En su libro escribe: “Una epidemia es siempre una máquina de construir desigualdades”. ¿Los privilegios particulares son esta frase en su máxima expresión?
Sí, la frase está asociada al “entorno cercano”, que en este contexto es directamente proporcional al poder político, económico o científico. Quienes no tienen “entornos cercanos” son aquellos que estamos condenados a ser cuerpos a la deriva, cifras. Estadística.
¿A qué momento de la historia de las epidemias en el Perú le recuerdan estos días?
El Perú ha importado más ivermectina que cualquier otro país en Sudamérica. En 1868, durante la epidemia de fiebre amarilla, se ofrecía también el “febrífugo Guerrero”, un supuesto remedio que no curaba nada. La gente lo compraba compulsivamente. El Perú ha perseverado en el error. Y cuando surge la promesa de la vacuna, la hemos arruinado en pocos días. Hemos manchado la esperanza de la vacuna. Las consecuencias de esto van a ser enormes.
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¿Ha detectado en sus investigaciones de las plagas otro ‘sálvese quien pueda’?
Siempre se han salvado los que tienen privilegios. El Perú está construido sobre la desigualdad social y sobre la fantasía racial, para legitimar esa desigualdad. Con esa estructura histórica, siempre el privilegio ha sido un arma que ha terminado atentando contra la idea de nación, contra la formación de instituciones en la república, Por ello, tenemos un estado disminuido, debilitado, burocratizado. Esta pandemia lo que ha puesto en evidencia es la derrota de lo público como valor para todos. Y espero que después de esta experiencia terrible –el ‘vacunagate’- vuelva a surgir esa demanda. No puede haber nación si el valor de la comunidad no está primero.
¿Somos un ensayo de república o un placebo?
Yo diría república inconclusa, fragmentada. Ha sido la pandemia la que ha detonado a esta república colapsada. Y sin embargo, ha habido gente que realmente se ha fajado por el Perú. Yo veo funcionarios del Minsa que están creando respuestas comunitarias, saliendo todos los días a la calle a interactuar con la gente y buscar una salida colectiva, tampoco podemos sucumbir al pesimismo absoluto y descalificarlo todo. Hay algo sobre lo cual se puede volver a construir, volver a refundar.
¿Las pandemias nos descubren?
En estos tiempos somos mucho más susceptibles a la desigualdad, ese es el lado positivo de este periodo. La gente reacciona de una manera visceral cuando observa una desigualdad, y más cuando es fundada en un privilegio, en el cargo político, en la conexión, en la amistad. Eso es lo que ha estallado, por eso hay tanta indignación. Pero condenamos con menor intensidad el sistema socioeconómico que nos llevan a ese tipo de conductas. El tipo de funcionario, la puerta giratoria, esta corrupción permanente. En el Perú, política es casi sinónimo de corrupción, y eso aleja a la gente correcta, a la gente que tiene ideas del quehacer público.
¿Ha hallado en sus estudios algún otro virus moral de esta magnitud?
En la primera década del siglo XX, mientras en Lima se llenaban la boca los políticos con las palabras de progreso y modernidad, en la Amazonía se producía el genocidio del Putumayo, esclavización y muerte de los indígenas amazónicos por la explotación del caucho. Y había también una iglesia con muchísimos casos de abusos sexuales que se ocultaron. No hubo ese estallido en el espacio público, salvo en algunas pocas publicaciones. Fue una época de debacle moral. Pero lo de hoy es muy distinto, se juega mucho en un espacio virtual. Esto permea mucho nuestra forma de indignarnos. Se ha desacreditado la acción política.
¿Qué rol juega, o ha jugado históricamente, el miedo a la muerte? Pilar Mazzetti dijo que cedió por temor.
La carta de Mazzetti me ha parecido tremenda. Habla crudamente de miedo. Los dilemas éticos se exacerban porque hay una voluntad por sobrevivir. Es muy fácil juzgar y condenar... A eso además nos someten las redes sociales, a solamente polarizar, ver blanco y negro, todos estamos con la hoguera encendida dispuestos a quemar al que se equivoca. Pero no comprendemos qué puede haber en una situación así. No quiero justificar nada, pero se resquebraja todo un sistema moral en una epidemia. Nos coloca al borde del abismo siempre.
Se pierden los límites conocidos del bien y el mal.
Volvemos a ser animales asustados ante la muerte. Tenemos miedo.
¿Lo notó en alguna investigación en particular?
En el caso de la peste bubónica, por ejemplo, en la epidemia de 1903 que luego se volvió endémica durante más de 15 años. En Lima estaba “la carroza”, que circulaba por Lima recogiendo a los enfermos para llevarlos al lazareto. Cuando la gente escuchaba el sonido de esas ruedas identificaba qué cosa era y, lógicamente, sentía miedo. La gente se ocultaba, no quería ser llevada a los lazaretos. Es otra forma de sustraer tu cuerpo al imperio del estado, de la ciencia. La peste bubónica generó muchísimo miedo, y este se vuelca en violencia, en ese cao contra la población china. Sin ningún tipo de fundamento se asociaba la epidemia a este grupo social, los inmigrantes, los ‘nuevos’. Ahora notas cómo se está exacerbando la relación con los venezolanos, siendo cada vez más violenta.
Hubo reparos para contratar médicos venezolanos hace unos meses.
O gente que dice que no se les debe aplicar la vacuna, lo que no tiene ningún sentido. El miedo y violencia se conectan y en la peste bubónica fue muy claro. Se mandó quemar un lazareto antiguo pensando que así se iba a contener la enfermedad. Y a veces se quemaba la casa donde hubiese un contagiado, no importaba nada.
¿Cómo hacer para que la mala conducta de algunos no melle la confianza en la ciencia?
La mala conducta de algunos y el deterioro de la credibilidad de los protocolos científicos no debe hacernos olvidar lo más importante: se requiere una ciencia pero con ética, con mayor vigilancia ciudadana, transparente, que es lo que ha faltado ahora. Tiene que haber mayores mediadores entre la ciencia y la sociedad, salir a combatir a los anticiencia, a los que promueven noticias falsas, esa es la batalla de nuestro tiempo. Hay que darla, a pesar de esta debacle, de este enorme abismo que se ha abierto.
Se ha afectado a dos instituciones universitarias que tienen una larga historia.
Una epidemia es una catástrofe en todos los órdenes. Sin embargo, Málaga de la universidad Cayetano es el que ha cometido más conductas censurables.
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¿La política nunca es neutral ante la ciencia?
En el pasado no había concepto de salud pública, era la caridad de los notables de Lima que estaban a cargo de la Beneficencia Pública quienes aportaban dinero, gestionaban, trataban de ayudar, pero lo que ha demostrado esta circunstancia del ‘vacunagate’ es que clase política no está comprometida con la salud de sus ciudadanos. Lo que más irrita y decepciona es que un bien público se convierta en un factor de desigualdad. La traición de la clase política y la lógica del privilegio se han ratificado.
¿Cuál es el antídoto para salir ilesos, para conservar la fe?
Ilesos no se puede salir de una pandemia, nos marca de una manera decisiva, Lo que hemos visto y sentido se va a quedar con nosotros para siempre. De alguna manera, es la hora de Gonzales Prada. Si hay un pensador al que debemos volver es a él. Fue alguien que pensó con lucidez las instituciones y las conductas sociales, y eso es lo que tenemos que hacer ahora. El problema no está en un puñado de personas, sino en culturas políticas, instituciones, grupos sociales.
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