¿Cuándo se jugará finalmente la llamada Final del Mundo?
Empezó en Boca, se debió definir en River y hoy tiene lugar y fecha conocida: 9 de diciembre en el Santiago Bernabéu. La llamada Final del Mundo por un juego de marketing y convertido hoy en el Fin del Mundo por lo violento y apocalíptico, la vuelta del River-Boca por la definición de la última Copa Libertadores bajo este formato –desde el próximo año se jugará la final en sede única, Santiago de Chile–, será la próxima semana en España. Desde que se suspendió el partido por la agresión que sufrió el bus que trasladaba al plantel xeneize de la concentración rumbo al Monumental, los rumores, declaraciones, tuits, teorías conspirativas y millones en juego por concepto de TV solo han confirmado que en Argentina –y buena parte de Sudamérica– el fútbol ha pasado a ser un deporte que no se juega solo con los pies ni una pelota: démosle la bienvenida al tiro al blanco con la mano a punta de piedrones.
¿Es el único episodio de violencia entre las barras de Boca y River?
No. Desde la época de Quique ‘El Carnicero’ –cariñoso alias del primer barra oficial de Boca–, pasando por ‘El Abuelo’ José Barrita –apellido que, por destino, lo invitaba a pasar su vida en la tribuna–, hasta la disputa por el control de Los Borrachos del Tablón –la histórica barra de River– entre el bando de Adrián Rousseau y el de los hermanos Alan y William Schlenker, hay mucha sangre en los estadios del fútbol argentino. Sangre de 326 víctimas desde 1922, según estadísticas del periodista Gustavo Grabia, el hombre que más sabe sobre el fenómeno en ese país. Enumerarlas sería una forma de apología, pero basta este dato para saber cómo se confunde allá la pasión: en 1994, en un River-Boca que ganó el Millonario 2-0 en La Boca, La Doce cobró venganza y asesinó a dos hinchas riverplatenses. En un poste de Carabobo y Avenida del Trabajo, alguien escribió: “River 2-Boca 2”.
¿Existe bibliografía para entender el fenómeno en Argentina?
Sí. La librería El Ateneo y la avenida Corrientes son sitios obligados en Buenos Aires para fanáticos del fútbol: allí se puede encontrar toda la bibliografía necesaria para entender el tema barras bravas –y no andar repitiendo en TV los mismos discursos de premio Nobel–. La selección siempre es arbitraria pero aquí va. Buscar los títulos de Gustavo Grabia La Doce, Historia de la barra brava de Boca Juniors y Asalto al Mundial: la historia negra de las hinchadas argentinas en la Copa; de Andrés Burgo, obligatoriamente, Ser de River; de Alejandro Wall, ¡Academia, carajo!: pasión, locura y secretos del título 2001; de Diego Estevez, La final: el superclásico más decisivo en tiempos de tinieblas; y de Pablo Carroza, Yo no soy como esos, negocios, traiciones y muertes en la barra de River. Solo leyendo –es decir, entendiendo códigos, historia, motivaciones– uno puede tener una opinión más sensata sobre el miserable juego de poder y dinero que ha ensuciado para siempre a la querida Copa Libertadores.
¿Cuál es el comportamiento de las barras en el Perú?
Aunque este tema necesita tesis e investigaciones mucho más profundas –los sociólogos Raúl Castro y Aldo Panfichi, el historiador Jaime Pulgar Vidal o el escritor Martín Roldán Ruiz son fuente de consulta–, habría que decir que Argentina es espejo para las principales barras organizadas del país. No solo para peruanizar cánticos o asimilar bandas de música, también como agrupaciones que tienen brazos armados –porque la calle es un campo de batalla–, necesitan dinero –que proviene de las entradas de cortesía– y son administradas por líderes que entienden cada vez más (o peor) que esto no es solo un juego. Por ello, los clásicos más importantes se juegan hoy solo con hinchada local –como en Argentina– y la policía nacional tiene que paralizar cualquier otra actividad cuando se trata de cuidarlos. Este año, para seguir con la música que ya ha sonado en el Monumental y el Gallardo en tiempos pasados, varios balazos se oyeron a cuatro cuadras de Matute en el último Alianza-Cristal, que empezó un domingo y acabó un lunes. Cualquier parecido, pura coincidencia. //