AGENCIA MATERIA
Toda la vida es extraterrestre. Hace 9.000 millones de años, mucho antes de que la Tierra fuese siquiera un proyecto de planeta, las piezas con las que después se construirían los organismos vivos ya existían en el universo. Alexei Sharov, del Instituto Nacional del Envejecimiento en Baltimore (EE.UU.), y Richard Gordon, del Laboratorio de Especímenes del Golfo en Florida, han planteado esta hipótesis apoyándose en una ley planteada en los años 60 para calcular el ritmo al que crecería la capacidad de las computadoras. En 1965, el cofundador de Intel Gordon E. Moore afirmó que el número de transistores por unidad de superficie en circuitos integrados se había duplicado cada año desde la invención de los circuitos en 1958 y que la tendencia continuaría durante la siguiente década.
El tiempo ha dado la razón a Moore y su ley ha mostrado su utilidad para hacer predicciones en otros campos. Según se explica en la revista MIT Technology Review, el número de publicaciones científicas, por ejemplo, se duplicó una vez cada 15 años entre 1960 y 1990. Reconstruyendo ese proceso a la inversa, se podría calcular el inicio de las publicaciones científicas hacia 1710, durante la época en que vivió Isaac Newton.
En un artículo publicado en Arxiv, Sharov y Gordon cuentan cómo tomaron como referencia los niveles de complejidad de la vida en distintos niveles de la evolución: desde los procariotas, un tipo de organismos formados por una sola célula sin núcleo al que pertenecería el ancestro común a todos los seres vivos del planeta, a los eucariotas, formados por la asociación entre procariotas, a los seres más complejos, formados por varias células eucariotas, como los gusanos, los peces o los mismos humanos. Con estas referencias calcularon que el ritmo al que se incrementaba la complejidad de la vida era exponencial como el predicho por la ley de Moore y que se doblaba cada 376 millones de años.
Con esa estimación, hicieron el cálculo hacia atrás, desde los seres más complejos hasta llegar al primero de los nucleótidos, una especie de ladrillos de ADN con los que se empezaron a construir todos los seres vivos. El resultado colocaba el origen de la vida hace unos 9.500 millones de años, con un margen de error de 2.500 millones de años arriba o abajo. Si su cálculo fuese correcto, la vida habría aparecido mucho antes de la formación de la Tierra, hace 4.500 millones de años, y su nacimiento podría incluso estar muy cercano al Big Bang, el gran estallido que dio origen a nuestro universo hace 13.600 millones de años.
El planteamiento, que según reconocen los propios autores es muy especulativo, tiene varias consecuencias interesantes. Por un lado, la vida habría llegado a la Tierra desde el espacio viajando a bordo de cometas o asteroides, pero la hipótesis descartaría que una especie extraterrestre superior hubiese sembrado de vida nuestro planeta. La vida necesitó unos 5.000 millones de años para alcanzar la complejidad de las bacterias y, por lo tanto, no sería posible que cuando apareció la Tierra ya hubiese seres inteligentes en otros lugares del cosmos.
“Nuestra hipótesis implica que la vida sería muy similar en otros planetas, al menos en la parte vecina de nuestra galaxia, pero eso no significa que los ritmos de evolución sean los mismos en todos los planetas”, explica Sharov. “La vida evolucionará más despacio en planetas con ambientes hostiles”, pero las civilizaciones como la humana estarían empezando a surgir justo ahora porque “todos los planetas con condiciones favorables mostrarán similares ritmos de evolución, porque esos ritmos estarán determinados principalmente por factores intrínsecos”, añade.
CRÍTICAS AL ESTUDIO Las implicaciones de que Sharov y Gordon tuviesen razón serían enormes, pero muchos científicos ya han mostrado su escepticismo. En otro artículo publicado en Arxiv, un equipo dirigido por Caren Marzban de la Universidad de Washington, recuerda la escasez de datos que existen sobre los organismos que vivieron en la Tierra durante sus primeros 2.000 millones de años de historia. Por ejemplo, señalan, “el tamaño del genoma funcional de los procariotas se estima a partir del genoma más pequeño de este tipo de organismos” y hay incertidumbres de millones de años sobre el momento en el que sus genomas se transformaron.
Además, según explica el líder del grupo de Genómica Comparativa del CRG, Toni Gabaldón, “sabemos que el tamaño del genoma no tiene por qué incrementarse linealmente”. “En el caso de la endosimbiosis, por ejemplo, cuando las células procariotas se asociaron para formar células eucariotas, el pool de genes se duplicó en un evento”, añade. “Por otro lado, sabemos que en otras ocasiones los genomas han disminuido. Por ejemplo en algunas bacterias, se ha perdido parte del genoma por adaptación a un nicho muy reducido”, concluye.
Otro de los defectos que detecta Marzban en su artículo es que solo se utilicen regiones codificantes como medida de la complejidad del genoma, sin tener en cuenta que el papel de regulación de las zonas del genoma que no codifican pueden agregar una complejidad que se ignora. “Basar la complejidad del genoma de organismos extintos basándose en una estimación incierta del tamaño del genoma funcional de organismos actuales, puede ser doblemente defectuoso”, afirma. En resumen, si se incluyen factores de incertidumbre como los mencionados, Marzban y su equipo consideran que el origen de la vida podría situarse sin problemas por debajo de los 4.500 millones de años de edad de la Tierra.
Pese a todo, los autores del estudio siguen defendiendo la validez de sus planteamientos como ejercicio para superar el pensamiento convencional. “Muchos libros de texto y artículos científicos presumen que la vida comenzó en la Tierra sin cuestionar esa asunción”, enfatiza Gordon. “Nuestro artículo abre la puerta para que esa asunción se evalúe más a fondo”, afirma.
Pese a las discrepancias, todos los investigadores están de acuerdo en una cosa: “Lo que nos daría pistas sobre si la vida se originó en la Tierra o en otros planetas, sería encontrar restos de vida en esos planetas”, asevera Gabaldón. Sharov también cree que un hallazgo de ese tipo es la única manera de zanjar este debate. “Si la Tierra fue contaminada con la vida, entonces otros objetos del Sistema Solar también fueron contaminados, pero como los entornos de otros planetas y satélites suelen ser muy hostiles, es probable que la evolución de la vida haya sido más lenta que en la Tierra”, explica el investigador de Baltimore.
“Por lo tanto, es posible que encontremos bacterias que sean mucho más cercanas a las que viajaron por el espacio”, añade. “No obstante, es posible que algunas bacterias hayan viajado desde la Tierra a otros objetos del Sistema Solar, así que necesitaremos modelos matemáticos para distinguir los colonos originales de otras adiciones posteriores que pudiesen llegar por medio de viajes interplanetarios”, remacha.