Cuando era niño, estropeó dos televisores porque con un plumón indeleble anotaba en la pantalla los programas que habría en ‘su’ canal. Jaime Chincha jugaba a que sería broadcaster antes de que aprendiera esa palabra. Ya en la pubertad, después de ver a Alfonso Tealdo o a César Hildebrandt, el juego varió: ahora era un periodista y caminaba por la calle imaginando que hablaba a una cámara que lo ponchaba, contando incidencias del día.
Recuerda el día exacto en que debutó frente a una cámara de verdad: el 4 de julio de 1999, en Canal N. Eran días oscuros para los medios, en gran parte sometida por los planes reelecionistas del fujimorismo. “Ese fue el fondo que tocó la televisión”, dice.
Más de dos décadas después, en otro contexto pero también en una larga crisis política (y de regreso en Canal N), Chincha conduce Octavo mandamiento y Enfoques Cruzados. Ahora ya no es un juego: desde allí se puede medir la temperatura política -usualmente alta- del actual momento. “Mi evolución como persona se ha dado en la televisión”, dice.
—Hay gente que cuelga en Youtube videos de tus programas con titulares como “¡Bronca: Chincha desahueva a Bermejo!”, o “¡Aníbal Torres fulminó a periodista!”, y así. ¿Tú ves tus programas después? ¿Alguien en el canal o en tu casa te centra o te critica?
No siempre los veo, porque puede ser una tortura. Lo hago para hacer una evaluación, o una crítica, para ver cómo pregunté. En las redes sociales tomo la temperatura; colando a los trolls, hay cosas que sí leo y apunto, si fui muy enfático aquí, o demasiado mesurado acá. También mi hija y mi hijo me dan mucho feedback, o Denise, mi pareja, que es una observadora inteligente.
—En las últimas semanas te han tocado varias entrevistas picantes. ¿Cuáles han sido las más complicadas?
Los abogados de presidente Castillo, primero Benji Espinoza y antes Eduardo Pachas. O el otro día, cuando conduje “Cuarto Poder” y Guido Bellido quiso mofarse de las personas LGTBI, y creo que salió un poco trasquilado. Y luego la entrevista con Betssy Chávez fue una de las más tensas, creo que de toda mi carrera. Es una persona muy dura, tiene los argumentos bastante sólidos, tenía cómo ‘hincar’. Al final, cuando terminamos, no se paraba de la mesa. Le dije: ‘Estuviste muy bien’. Con las justas me miró, se volteó molesta y se fue.
—¿En qué estamos fallando los periodistas frente al poder y frente a las audiencias? Un día discutes en vivo con Betssy Chávez, pero al mismo tiempo los vándalos de la ulraderecha van a buscarte a tu casa.
Estamos en una época de intolerancia absoluta, de polarización extrema, de pérdida del juicio y de la capacidad de reflexión y análisis. Una de las cosas que me he propuesto es tratar de encontrar un espacio donde esos dos extremos se puedan sentar, buscar alguna agenda mínima de solución, porque la crisis de Castillo tiene que resolverse. En cuanto a los medios, creo que deben buscar un espacio para la autocrítica y, si es necesario, pedir perdón abiertamente.
—¿Estabas en tu casa cuando llegó La Resistencia?
Fueron a la casa donde yo antes vivía, cuya dirección aún aparece en mi DNI. Anuska Buenaluque, quien fue mi vecina por varios años, me avisó: “Jaime, han venido cuatro personas preguntado ti”. Luego otro vecino preguntó por la ventana a qué habían ido, y dijeron: “Hemos venido a traerle serenata a Jaime Chincha”. Nunca me había pasado algo así. Estas personas no contribuyen en nada.
—En diciembre del año pasado, fuiste uno de los periodistas a los que Castillo invitó a Palacio. ¿Qué pasó allí adentro?
Buscaba opiniones, parecía un sano feedback. Siento que nos utilizó para ganar tiempo, esa es su estrategia. En algún momento le pregunté: “¿Usted se considera un gobernante de izquierda?”. Se quedó mirando, leyó sus apuntes y me dijo que sí. Le dije entonces: ”¿De la izquierda estilo Venezuela, o estilo el ‘Pepe’?”. Y se quedó tres largos segundos intentando entender qué le había dicho, quizá entendió las siglas PP. Fernando Carvallo advirtió este desconcierto del presidente, me miró y me dijo: “¿El Partido Popular, o Mujica?”. Castillo se dio cuenta de que era Mujica, aunque el contexto de la pregunta estaba clarísimo. Y luego le dije: “Si usted fracasa, lo que viene es la ultraderecha, y olvídese de la izquierda”. Siento que le entró por un oído y le salió por el otro.
—Lo habías entrevistado en la campaña, pero, cuando estuviste en Palacio, ¿qué encontraste en él?
Creo que el candidato era más auténtico que el personaje que estaba en Palacio; parecía extraviado, todavía usaba el sombrero. En la campaña, en cambio, dijo cosas como que eliminaría el Tribunal Constitucional, que no le gustaban los organismos supervisores, y que nada de enfoques de genero, que él se corta las uñas, que es un hombrecito, cosas por el estilo. Estaba seguro de lo que decía, pero en Palacio no.
—¿Pudiste entrevistar a María del Carmen Alva mientras fue presidenta del Congreso?
Nunca ha querido sentarse conmigo. Es una mujer intolerante, anticuada, malhumorada, autoritaria, una de las presidencias del Congreso más nefastas que he visto en los últimos años, y mira la aprobación con la que dejó el cargo. Es la oposición que Castillo necesita, y Castillo es el presidente que esta requiere para sobrevivir en el panorama político. La única salida es una reforma política y el adelanto de elecciones, pero generales.
—Uno de los efectos que este oficio tuvo en ti fue el estrés y, con ello, la obesidad. Alguna vez contaste que alcanzante más de 120 kilos.
Cuando yo inicié era todavía universitario, con muchos temores e inseguridades, y mis distintos procesos tienen mucho que ver -lo analicé después- con el sobrepeso. No me soportaba a mí mismo. Era el estrés de la televisión, más la insatisfacción por habitar en un cuerpo tan grande. Con mi propio proceso de maduración fui encontrando mi propia personalidad. Antes trataba de ocultar el sobrepeso, tenía el plano medio y eso me favorecía, pero luego me iba a tomar mi segundo desayuno al Berisso.
—¿El Jaime Chincha de los últimos meses es más controlado?
En realidad me encontré. Trato de que el trabajo no me afecte, aunque vivo estresado. Felizmente hago deporte, felizmente tengo gente que me quiere, y todavía puedo darme un breve espacio para vivir. En las noches llego a mi casa, me caliento algo de comer, leo un poco, reviso las redes y, después de tomar una melatonina, me duermo.