Desde este miércoles 15 de setiembre inicia un proyecto piloto en al menos 16 colegios de Lima para el inicio de las clases semipresenciales, luego de meses de cierre debido a la pandemia de COVID-19.
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Un informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS) mostraba a inicios de 2021 que los colegios de manera general no han sido focos superpropagadores del COVID-19 y los pocos casos en los que se convirtieron en fuente de transmisión coincidieron con el incumplimiento de medidas de prevención.
Entre sus principales conclusiones, figura que los colegios en 2020 simplemente reflejan la situación epidémica de la comunidad en la que están insertados y que cuando la transmisión del virus es baja a nivel comunitario, los niños y los centros educativos no parecen ser centros de contagio del COVID-19.
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Se cuenta con datos de estudios que señalan que en el contexto educativo los contagios entre el personal fueron mucho más comunes que el contagio entre empleado y alumno.
Los casos de contagio entre alumnos fueron todavía más esporádicos.
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Asimismo, existe poca evidencia científica que sugiera que el personal escolar tiene un riesgo mayor de contagio que la población en general.
Por el contrario, una investigación realizada en el Reino Unido concluyó que quienes trabajan en colegios tienen un riesgo menor de infección que el resto de trabajadores.
Otro estudio, esta vez realizado en Estados Unidos entre 57.000 trabajadoras en espacios de cuidado infantil, concluyó que estas no tenían ningún riesgo adicional de infección.
Sin embargo, ante la aparición de nuevas variantes del coronavirus SARS-CoV-2 más contagiosas, la OMS afirmó que se requieren análisis suplementarios por sexo y edad para poder definir si impactan de manera diferente en los niños.
Lo que muestran los datos
Tras un año y medio de pandemia las cifras han dejado reflejado el generoso impacto que tiene el covid en los niños y adolescentes. La sintomatología de los menores es más suave, aunque algunos de ellos no se han librado de la hospitalización y el ingreso en UCI.
Datos en España muestran que menos del 1 % ha sido hospitalizado y un 0,05 % ha acabado en la UCI, con una letalidad que apenas roza el 0,005 %. En el Perú, a agosto de 2021, 930 niños y adolescentes fallecieron durante toda la emergencia sanitaria por COVID-19, lo que representa el 0,5% del total de muertes. Y los casos de COVID-19 en menores de 18 han superado los 117 mil.
Los niños desarrollan un curso clínico mucho más leve que los adultos y, pese al papel de supercontagiadores que se les atribuyó al principio, también infectan menos.
Su sintomatología “suele ser más difusa y menos específica”, con más prevalencia de episodios gastrointestinales, aunque la delta ha traído un común denominador para mayores y pequeños, que ahora presentan más “mocos, sensación de nariz tapada y otros síntomas más gripales” que con otras variantes, dijo a EFE el epidemiólogo Quique Bassat coordinador del Grupo de Trabajo de la Asociación Española de Pediatría (AEP) para la Reapertura de la Escolarización.
El experto tranquiliza: “Todas las infecciones respiratorias suelen ser peores en los menores de un año que en los mayores”. “Pasa con el sincitial y otros muchos que, en los pocos cuadros que se dan graves, en esta franja lo son más porque el sistema inmune no está del todo construido y no tienen la independencia para avisar, moverse o respirar que tienen los mayores”.
Con todo, también pueden tener un curso grave de la enfermedad e incluso sufrir el impacto de COVID-19 persistente, independientemente de si son asintomáticos.
La incidencia es similar a la de los mayores y se calcula en torno a un 10%. Sus principales secuelas son la fatiga, dolor de cabeza, disnea, debilidad, confusión mental, deterioro cognitivo y cambios de humor.
Más riesgo en el hogar
Aun en el curso escolar, los niños tienen mucha mayor probabilidad de contagiarse en sus hogares.
Nueve de cada diez menores de 1 año se infectaron en casa y el 5% en la guardería; en la franja de 2 a 5 años, los porcentajes se sitúan en el 80% y 16,6%, respectivamente; en la de 6 a 11 años, en el 83,2% y 13,5%; en la de 12 a 15 años, en el 79% y 16,2%; y en la de adolescentes de 16 y 17 años, en el 73,1% y 14%, según los datos de España.
“Aquí la presencialidad ha funcionado porque las medidas se han seguido de manera superestricta” y “si queremos volver a la escuela presencial, habrá que empezar de la misma manera que acabamos, con las mismas medidas, que funcionaron tan bien cuando no había vacunas”, recalca el portavoz de la AEP.
¿Y las vacunas?
Ya hay vacunas aprobadas para niños y adolescentes. Por ahora pueden ser aplicadas a los mayores de 12 años, hasta que Pfizer y Moderna concluyan sus ensayos en niños de 5 a 11 años, cuyos resultados esperan para fines de año. En el Perú, la vacuna de Pfizer está aprobada para adolescentes con comorbilidades.
Todos deberán seguir las mismas normas, vacunados o no, ya que “al fin y al cabo estarán mezclándose”; la única diferencia, como ocurre con los adultos, es que los que sí lo estén no tengan que hacer cuarentena en caso de ser contacto estrecho.
“Vacunarlos es indispensable para que lleguemos a una protección grupal más eficiente. Si no les vacunamos, evidentemente no llegaremos al control funcional de la pandemia”, dice el experto.
¿Hay riesgo para los profesores?
Ni los profesores ni los miembros de sus hogares tuvieron un mayor riesgo de ingreso hospitalario con COVID-19 o de sufrir COVID-19 grave en ningún momento durante el año académico 2020-21 en comparación con los adultos en edad laboral similares, incluso durante los períodos en que las escuelas estaban completamente abiertas, según un estudio publicado por ‘The BMJ’ esta semana.
Según los autores, a partir de este estudio no es posible decir por qué los profesores no corren un mayor riesgo que el promedio de los adultos en edad de trabajar. Podría ser que las escuelas no sean, en comparación con el entorno laboral “medio”, un entorno de alto riesgo. O porque los profesores no corran un mayor riesgo debido a que, en general, son más sanos o más cuidadosos con los comportamientos relacionados con el COVID-19 que otros grupos profesionales, aunque en el estudio se intentó tener en cuenta estas diferencias.
En cualquier caso, como señalan los autores, la mayoría de las profesoras del estudio eran mujeres jóvenes con pocas afecciones de salud subyacentes, por lo que tenían un riesgo absoluto bajo de padecer COVID-19 grave y de ingresar en el hospital con COVID-19. Afirman que “es probable que nuestras observaciones sean de interés para los profesores, los miembros de sus hogares, los responsables políticos y la población en general”.
Los estudios existentes no indican que los profesores hayan tenido un mayor riesgo de ingreso hospitalario con COVID-19, aunque se encontraron algunas variaciones según el tipo de profesor, y son anteriores a la difusión generalizada de las variantes Alfa y Delta.
Así que los investigadores de Escocia se propusieron comparar el riesgo de COVID-19 entre los profesores y los miembros de sus hogares con los trabajadores sanitarios y los adultos en edad laboral de la población general, utilizando datos escoceses de marzo de 2020 a julio de 2021.
La mayoría de los profesores eran jóvenes (edad media de 42 años), el 80% eran mujeres, y el 84% no tenían condiciones existentes (comorbilidades). Durante el período de estudio, el riesgo global de ingreso hospitalario con COVID-19 se mantuvo por debajo del 1% para los profesores, los trabajadores sanitarios y los adultos en edad laboral de la población general.
Tras ajustar por factores como la edad, el sexo, el origen étnico y la privación, los resultados muestran que en el periodo inicial de cierre de las escuelas (primavera/verano boreal de 2020), el riesgo de ingreso hospitalario con COVID-19 fue alrededor de un 50% menor en los profesores y los miembros de sus hogares que en la población general.
Por el contrario, durante este mismo periodo, el riesgo era casi 4 veces mayor en los trabajadores sanitarios de cara al paciente y casi el doble en los miembros de su hogar.
Los investigadores reconocen que la pronta adopción de la vacunación en los profesores podría haber contribuido a su protección durante un periodo en el que la variante Delta era común, pero dicen que estos resultados “deberían tranquilizar a quienes se dedican a la enseñanza presencial”.
En ese sentido, este lunes la Organización Mundial de la Salud (OMS) y Unicef dijeron que los profesores y el personal escolar deberían estar entre los grupos prioritarios de la vacunación contra el COVID-19 para que las escuelas de Europa y Asia central puedan permanecer abiertas.
Las medidas para asegurar que las escuelas estén abiertas durante la pandemia “incluyen ofrecer a los profesores y otro personal escolar la vacuna anticovid, como parte de los grupos objetivo en los planes nacionales de vacunación”, indicaron las agencias de la ONU en un comunicado.
La recomendación, que había sido formulada en noviembre de 2020 por un grupo de expertos de la OMS antes de la salida de las vacunas, deberá hacerse “asegurando la vacunación de las poblaciones vulnerables”, agrega el comunicado.
Riesgo para los que viven con niños
Un estudio publicado en marzo en ‘The BMJ’ arrojó luz sobre el riesgo de infección por SARS-CoV-2 y los resultados del COVID-19 entre los adultos que vivían con y sin niños durante las dos primeras oleadas de la pandemia en el Reino Unido. No ha encontrado evidencia de un mayor riesgo en la primera ola (febrero a agosto de 2020), mientras en la segunda (de septiembre a diciembre) se observaron pequeños mayores riesgos de infección e ingreso hospitalario, pero no se tradujo en un riesgo significativamente mayor de mortalidad por COVID-19.
El papel de los niños y adolescentes en la transmisión del SARS-CoV-2 aún es incierto. Alguna evidencia sugiere que son menos susceptibles a la infección porque contraen más resfriados por coronavirus estacionales cada año que los adultos.
Los adultos que viven con niños también tienen más “resfriados comunes” que los que no viven con niños y esto podría dar lugar a un menor riesgo de resultados graves de la infección por SARS-CoV-2. Por el contrario, vivir con niños puede generar mayores oportunidades de infección por SARS-CoV-2 y mayores riesgos para los adultos con los que viven.
Para abordar esta incertidumbre, los investigadores investigaron si el riesgo de infección y los resultados graves del COVID-19 diferían entre los adultos que vivían con y sin niños en edad escolar durante las dos primeras oleadas de la pandemia del Reino Unido.
Se basaron en datos de atención primaria de 12 millones de adultos (mayores de 18 años) vinculados a ingresos hospitalarios y de cuidados intensivos y registros de defunción en Inglaterra durante el ciclo 1 (1 de febrero al 31 de agosto de 2020) y el ciclo 2 (1 de setiembre al 19 de diciembre de 2020).
Se registró la presencia y edad de los niños en cada hogar, y se tomaron en cuenta los factores que se sabe están asociados con el COVID-19 severo, como la edad, el sexo, la etnia, el peso (IMC) y las condiciones de salud subyacentes. Luego, los investigadores analizaron los datos para ver quién desarrolló la infección por SARS-CoV-2, fue ingresado en un hospital o cuidados intensivos, o murió de COVID-19.
El daño educativo
En el año 2020, las escuelas de todo el mundo estuvieron completamente cerradas durante un promedio de 79 días lectivos, según indica Unicef. Sin embargo, después de que comenzara la pandemia, los centros de 168 millones de estudiantes siguieron cerrados durante prácticamente todo el año. Incluso ahora, muchos niños se enfrentan a una situación sin precedentes en la que su educación quedará interrumpida por segundo año consecutivo.
En este sentido, la organización alerta de que las consecuencias asociadas al cierre de las escuelas (falta de aprendizaje, ansiedad, dificultades para recibir las vacunas y un mayor riesgo de caer en el abandono escolar, el trabajo infantil y el matrimonio infantil) afectarán a muchos niños, sobre todo a los estudiantes más jóvenes, que se hallan en las etapas más decisivas del desarrollo.
Si bien celebra que en países de todo el mundo se están tomando medidas para ofrecer educación a distancia, un 29% de los estudiantes de educación primaria no están recibiendo ninguna ayuda. Además de la falta de recursos que se precisan en esta modalidad de educación, es posible que muchos niños no puedan participar debido a que no cuentan con apoyo para utilizar la tecnología, viven en un entorno de aprendizaje inadecuado, tienen que ocuparse de las tareas del hogar o se ven en la obligación de trabajar.
Tal y como afirma Unicef, vario estudios han demostrado que las experiencias escolares positivas durante este periodo de transición son un factor que permite predecir los resultados sociales, emocionales y educativos de los niños en el futuro. Del mismo modo, los niños que se quedan atrás durante los primeros años de su educación suelen seguir rezagados el resto del tiempo que permanecen en la escuela, una brecha que se acentúa a medida que pasan los años. Además, los ingresos del niño en el futuro dependen proporcionalmente del tiempo que recibe una educación.
Si no se emprenden medidas de mitigación, el Banco Mundial estima que esta generación de estudiantes sufrirá una pérdida de unos 10.000 millones de dólares (unos 8.526 millones de euros) en ingresos cuando sean adultos. Además, existen pruebas que demuestran que el coste de abordar las brechas en el aprendizaje es menor y más efectivo cuando se actúa con tiempo, y que las inversiones en la educación favorecen la recuperación, el crecimiento y la prosperidad económica.
Tres prioridades
Por todo ello, Unicef pide a los gobiernos que vuelvan a abrir las escuelas para reanudar la educación presencial y que proporcionen a los estudiantes una respuesta integral de recuperación. Junto con el Banco Mundial y la Unesco, Unicef insta a los gobiernos a centrarse en tres prioridades esenciales con el propósito de favorecer la recuperación en las escuelas.
La primera de estas prioridades es los programas específicos que faciliten el regreso de todos los niños y jóvenes a la escuela y les proporcionen acceso a servicios adaptados que les permitan abordar sus necesidades en materia de educación, salud y bienestar psicosocial, entre otras.
En segundo lugar, proponen clases de recuperación efectivas que ayuden a los estudiantes a ponerse al día con el aprendizaje perdido y, por último, una ayuda para los maestros, de manera que puedan subsanar las pérdidas de aprendizaje e incorporar la tecnología digital a sus clases.
“El primer día de escuela es un día de esperanza y posibilidades; un día para comenzar por el buen camino. Sin embargo, no todos los niños comienzan por el buen camino. Algunos ni siquiera comienzan (...) Debemos volver a abrir las escuelas cuanto antes y reanudar la educación presencial, y debemos abordar de inmediato las brechas que se han producido en la enseñanza debido a la pandemia. Si no lo hacemos, es posible que algunos niños nunca se pongan al día”, advierte Henrietta Fore.
Durante las próximas semanas, Unicef seguirá movilizando a sus aliados y a la población general con el fin de “impedir que esta crisis educativa se convierta en una catástrofe”. Las campañas en vivo y en línea reunirán a dirigentes mundiales, maestros y madres y padres en torno a una causa común: volver a abrir las escuelas cuanto antes y reanudar la educación presencial.
Agencias
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