Quino está sentado en el comedor de Mafalda a punto de beber su primer sorbo de sopa. Es crema de espinaca. A sugerencia de su compañera de toda la vida, Alicia Colombo, coge el tazón de loza blanca y se lo lleva a la boca. Somos cinco personas las que estamos en el interior F, el recreado departamento clasemediero donde la chica de 6 años vivió junto a sus padres y su hermano menor Guille, el cual es parte de la exposición El mundo según Mafalda. Esta fue inaugurada el 14 de setiembre en la Usina del Arte, en el bonaerense barrio de La Boca. El encuentro allí no es poca cosa. Se trata de la reproducción exacta del lugar donde creció, al menos en el papel, uno de los personajes de tira cómica más extraordinarios creados jamás.
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El espacio posee mobiliario de la década del 60, época en que el humorista gráfico concibió a la nena que se la pasaba preocupada por la humanidad y cuestionando el legado de los adultos. En el living están las plantas que tanto cuidaba el jefe de la familia y un tocadiscos con varios LP de Los Beatles por los que ella y sus entrañables amigos se volvían locos (menos Manolito). Y sobre la mesa, los platos hondos que anunciaban la inminente ejecución perpetua de mamá Raquel, esa tortura diaria que para la chiquilina de abundante pelo negro constituía una derrota constante, un acto con el que no pudieron ni sus más sagaces argumentos: la hora de tomar la sopa.
Ver al dibujante argentino en los últimos tiempos fue casi tan raro como atestiguar el paso de una estrella fugaz. Joaquín Lavado (como se llama de verdad) casi no concedía entrevistas y solo hacía esporádicas apariciones públicas. Ello no tiene que ver con que sea llamado maestro o genio por donde quiera que pase. O que este año haya recibido, entre las tantas condecoraciones que ha acumulado en 60 años de carrera, la insignia de oficial de la Legión de Honor Francesa o el premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades. Se debe, en realidad, a sus 82 años y un bastante frágil estado de salud. Pero él se encuentra allí, en el centro cultural, por una razón que no está pasando desapercibida. El 27 de setiembre se cumplen 50 años de la publicación de la primera tira de Mafalda y esta es una de las actividades más relevantes entre todas las que se están organizando ahora en Argentina para celebrar el cumpleaños de su niña más consentida. No es fácil entrar al departamento F, donde se halla guarecido y resguardado tras recorrer la muestra, pero se consigue. Luego de una breve conversación, y antes de salir (o que nos echen), lo atrapamos con las manos en la sopa:
—Mmfff … —mustiga Quino, después del trago inicial.
—¿No está buena, don Joaquín? —pregunto absorta por el tamaño de escena que estoy presenciando.
—Demasiado salada… — dice con su característica voz de pocos decibeles—. No está fea, pero se les pasó...
—¿Le prepara usted sopas, doña Alicia?
—Muchas. Nosotros somos muy soperos — responde ella, tumbándose sin querer queriendo un axioma tal vez mundial.
—¿Cuál es su preferida, don Joaquín?
—Tengo varias, aunque puede ser la de alverja partida.
—Y bueno… —interviene Paulina Cossi, miembro de su equipo de prensa—. Qué diría Mafalda de todo esto…
Pasa que Quino no es el padre de Mafalda. Es ella misma. Pero a la vez, no. Todo con ellos es dar la contra. Y es precisamente esa radical autenticidad lo que ocasiona, entre otros motivos, que a los dos se los termine queriendo tanto.
“¿Un deseo por los 50 años de Mafalda? No sabría por dónde empezar, si por el país o por el mundo. Quisiera que ambos salgan adelante. Y la paz, sin duda”, comenta el artista nacido en Mendoza. Agrega que últimamente anda muy abrumado por tanto homenaje, lo cual lo pone ineludiblemente en una encrucijada. "Por una parte me infla el egocentrismo, pero al mismo tiempo pienso si no es demasiado. “Hace unos días fui a la proyección de un filme sobre Las Malvinas y se me acercaron veteranos a decirme ‘gracias maestro por lo que nos has dado’. Yo me sentí un gusanito al lado de ellos que fueron a la guerra. Se me arma un lío conmigo mismo”, detalla. Su sencillez le motiva a decir que no está seguro si la chiquilina de su creación se mantenga mucho más en vigencia. “Los chicos de hoy están metidos todo el tiempo en los teléfonos…”. Nadie quiere estar de acuerdo con él.
Vigencia legendaria
Daniel Divinsky ha trabajado con Quino los últimos 44 años. Es dueño de Ediciones de la Flor, encargada de publicar los libros de Mafalda desde entonces. En la sede de la empresa, en Palermo, solo se ve a la protagonista en un póster pegado en la luna del comedor. En ningún otro sitio más, excepto en el almacén. Allí se acopian los miles de textos que son distribuidos luego en América y España.
Estos, sin embargo, comenzaron a ser impresos después de que la tira ya fuera famosa. Quino la había parido en 1963 para la campaña publicitaria de unos productos electrodomésticos llamados Mansfield. Lo único que pidieron los clientes fue que los nombres de los personajes empezaran con la letra M. El proyecto nunca se concretó y el dibujante recién les daría uso en 1964 cuando empezó a colaborar con el semanario Primera Plana. Un año después lo haría seis veces a la semana a través del diario El Mundo, con lo cual traspasaría fronteras. Aduciendo que la pequeña no tenía más que decir, el autor deja de dibujarla en 1973.
“La seguimos editando hoy porque el interés nunca decayó. Creo, como dice él, que la vigencia del éxito es la prueba de que ella fracasó en su intento por cambiar el mundo. Si sus reflexiones siguen teniendo repercusión es porque este no varió en nada. Además, Mafalda no es una tira de aventuras, sino de reflexiones propias de una clase media con la que la gente se ve identificada”, explica Divinsky. No sabe cuántos libros han publicado, porque recién llevan la cuenta desde que tienen computadora (a fines de los 80), pero calcula que son más de dos millones por cada uno de los 10 populares tomitos.
Con él coinciden Sergio García (32) y Mirta Miñam (56), fanáticos de la tira. Sentados en una banca del parque Mafalda, en el distrito de Colegiales, intercambian información, anécdotas, libros por primera vez. El primero abrió una cuenta en Facebook con la intención de fundar el Mafalda Fan Club Argentina, que increíblemente no existía (hay uno en Italia). La segunda, en tanto, es seguidora desde los 6 años, usa las agendas a partir de 1995 y tiene todo el merchandising posible. “Es re actual. Si antes se criticaba la guerra de Vietnam, hoy se aplica perfecto a lo del Medio Oriente. La inflación sigue matando a la clase media. Estamos en las mismas”, narra.
El hablar de temas maravillosos de los años 60 como Los Beatles, pero sobre todo el criticar aquella coyuntura que incluía a la amenaza atómica, el racismo, la conquista espacial, la superpoblación, los militares, Estados Unidos y Rusia, hizo que ella se ganara el respeto, primero de Argentina. De ahí que, por ejemplo, el escritor Julio Cortázar llegara a decir: “No tiene importancia lo que yo pienso de Mafalda. Lo importante es lo que Mafalda piense de mí”. Y después, claro, del planeta. Gabriel García Márquez y Umberto Eco no escatimaron en elogios, mientras que la gente la ha hecho la tira latinoamericana más vendida de la historia.
“Acá en la Argentina la queremos tanto que su monumento es de los pocos a los que nadie ‘grafitea’. El gobierno de la ciudad la baña cada 15 días”, dice Jorge Rektor, dueño de San TelmoColor, un negocio ubicado junto a la escultura de la niña en el barrio de San Telmo. Él se dedicaba a vender material fotográfico, pero la demanda de los turistas que la buscan por una imagen con ella hizo que comenzara a vender souvenirs.
Cariño bonito
No es que absolutamente todos la quieran, ni con la misma intensidad, pero difícilmente camina por la vida algún argentino que no la haya leído aunque sea una vez o que no haya hojeado uno de sus librito con los dedos. “Lo inquietante del mundo de Quino es que en cada uno de nosotros, sus lectores, coexisten todos los personajes del contubernio”, dice el periodista colombiano Daniel Samper en el prólogo de Todo Mafalda, la biblia del pensamiento de la protagonista y sus amigos, que de secundarios no tienen nada. Así, muchos se reflejan en ella por su inconformidad con la humanidad, pero también en la fe que le tiene a su generación; otros en Felipe, por lo soñador, tímido, perezoso y romántico. En Manolito y su materialismo, aunque gran corazón; en Susanita por el chisme y su obsesión en casarse y tener hijitos; o en Miguelito y su gusto por ser el centro de atención. A su vez se ven en Libertad y su pasión por la izquierda y las revoluciones, o finalmente en Guille y su fanatismo por el chupete on the rocks y Brigitte Bardot.
De vuelta con Quino, antes de la sopa:
—¿Se ha aburrido de Mafalda alguna vez, al punto de no querer ver su rostro por un tiempo?
—Cuando dejé de dibujarla (ríe). Me aburrí de decir que el mundo funcionaba mal cuando todos lo sabían —me responde.
—¿Creyó por un momento que podía mejorar?
—Sí, en los 60 con Los Beatles y la revolución cubana, pero no pasó.
—¿Y ahora cómo ve el asunto? ¿Algún atisbo de esperanza?
—No (vuelve a reír).
Como fondo, en la exposición se oye a John, Paul, George y Ringo con All you need is love. Y otra vez, todo es dar la contra con Quino y Mafalda. Felizmente.//
ESTA CRÓNICA FUE PUBLICADA EN SETIEMBRE DEL 2014 EN LA EDICIÓN IMPRESA DE SOMOS.
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