Desde las aguas de uno de los lugares más inhóspitos del planeta, en el llamado “fin del mundo”, un grupo de científicos chilenos rastrea desde virus microscópicos hasta enormes ballenas para colaborar con el armado del gran rompecabezas del cambio climático.
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A bordo del buque oceanográfico de la Marina de Chile “Cabo de Hornos”, 19 científicos exploran por nueve días los confines del continente americano, en la región chilena de Magallanes, para investigar la presencia de organismos nocivos y el impacto del cambio climático.
La necesidad de implantar políticas más urgentes para atender la emergencia climática ronda la mente de los miembros de esta expedición, que zarpa desde la ciudad de Punta Arenas y navega por los canales y fiordos del Estrecho de Magallanes hasta llegar al Canal de Beagle, que conecta el océano Atlántico con el Pacífico.
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“Creo que somos la voz de lo que la naturaleza no puede decir”, dice Wilson Castillo, un estudiante de bioquímica de 24 años. “Como científicos tenemos mucho que aportar, en especial en un escenario de cambio climático”, asegura.
Es el más joven del grupo de biólogos marinos, físicos y químicos que procesan muestras tomadas del mar para un estudio liderado por el Centro de Investigación Dinámica de Ecosistemas Marinos de Altas Latitudes (IDEAL).
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Castillo filtra agua marina y captura desde virus hasta microorganismos “más grandes, aunque no superen la quinta parte de un milímetro”. En sus diminutos tesoros, ve piezas del inmenso rompecabezas que se deberá armar para preservar el planeta.
La puesta en escena es espectacular por el clima absolutamente cambiante de los canales y fiordos que rodean esta región, pero la mayoría de los científicos no tiene tiempo para la contemplación.
Continúan su labor cuando lluvias plomizas -arrastradas por fríos vientos marinos- se disipan rápidamente haciendo que paisajes prácticamente monocromáticos estallen en colores. Y tampoco se paran a observar los arcoíris que se suelen formar mientras las nubes se alejan, en una transición que puede darse varias veces en un mismo día.
“Filtrar o morir”, bromea Castillo, alterando una consigna militar que leyó en una medalla conmemorativa de la embarcación y sin parar de estudiar el agua marina extraída como parte de expedición “Exofan”, que debió ser pospuesta un año por la pandemia.
Cambio climático veloz
La misión pone especial atención en el posible surgimiento de floraciones algales nocivas (FAN), conocidas como marea roja. Este fenómeno, registrado por primera vez hace casi 50 años en la región de Magallanes, dejó entonces un total de 23 personas fallecidas y más de 200 intoxicadas.
A medida que avanza el calentamiento global, muchos glaciares de la Patagonia pierden terreno, volcando en su derretimiento grandes cantidades de agua dulce a los mares.
Estudiar las aguas de este lugar es clave porque presentan condiciones que se espera surjan en otros sistemas marinos en las próximas décadas, a medida que ocurren profundos cambios debido al aumento de las liberaciones de C02 a la atmósfera y al retroceso de los glaciares.
Ya han sido observadas algunas variaciones en nivel de PH o salinidad, sobre todo en aguas superficiales.
Pero “desconocemos cómo los organismos y específicamente los microorganismos van a responder a estos efectos”, admite el jefe científico de la misión, José Luis Iriarte.
En las 14 paradas programadas, una roseta -como llaman a un aparato con botellas que mandan hasta 200 metros al fondo del mar- recolecta agua a diferentes niveles.
Otros equipos recaban muestras de tierra del fondo marino -algunas veces a más de 300 metros de profundidad- mientras se buscan también algas y moluscos en las orillas.
Iriarte pide más urgencia en las políticas para hacer frente a la crisis climática.
“Los planes regionales de mitigación y adaptación al cambio climático van desfasados respecto de lo que está ocurriendo en el ambiente. El ambiente va más rápido de lo que estamos respondiendo como sociedad”, advierte.
Ballenas
Desde el punto más alto del buque, el biólogo marino Rodrigo Hucke pasa horas buscando señales que indiquen la presencia de ballenas. Al divisar un lejano chorro de agua, los ojos de Hucke se iluminan y se escucha el grito de “ballena”.
Es una “jorobada” que nada cerca del barco. Hucke salta a una pequeña lancha que le permite acercarse para intentar recolectar sus excrementos, en los que quieren buscar información sobre cómo podría estar cambiando la alimentación de estos inmensos cetáceos. Esta vez no lo logra.
Profesor universitario y veterano de los mares, asegura que desde que vio una ballena por primera vez, hace unos 25 años, la excitación se repite con cada avistamiento.
Lamenta que tuvieran que pasar tantos años para que la problemática de los océanos, que cubren el 70% del planeta, fuera tomada seriamente en la última Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP).
Tras dos años de discusión, espera que la próxima cumbre en Egipto, la COP27, marque el inicio de una verdadera transformación global.
“El 2022 tiene que cambiar todo esto y ya hay una decisión concreta en avanzar hacia políticas profundas de cambio de cómo hacemos las cosas como humanos”, afirma.
Termina la expedición y los científicos dejan atrás lo que Hucke cree puede llegar a ser “uno de los últimos bastiones de biodiversidad en la tierra”.
De regreso a sus laboratorios y aulas, pasarán meses hasta que terminen de procesar y encontrar las respuestas que fueron a buscar hasta el fin del mundo.
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