En un primer momento, la mayoría de naciones de occidente siguió las directrices de la Organización Mundial de la Salud (OMS) sobre el uso de mascarillas ante la pandemia causada por el COVID-19, promoviendo su empleo exclusivamente en los enfermos, los que presentaban síntomas y el personal de salud.
Sin embargo, poco a poco, y debido a la nueva evidencia que fue surgiendo, varios países han cambiado su estrategia y ahora aconsejan o impone el uso de mascarillas en lugares públicos a todos sus habitantes. Tal es el caso de los Centros de Control de Enfermedades de Estados Unidos (CDC, por sus siglas en inglés), que desde el inicio de la crisis sanitaria defendieron su uso limitado, pero que el viernes pasado cambiaron la recomendación abogando un uso masivo. Nuestro país, por su parte, decretó su utilización obligatoria para salir a la calle.
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A pesar de esto, la OMS es firme en mantener su postura inicial, actitud que causa extrañeza e, incluso, desconfianza en la población. Muchos se preguntan por qué la máxima entidad mundial de la salud no da su brazo a torcer.
El Comercio conversó con epidemiólogos, infectólogos y especialistas en salud pública para aclarar mejor el panorama.
Escasez de mascarillas
En el mercado existe gran variedad de diseños y marcas de mascarillas, pero no todas tienen la misma efectividad. Así, los llamados respiradores -como el modelo N95- ofrecen una mayor protección frente a contagios. No obstante, en nuestro país dicho modelo es requerido en los hospitales solo para tratar a pacientes con tuberculosis, el resto del personal utiliza mascarillas simples.
El problema es que, ante la alta demanda de mascarillas a causa del COVID-19, los centros de salud se enfrentan al desabastecimiento y ponen en riego a sus trabajadores, que están más expuestos al contagio de esta y otras enfermedades.
Y este es un fenómeno que no solo se ve en nuestro país, sino en todo el mundo. Por eso, una de las principales quejas del personal de salud es que el común de la población no necesita mascarillas de tan alto grado de protección.
Qué tanto nos protegen las mascarillas frente al coronavirus
En la actualidad se sabe que las mascarillas ayudan a bloquear las gotitas que se expulsan cuando una persona estornuda o tose, por lo que actúan como una barrera que evita el contagio a otras personas. En cambio, como artículo de protección para una persona sana que se expone virus, la evidencia aún no es contundente.
Al respecto, Ernesto Gozzer, profesor de la Facultad de Salud Pública y Administración de la Universidad Peruana Cayetano Heredia (UPCH), explica a El Comercio que hasta la fecha no hay estudios exhaustivos que confirmen categóricamente la eficacia de las mascarillas. “Como por ética no es posible hacer estudios diseñados para probar el contagio en personas con y sin mascarillas cuando están expuestos a un aerosol que tenga el virus, no hay manera de demostrarlo”, dice.
“La mayoría de estudios que se han hecho hasta ahora son observacionales y no son concluyentes. Basándose en investigaciones anteriores para otros virus, como el de la influenza o el propio SARS, algunos dicen que puede proteger y otros, que no”, añade.
No obstante, Gozzer también aclara que los expertos tienen en cuenta que “la ausencia de pruebas no es una evidencia de que [las mascarillas] no funcionen”. Por eso, “en una situación de pandemia en la que hay una alta tasa de contagio, el principio de que una persona infectada que usa mascarilla reduce el riesgo de contagiar a otra debe extenderse a toda la población”. Podría decirse que, ante la duda, es mejor prevenir que lamentar.
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Esto se hace aún más necesario ahora que se sabe que hay un porcentaje de infectados que no presentan síntomas y pueden estar circulando por la calle mientras propagan el virus sin saberlo.
Esa es la lógica detrás de la nueva postura de los CDC, que incluso promueven el uso de mascarillas caseras -fabricadas de tela- en todos los habitantes
Investigaciones recientes
En conversación con El Comercio, el doctor Elmer Huerta manifestó estar de acuerdo con los CDC, “que acaban de cambiar su posición indicando que hay que usar las mascarillas por las nuevas investigaciones que muestran que los aerosoles se quedan en las habitaciones cerradas”.
La investigación a la que el médico se refiere fue presentada en la revista “New England Journal of Medicine” y estuvo realizada por científicos de los CDC, la Universidad de California en Los Ángeles y la Universidad de Princeton.
Asimismo, en su columna publicada el lunes en este Diario, Huerta explica que hay cierta evidencia de que “el virus puede estar en el invisible aerosol que se produce durante la respiración normal y, por lo tanto, es posible que una persona pueda contagiar el virus a través de la respiración”.
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Cuestión de estrategia
Entonces, ¿por qué la OMS sigue aferrada a la idea de mantener el uso limitado de las mascarillas?
“Pienso que es parte de una estrategia. Imaginemos que digan que lo mejor es que todo el mundo use mascarillas, no quedaría nada para los médicos. Y eso es lo que está pasando actualmente. La OMS siempre es cuidadosa en dar recomendaciones que no generen consecuencias, no necesariamente porque sean absolutamente falsas o verdaderas, sino porque son estratégicas”, opina Luis Suárez-Ognio, exjefe del Instituto Nacional de Salud (INS).
Según el especialista, la OMS ha tomado decisiones de este tipo en anteriores ocasiones, por ejemplo, en pacientes con VIH. Los protocolos establecen que una madre infectada debe suspender la lactancia y alimentar a su bebé con leche artificial, pues puede contagiarlo. Pero en África no siempre se sigue esa regla. “Si se le pide a la madre que suspenda la leche materna, es prácticamente imposible que el bebé reciba leche artificial. Más riesgo hay de que el recién nacido muera por deshidratación, diarrea, contaminación o por otra causa que por el VIH”.
El experto en salud pública considera que para combatir al virus se tienen combinar medidas, ya que el uso de mascarilla por sí solo no garantiza buenos resultados. Se debe tomar en cuenta tres factores: la eficiencia de la transmisión, es decir, qué tan contagioso es el virus; la tasa de contacto social, que considera cuán expuesta se encuentra la persona; y la duración de la infecciosidad, que tiene que ver con cuánto tiempo es capaz de propagar el virus un infectado.
El primer factor se controla con el uso de mascarillas, el segundo con el distanciamiento social y el tercero asilando a las personas con síntomas.
Falsa seguridad
La OMS ha alertado que las mascarillas pueden dar una falsa sensación de seguridad, haciendo que se olvide la medida más eficaz: guardar distancias y lavarse las manos.
“El uso de mascarillas en sí no garantiza la protección si no se combina con otras medidas. El problema es que la gente que las utiliza puede tener un falso sentimiento de seguridad y olvidar otros gestos esenciales como lavarse las manos”, ha dicho el portavoz de la OMS, Tarik Jasarevic.
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En esa misma línea, Ciro Maguiña, vicedecano del Colegio Médico del Perú y médico infectólogo de la Universidad Peruana Cayetano Heredia, es enfático en recalcar que no solo se trata de llevar mascarilla, es muy importante saber usarla. “Por más de que tengamos máscaras, si la estamos manipulando, el virus se queda en nuestra mano y podemos contagiarnos al cogernos la cara o contaminar las superficies que tocamos".
Mascarillas de tela
Al igual que los CDC en Estados Unidos, en nuestro país, el Minsa publicó el pasado 30 de marzo la norma de especificación técnica para la confección de mascarillas faciales textiles de uso comunitario, teniendo en cuenta su desabastecimiento.
Todos los especialistas consultados para esta nota concuerdan en que las mascarillas de tela pueden cumplir la misma función que una quirúrgica, aunque es verdad que, dependiendo del material, pueden ofrecer mayor o menor protección.
Clic aquí para ver la guía del Minsa para hacer mascarillas de tela
Clic aquí para ver la guía de los CDC para hacer mascarillas de tela
Sigamos todas las indicaciones
La ciencia no es estática, va investigando constantemente, cuestionándose a sí misma y ampliando su conocimiento. El mejor ejemplo lo tenemos en el panorama actual. Al ser el coronavirus un virus tan nuevo del que poco se sabe, los científicos van precisando o cambiando ideas que tenían en un comienzo. Lo mismo pasa con el tema de las mascarillas.
• La importancia de entender cómo funciona la ciencia
La conclusión más clara en todo esto es que, por más que las usemos, no tenemos que dejar de lado las demás indicaciones dadas por autoridades y especialistas, no hay una fórmula mágica para vencer a la enfermedad. Respetemos el distanciamiento social, evitemos salir de casa, seamos muy cuidadosos a la hora de manipular la mascarilla y, sobre todo, tengamos siempre presente que el jabón, por más simple que parezca, tiene la increíble capacidad de “matar” al virus.
* El Comercio mantendrá con acceso libre todo su contenido informativo sobre el coronavirus.
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¿Cuáles son los síntomas del nuevo coronavirus?
Entre los síntomas más comunes del COVID-19 están: fiebre, cansancio y tos seca, aunque en algunos pacientes se ha detectado dolor corporal, congestión nasal, rinorrea, dolor de garganta y diarrea. Estos malestares pueden ser leves o presentarse de forma gradual; sin embargo, existen casos en los que la gente se infecta, pero no desarrolla ningún síntoma, precisó la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Además, la entidad dio a conocer que el 80 % de personas que adquieren la enfermedad se recupera sin llevar un tratamiento especial, 1 de cada 6 casos desarrolla una enfermedad grave y tiene dificultad para respirar, la gente mayor y quienes padecen afecciones médicas subyacentes (hipertensión arterial, problemas cardiacos o diabetes) tienen más probabilidades de desarrollar una enfermedad grave y que solo el 2 % de los que contrajeron el virus murieron.
¿Quiénes son las personas que corren más riesgo por el coronavirus?
Debido a que el COVID-19 es un nuevo coronavirus, de acuerdo con los reportes que se tienen a nivel mundial, las personas mayores y quienes padecen afecciones médicas preexistentes como hipertensión arterial, enfermedades cardiacas o diabetes son las que desarrollan casos graves de la enfermedad con más frecuencia que otras.
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