Las armas han sido fundamentales en las guerras. Desde arcos y fechas hasta los modernos drones militares de la actualidad. Esas armas fueron creadas y diseñadas por personas dedicadas al desarrollo de la tecnología, que en más de una ocasión ha sido claves en la victoria de uno u otro bando.
Como indican Neil deGrasse Tyson y Avis Lang en su libro Ciencia y guerra. El pacto entre la astrofísica y la industria militar, la ciencia no se realiza alejada de la realidad social, sino que es parte del momento histórico, y no pocas veces los científicos han tomado partido, sobre todo cuando sus países entran en conflicto.
LEE TAMBIÉN | Rusia y Ucrania: el conflicto se habría iniciado mucho antes en el terreno digital
“A menudo resulta decisivo el papel de la ciencia y la tecnología en cuestiones de guerra, ya que proporciona una ventaja asimétrica cada vez que un lado explota este conocimiento y el otro no. Si alistan en la guerra a una bióloga, ella podría considerar convertir las bacterias y virus en arma: uno de los primeros actos de guerra biológica bien podría haber sido catapultar a un animal muerto y putrefacto sobre el muro de un castillo durante un sitio”, ejemplifican.
Este es solo un ejemplo y hay mucho más en la historia. Pero uno de los eventos más recordados del uso de la ciencia y la posición tomada por los científicos en una guerra es el desarrollo de las bombas atómicas que terminaron con decenas de miles de muertes en las ciudades japonesas de Hiroshima y Nakasaki.
Proyecto Manhattan
El 6 y 9 de agosto de 1945, los Estados Unidos realizaron los ataques más letales conocidos hasta el momento. Unas 200.000 personas, en su mayoría civiles, murieron en las ciudades de Hiroshima y Nagasaki, tras el lanzamiento de las dos únicas bombas nucleares que se han usado en una guerra: la Segunda Guerra Mundial.
La bomba atómica de uranio de 13.00 toneladas de TNT de potencia que cayó sobre Hiroshima, apodada Little boy; y la bomba de plutonio que impactó Nagasaki con igual potencia que la primera, conocida como Fat man, fueron el producto del trabajo de años de un grupo de científicos, militares e ingenieros que conformaban el ‘Proyecto Manhattan’.
Entre los científicos que formaron este grupo, creado en momentos en que Alemania y la Unión Soviética también investigaban la energía nuclear, están el físico teórico estadounidense Robert Oppenheimer, conocido luego como “padre de la bomba atómica” y director del proyecto; el físico italiano-estadounidense Enrico Fermi; el matemático húngaro-estadounidense John Von Neumann; el físico judío húngaro-estadounidense Leó Szilárd y el físico nuclear húngaro-estadounidense Esward Teller.
Desde su centro de operaciones en Los Alamos, en Nuevo México, Oppenheimer, que ya estudiaba los procesos energéticos de las partículas subatómicas, inició el desarrollo de las bombas atómicas en 1943 a pedido del gobierno estadounidense.
La energía nuclear se libera cuando se produce un evento de fisión de un átomo; es decir, cuando estos se dividen en elementos más ligeros. Esto se logra al bombardear con neutrones un material fusionable, lo que provoca una reacción en cadena que libera gran cantidad de energía. Para ello, se utilizan los istótopos uranio-235 o el plutonio-239. El trabajo de Oppenheimer y compañía fue hallar un proceso para separar el uranio-235 del uranio que se encuentra en la naturaleza, además de determinar la masa crítica necesaria para la bomba.
El historiador de la ciencia José Manuel Sánchez Ron considera en su libro ‘Ciencia, científicos y guerra en el siglo XX: algunas cuestiones ético-morales’ que, a la luz de los hechos, no existe argumento válido que justifique el uso de estas armas: “Estas cifras [de las muertes] echan por tierra cualquier recurso justificativo que pretenda beneficiarse de los requisitos de la fuerza mínima y la proporcionalidad”, que son conceptos usados en el contexto de las guerras.
“Un físico en la guerra es un experto en la materia, el movimiento y la energía, y tiene una simple tarea: tomar la energía de aquí y ponerla allá. Las expresiones más potentes en este papel han sido las bombas atómicas de la Segunda Guerra Mundial, así como las bombas de fusión de hidrógeno, aun más mortíferas, que surgieron durante la Guerra Fría”, dice el astrofísico y comunicador de la ciencia Neil deGrasse.
Luego de los ataques en Hiroshima y Nagasaki, Oppenheimer se arrepintió del uso de las bombas atómicas y las decenas de muertes que causaron, y se convirtió en defensor del control internacional del poder nuclear. Según la BBC, el físico, tras conocerse el efecto de las bombas, recordó la frase del texto hinduista Bhagavad Gita: “Ahora me he convertido en la muerte, el destructor de mundos”.
El rol de Einstein
El trabajo teórico de Albert Einstein aportó las bases para la comprensión de la energía nuclear, con su famosa fórmula E: MC2, que define sus procesos.
La energía nuclear mantiene unidas las partículas subatómicas y les brinda estabilidad. Con la ecuación de Einstein se logra entender la relación entre la masa y la energía. Esto en el campo teórico, su aplicación en las bombas vendría luego. Pero no solo él aportó a este campo, sino también científicos como Enrico Fermi, quien logró la primera reacción nuclear de la historia.
Pero Einstein fue más allá. En su famosa carta del 2 de agosto de 1939, antes de la creación del proyecto Manhattan, le advierte al presidente estadounidenses Franklin Roosevelt que el mundo se encontraba en gran peligro si los nazis lograban desarrollar primero que nadie las bombas atómicas:
“[La fisión nuclear puede conducir] a la construcción de bombas [...] Una sola bomba de este tipo, transportada por barco y hecha explotar en un puerto, podría muy bien destruir todo el puerto junto a parte del territorio que le rodease”, decía la misiva.
Así, en esos años, la creación de un arma nuclear se volvió prioridad militar en EE.UU.
“La aversión que Einstein sentía por la Alemania de Hitler, el temor a que se construyese allí un arma nuclear, el realismo y sentido común que pocas veces le abandonaron hicieron que el creador de las dos teorías de la relatividad no encontrase incompatible su carta de 1939 con manifestaciones que había realizado previamente [abogando por el pacifismo]”, explica José Manuel Sánchez Ron, historiador de la Universidad Autónoma de Madrid.
En suma, la historia está llena de ejemplos de científicos que aportaron a la guerra de manera consciente o inconsciente: el fisiólogo estadounidense Arthur Galston y el agente naranja usado en la Guerra de Vietman; el ingeniero ruso Míjail Kalashnikov y su AK-47; Alfred Nobel y la dinamita... o más atrás en la historia: Leonardo Da Vinci y el diseño de armas para las guerras emprendidas por su mecenas, el duque de Milán, Ludovico Sforza, en el siglo XV.