Preocuparse en exceso paraliza, pero preocuparse con moderación impulsa a buscar soluciones. (GETTY IMAGES)
Preocuparse en exceso paraliza, pero preocuparse con moderación impulsa a buscar soluciones. (GETTY IMAGES)
BBC News Mundo

“Yo soy casi una profesional en preocuparme”, admite Kate Sweeny con pesadumbre.

Sweeny vive con ansiedad todo aquello que escapa de su control. En estos días le preocupa si sus padres están siguiendo o no las medidas de distanciamiento social durante la pandemia de coronavirus.

Las preocupaciones constantes afectan a muchas personas, pero lo que es distinto sobre Sweeny es que este estado permanente de ansiedad motivó su elección profesional.

Es psicóloga en la Universidad Riverside en California y se especializa en entender el estrés y las preocupaciones.

“No todo el mundo usa su propia vida como impulso de investigación”, dice entre risas Sweeny.

La especialista ha entendido que preocuparse puede ser beneficioso en varias situaciones, desde esperar por los resultados de un examen hasta cuidar de su propia salud.

Diferentes tipos de preocupaciones

La preocupación se ha definido en términos negativos y neutrales.

Hay psicólogos que afirman que preocuparse sobre el cambio climático motiva una reacción conjunta para enfrentar esa amenaza. Las preocupaciones universales provocan que las personas impulsen cambios.

Sin embargo, los psicólogos también han definido la preocupación como el conjunto de experiencias emocionales que incluyen pensamientos desagradables y persistentes sobre el futuro.

Sin lugar a dudas, la preocupación conlleva muchos daños.

Preocuparse en extremo está asociado con problemas de salud física y mental. Interrumpe el ciclo normal del sueño y dificulta la toma necesaria de decisiones.

Una persona preocupada en exceso, por ejemplo, podría evitar hacerse una prueba para saber si tiene cáncer por miedo al diagnóstico.

Cuando estas preocupaciones son automáticas y difíciles de controlar, generan un síndrome de ansiedad generalizada.

“Cuando uno se preocupa de forma automática y general es más inútil y problemático que una preocupación específica”, explica Edward Watkins, psicólogo clínico e investigador de síndromes del estado de ánimo en la Universidad de Exeter en Reino Unido.

Pero a niveles moderados, preocuparse puede ser beneficioso.

Preocupación constructiva

Algunos investigadores mostraron que en los estados de Australia donde son frecuentes los incendios, la preocupación constructiva les preparó mejor para este tipo de incidentes.

La preocupación constructiva preparó mejor a los estados de Australia donde los incendios son frecuentes. (GETTY IMAGES)
La preocupación constructiva preparó mejor a los estados de Australia donde los incendios son frecuentes. (GETTY IMAGES)

Esta preocupación también está vinculada a un mejor rendimiento académico y a más intentos para dejar de fumar.

Otro estudio descubrió que preocuparse sobre el cambio climático era el indicador más contundente de apoyo a las políticas medioambientales. El estudio sugería que apelar a la preocupación del público era más afectivo que apelar a sus miedos.

A diferencia que lamentarse sobre el pasado, la preocupación se centra en el futuro y esto es un gran potencial para sacarle beneficios.

Watkins destaca tres mecanismos:

“Primero, cuando nos preocupamos por algo, es más probable emprender una acción para intentar remediarlo. Segundo, la preocupación actúa como recordatorio para resolver cosas. Por último, puede provocar una mejor planificación y preparación para hacer frente a un problema”.

Con respecto a la relación entre el estrés y la capacidad de resolución, Watkins advierte que una preocupación mínima no motiva lo suficiente y que preocuparse demasiado nos paraliza.

Sweeny apunta que, como cualquier otra emoción, sentirnos inquietos tiene una función: “Es una señal. Nos perfila hacia algo que sucederá. Nos motiva a prevenir que algo malo ocurra o por lo menos a estar preparados para ello”.

Una investigación evaluó la percepción del riesgo de los participantes ante la nueva pandemia de coronavirus.

Las personas percibieron un riesgo más alto si tenían una experiencia directa con el virus. Pero también si tenían puntos de vista prosociales, es decir, si eran conscientes de la importancia del altruismo.

Las percepciones de mayor riesgo se correlacionaron significativamente con comportamientos de salud preventivos, como lavarse las manos, usar máscaras y respetar el distanciamiento social.

¿Cómo preocuparse mejor?

Una de las cosas que hace que la covid-19 sea emocionalmente agotadora es su incertidumbre.

La preocupación constructiva es más fácil cuando lidia con algo que tiene fecha de caducidad.

En 2016, las elecciones presidenciales en Estados Unidos que finalmente ganó Donlad Trump dispararon las inquietudes políticas de Sweeny.

Dos años más tarde, a la mitad del mandato de Trump, la psicóloga canalizó sus miedos enviando 500 cartas para motivar que sus destinatarios fueran a votar.

En concordancia con sus investigaciones, determinó que la mejor manera de mitigar sus inquietudes era mantenerse positiva durante la campaña electoral y, en el día de las elecciones, prepararse para lo peor.

Por supuesto, muchas personas se preocupan sobre cosas que no pueden controlar. Sweeny establece un proceso de tres pasos para afrontar este tipo de desasosiegos:

1. Identificar la preocupación.

2. Enlistar una serie de posibles acciones para lidiar con el problema.

3. Si ya se tomaron todas las acciones posibles, hay que intentar dejarse llevar, mantener la atención y estar abierto a lo inesperado.

La preocupación en tiempos del coronavirus

Sweeny dice que dejarse llevar ha sido especialmente útil para lidiar con el estrés de la pandemia.

"Dejarse llevar" fue beneficioso para ciudadanos chinos que no habían sido puestos en cuarentena. (GETTY IMAGES)
"Dejarse llevar" fue beneficioso para ciudadanos chinos que no habían sido puestos en cuarentena. (GETTY IMAGES)

Dejarse llevar es un estado que implica aceptar lo que ocurre durante un proceso.

En un estudio sobre bienestar mental llevado a cabo por colegas de Sweeny, descubrieron que dejarse llevar estuvo asociado a una reducción de la soledad y a un mayor cuidado de la salud en los ciudadanos chinos que aún no habían sido puestos en cuarentena.

Aunque mantener la atención a nuestro entorno ha estado vinculado a muchos beneficios, en este estudio tuvo implicaciones negativas.

Aumentó los sentimientos de soledad y disminuyó las actividades de prevención sanitaria. Sweeny cree que esto se debió a que dejarse llevar “distrae más”, mientras que mantenerse alerta centra los pensamientos en la incertidumbre.

Puede que estar concentrados sea más útil en situaciones difíciles de menor recorrido, pero dejarse llevar es más propicio cuando no se sabe cuándo acabará la preocupación en cuestión.

Y cómo dejarse llevar es algo personal.

Para Sweeny, su método ha sido su racha de 500 días consecutivos utilizando una aplicación para aprender idiomas. Este y otros tipo de juegos que recompensen progresos suelen ser útiles para dejarse llevar.

“Los estudios disponibles predicen que una preocupación moderada sobre el coronavirus y asumir que el distanciamiento social funciona, incrementa el apego a las medidas de seguridad. Por el contrario, una preocupación más aguda dificulta emprender acciones efectivas”, dice Watkins.

Si a alguien le inquieta la vuelta a su lugar de trabajo, por ejemplo, debería centrarse en planear con detalles cómo reducir el riesgo al desplazarse en lugar de pensar en lo que pueda ir mal.

“La planificación hace que la persona se sienta en control, mientras que el negativismo induce a miedos catastróficos, imaginar lo peor y a incrementar la ansiedad”, explica el especialista.

Watkins y otros psicólogos insisten en la importancia de mantener alguna rutina y sostener el contacto con seres queridos.

Sweeny, por otro lado, piensa con optimismo en el momento que acaben las restricciones. Pero también saca tiempo, una vez por semana, para reflexionar sobre los posibles riesgos de la vuelta a la normalidad.

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