El 24 de marzo de 1874 nació Harry Houdini, el ilusionista estadounidense cuyo hobbie era desafiar a la muerte. También ese día, cien años después, la banda de rock progresivo Pink Floyd publicó el mítico The dark side of the moon. Un 24 de marzo de 1993 fue descubierto el Shoemaker-Levy 9, un cometa tan violento que ese mismo año protagonizó el primer choque fotografiado desde la tierra con Júpiter. Arte, magia, ciencia. No parece ser un día cualquiera. En 1982, vestido con una camisa de seda italiana y un crucifijo de oro que ahora se llama, horriblemente, blin blin, Julio César Uribe recibió el premio como tercer mejor futbolista de América de parte del diario El País de Uruguay, una institución en todo el continente. La crónica de la premiación salía en una edición especial de la revista El Gráfico de Argentina. Era el 24 de marzo. El segundo elegido fue Zico y no llegó a la premiación en el Monumental de River, donde esa tarde iban a empatar 1-1 Argentina y Alemania. El primero, votación unánime, Diego Armando Maradona, cuatro años antes de ser semidios.
En las fotos que hoy conserva, enmarcadas desde hace años, lo más brillante que uno nota de Uribe no es el oro que pende de su cuello, ni el brillante de sus zapatos europeos: son sus jóvenes dientes de 23 años. Uribe era el 10 de la selección peruana que había clasificado al Mundial de España con partidazos notables ante Colombia y Uruguay y desde esa cintura de bailarina, anotado 2 goles, uno en cada arco. “Yo me divertía jugando, con responsabilidad”, dirá él cada vez que lo entrevistara Pocho, en radio Ovación. “Esto es lo que humildemente hacía este servidor”, resumirá 5, 10, 15 años después, en sus clases en ISIL. “Sono sempre un giocatore leale, justo”, responderá en 2015 y en perfecto italiano, para un reportaje de la cadena internacional Sky Sport.
Antes de ser El Emperador en Colombia. El Diamante en Perú. El Fuoriclasse en Italia.
Ese 24 de marzo de 1982, Julio César Uribe estaba en el reino de los cielos, junto a Zico y Maradona. Todo el fútbol de Sudamérica estaba en esos 3 apellidos, esas 3 nacionalidades y esos 30 dedos de sus pies.
-Caraaaajooo. Es el orgullo para mi familia, dice, una noche del 2009, frente al cuadro con las fotos que está en la pared más grande de su sala impecable, lujos que se ha dado en San Isidro.
Nos hacemos un selfie cuando no se llamaba selfie.
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Como no pasan autobuses, las casas enormes han cedido terreno para edificios con portero y el Golf, ese inmenso parque de 49 hectáreas, motiva el footing silencioso más que pichangas con piedritas, esta zona de San Isidro es ideal para vivir. Para descansar. Quienes pueden. Julio César Uribe, por ejemplo. Para subir hasta su dúplex hay que cruzar un hall con espejos y unos tachos de luz amigable. Arriba, en el techo, Uribe no tiene terraza o piscina: camina en su propia canchita de fútbol.
Siempre abre el Diamante, sobre todo si quienes llegan son sus amigos.
-Bienvenidos, muchachos. Así nomás no se tiene en casa a gente de bien.
Hasta sus dominios hemos llegado un grupo de jóvenes reporteros que, liderados por Mario Fernández, el periodista de El Comercio que acompañó a la selección del 81 a la gira por los 3 continentes, estamos aquí para convencer a Julio César Uribe de no meter la mano en el water: un partido político le ha ofrecido un cargo -como Alejandro Toledo el IPD en sus años de presidente no prófugo-, un pastelito que para otros sería delicia. Un partido político con mucho dinero quiere que para las elecciones del 2011, Uribe sea vicepresidente.
-¿A ustedes que les parece? Con sinceridad, por favor-, pregunta, mientras organiza unos bifes.
Antes de decirle que involucrarse en política en el Perú de los últimos años es un riesgo, un estigma, un permanente olor a desagüe, alguien repara en la fotografía de la que más orgulloso se siente: la imagen de 1982, cuando fue elegido tercer mejor futbolista de América por el diario El País de Uruguay, la votación más esperada en esta parte del mundo. A un lado está la camiseta del Cagliari de Italia -1982-1985-, y ese manto sagrado con que jugó el partido ante Uruguay en 1981.
Uribe, hinchado el pecho como el personaje de JB, consciente del hallazgo, arrulla con su historia: “El premio llega por la conocida elección del prestigioso diario El País. Encima los uruguayos jamás se iban a olvidar de mí después del partido que hicimos allá en Eliminatorias. Ya no sabían cómo meterme patadas, pero en esa época estaba volando; pin, pan, ufff”.
Aunque no lo recuerda muy bien, tomó un Aerolíneas Argentinas en primera clase junto a Jorge Chupo Arriola, uno de esos amigos eternos que le ha dado el fútbol. Su pata de La Peña de los Jueves, esa tribu de ex notables del balón que se reúne cada tanto a recordar lo buenos que fueron en una cancha. El vuelo lo tomaron un día antes, es decir, el 23 y solo tardó 5 horas hasta Ezeiza. El premio iba a ser entregado por Julio Grondona, presidente de la AFA y vicepresidente de la FIFA. A este mismo aeropuerto, Lionel Messi llegó una vez para tomar un vuelo que lo lleve a ser campeón del mundo. A este mismo aeropuerto, Maradona llegó en un vuelo que lo traía de ser campeón del mundo. “Ese premio es el más importante de mi carrera junto al que me entregó la Federación Italiana de Fútbol como el mejor extranjero de la Serie A, en una época en la que ya estaba jugando Zico en Italia. Caaaaraajo. Imagínate”, dice, mientras camina rumbo a la mesa con un mandil de asador, un trinche en la mano izquierda y esa mirada fija, sin pestañear, que tienen los boxeadores apenas ven a su rival allí enfrente, en el ring.
-Estoy tranquilo ya. En paz. Ya no peleo.
Entonces se ríe, con esa misma carcajada que le arranca su clon en la TV cada vez que hace la pantomima de limpiarse las solapas y arreglarse el nudo de la corbata Ermenegildo Zegna. Ese estruendo que viene desde Barrios Altos, cuando usaba las patillas de Jimi Hendrix y pantalones tipo campana y solo quería comprarle la casa a su mamá.
Felizmente, no aceptó. La política peruana siguió siendo la misma. Y Julio César Uribe siguió siendo Julio César Uribe.
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ASÍ JUGABA JULIO CÉSAR URIBE
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La chalaca no es la única jugada que recupera el brillo del fútbol que se practicó en Lima y Callao a inicios del siglo XX y debe estar en todas las enciclopedias. En 1981, nada menos que en el Parque de los Príncipes de Michael Platini, Julio César Uribe enseñó tres cosas: 1) Que el futbolista peruano tenía una relación casi matrimonial con la pelota. 2) Que podía construir un equipo alrededor de la idea festiva de jugar bien al fútbol. 3) Que su tobillo era de goma. La ‘Cuchara’, gesto técnico que hace linda una mentira –el pie engaña para un lado y se lleva la pelota para el otro– fue marca registrada del Diamante, que hasta en eso fue único: no solo habrá que recordarlo por ser el primer peruano dos veces técnico de la selección, no solo el único futbolista del equipo del 81 en tener una tribuna con su nombre, no solo el primer técnico en darle la 10 a su hijo en un equipo nacional.
Uribe inventó una jugada pero no la patentó. Luego la hizo Ronaldinho las veces que quiso –y se llamó elástica- pero solo fue un homenaje a la peruanidad. Como la ‘Paradihna’ de Pelé, la ‘Folha Seca’ de Didí o el ‘Escorpión’ de Higuita; jugadas que solo existen para agradecerlas.
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Julio Edson Uribe, el hijo futbolista del Diamante, el 10 de Perú en una Copa América revivió la foto en sus redes sociales. Un boom. De todos los comentarios que recibió -algunos irónicos, otros épicos, algunos de muy baja estofa- este tuit resume lo que fue esa tarde. Es el título real de esa foto al lado de Maradona y Zico. Lo escribió Ignacio Nicolas (@nachoameli2):
-¡Hermano que fotón! La mano derecha de DIOS.
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