“El terremoto de 1746 fue tan terrible –dice el historiador Henry Mitrani– que se sintió hasta en Arequipa, Cerro de Pasco y Chachapoyas y tuvo alrededor de 560 réplicas”. Lima tenía entonces 150 manzanas y 3 mil construcciones, entre casas, iglesias, conventos y hospitales. “Solo 25 permanecieron en pie”. Palacio de Gobierno también desapareció del mapa y las torres de la catedral se derrumbaron. “No se sabe cuántas personas murieron en Lima, tal vez 2 mil; sí es seguro que de los 5 mil habitantes que tenía el Callao solo quedaron 200. Además, mucha gente murió después del terremoto a causa de diversas enfermedades provocadas por la falta de agua o de atención médica.
Del cataclismo en el Callao se enteraron varias horas después. Tal vez cuando comenzaron a ver cómo llegaban hasta el mar de Magdalena, Miraflores y Chorrillos pedazos de casas, muebles y cadáveres. Afortunadamente, el virrey José Antonio Manso de Velasco (a quien se compara con el marqués de Pombal, reconstructor de Lisboa luego del sismo de 1755) manejó la situación con una eficiencia ejemplar (según Mitrani, Pablo de Olavide también tuvo mucho que ver con la restauración de la ciudad). “Salió a caballo con escuadras de soldados a organizar a la gente, a enterrar a los muertos y a evitar la pillería. Para ello, ordenó instalar dos horcas en Lima y una en el Callao. Después, impulsó la reconstrucción. No por nada el rey Fernando VI le concedió el título de conde de Superunda (‘sobre las olas’)”, cuenta Mitrani.
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Gracias a la erudición de José Eusebio de Llano Zapata (escritor ilustrado del virreinato), se sabe que el epicentro del terremoto de 1746 fue al noroeste de Lima. Pero ¿qué intensidad tuvo? “En aquella época”, señala Lizardo Seiner –también historiador y autor de dos catálogos que ordenan la ocurrencia sísmica en el Perú, desde el siglo XV hasta el XIX–, “los registros se hacían sobre la base de la intensidad (el reflejo en las construcciones, la naturaleza, etc.). Por ejemplo, el terremoto más fuerte de nuestra historia fue el que ocurrió en 1868 en Arequipa, que fue de 9 grados. Luego le sigue el de 1650, en el Cusco. El de Lima de 1746 está entre los 10 más tremendos”.
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