un dispositivo eléctrico directamente en el cerebro del paciente para estimular los circuitos donde haya una actividad anormal o un "cableado" disfuncional, y ayudar a reajustarlos. La ECP se describe con frecuencia como un tipo de "marcapasos" para el cerebro.
Los electrodos se insertan en una región específica del cerebro para recalibrar la actividad en esa área utilizando impulsos eléctricos y para reducir la necesidad de consumir alcohol.
Estos electrodos son controlados por un dispositivo similar a un marcapasos que se coloca debajo de la piel del pecho.
Plummer fue el primer paciente del ensayo. Se sometió a una cirugía experimental hace poco más de un año.
Se espera que, con el tiempo, participen un total de seis personas, todas con antecedentes de un trastorno por consumo crónico de alcohol que haya mostrado resistencia a otros remedios.
Durante la operación, los pacientes están despiertos.
Plummer dice que la peor parte fue el ruido y las vibraciones de los cirujanos perforando su cráneo para implantarle los electrodos.
"Era un taladro grande que te hace un hueco del tamaño de una moneda de 25 céntimos en ambos lados del cráneo. No fue doloroso, pero sí molesto", recuerda.
Los centros de placer cerebral que se abordan en este estudio, el núcleo accumbens, también juegan un papel en el estado de ánimo, la ansiedad y la depresión.
Este es un factor potencialmente clave, ya que muchos trastornos de adicción con frecuencia coexisten con trastornos del estado de ánimo, dice el neurocirujano.
Según él, Plummer ha visto una mejora tanto en sus ganas de consumir alcohol como en su estado de ánimo.
En los pacientes que han tenido esa cirugía, "estamos viendo algunos signos, algunos signos tempranos de que estamos teniendo un impacto en ese tipo de comportamientos y ese tipo de medidas sobre las que queremos influir", afirma Lipsman.
Quitar el estigma
Los cirujanos esperan que el estudio cambie parte del estigma que rodea a los trastornos de adicción, que todavía se ven a menudo como una debilidad o un fracaso de la fuerza de voluntad. Algo que puede evitar que las personas busquen tratamiento.
"Necesitamos cambiar la forma en que vemos la adicción, cambiar la forma en la que vemos el trastorno por consumo de alcohol como una enfermedad en su etapa avanzada, en su fase resistente al tratamiento, como algo causado por circuitos en el cerebro que no funcionan correctamente", dice.
Pero advierte que la investigación se encuentra en una etapa inicial.
"No se trata solo de poner el implante, decir adiós y listo", explica. Los pacientes aún deben continuar con tratamientos convencionales para la adicción al alcohol, como terapia o programas de rehabilitación.
"En realidad, se trata de ver esto como parte de una estrategia más amplia para tratar lo que es un mal increíblemente complejo y desafiante".
Cualquier resultado de la ECP no es instantáneo: pueden pasar semanas antes de sentir un cambio. Para Plummer, después de un tiempo, “la vida se volvió mucho mejor, mucho más rica”.
“De repente, decidí que quería escribir un libro sobre mis experiencias como científico y sobre mi vida en Kenia”, cuenta.
Ha vuelto a levantarse temprano, escribe a diario y ha retomado la investigación del VIH con la esperanza de desarrollar una vacuna para la enfermedad.
Bebe ocasionalmente pero dice que no tiene la misma compulsión o dependencia física que antes.
“La vida está nuevamente sobre la mesa”, concluye.
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