Sopa de ostras. Tres palabras –esas– son lo único que se necesita para empezar a salivar. Llega a la mesa y es mucho más cercana en sabor a un buen caldo de choros; más de lo que uno hubiese imaginado estando a 2.800 kilómetros de casa.
Afuera la temperatura pasa los 30 grados centígrados. Nada de eso importa cuando hay un plato cerca que se puede comer solo con cuchara. Aruba es una isla idílica, caribeña e instagrameable que todos podemos ubicar de postales y brochures de agencias de viaje. Es muy pequeña –180 kilómetros cuadrados– y todo allí tiene que ver con el turismo. Todavía no existe un vuelo directo desde Lima (la ruta más corta contempla una escala en Bogotá), pero hay un creciente interés por recibir a más visitantes latinos. “Antes de la crisis, los venezolanos eran los primeros de la lista; incluso algunos solían tener casas aquí”, comenta Jasmine Maduro, asistente de la Autoridad de Turismo de la isla. “El vuelo desde Venezuela demora menos de media hora. Lo que se sigue manteniendo es la exportación: muchos mariscos y productos frescos vienen de allá”, explica. Tiene sentido: nada crece en Aruba, al menos nada que sirva para satisfacer la enorme demanda de los viajeros. Algunos arubeños suelen tener pequeñas chacras en sus casas para hortalizas o hierbas, pero la inmensa mayoría de ingredientes que surten los menús de los restaurantes –desde los más casuales hasta la alta cocina– vienen de fuera. Ya sean quesos franceses u holandeses (junto con el papiamento, el holandés es el idioma oficial); o quinuas y ajíes para las preparaciones peruanas que tanto llaman la atención a arubeños y viajeros. Lo que uno desee, lo tiene.
Visitamos la isla en pleno mes de la campaña Eat Local (‘coma local’), que busca promover el consumo de platos y recetas tradicionales. De ahí la sopa de ostras, servida con la calidez de la fonda Old Cunuco House (una casa típica ubicada en una zona relativamente ajena al circuito turístico: el barrio de Noord). También el keri keri, una suerte de saltado con carne deshilachada de pescado cocido, pimientos y toque de curry. Es interesante, sí, pero no necesariamente impresionante para el exigente paladar de los peruanos. Nuestra buena sazón a veces es también nuestra condena.
Antes de explotarse para el turismo, 3/4 de Aruba estaban cubiertos de plantas de aloe vera (todavía se cultiva). Primero se importaba a la industria farmacéutica para ser usado como laxante; luego se descubrieron sus bondades para calmar las quemaduras solares. Se le puede llamar a eso un círculo completo: el sol quema todos los días, pero el mar es cristalino como una piscina. Quizá eso sea lo que más nos atraiga a los peruanos de un destino como este. Eso, y un poquito de extravagancia caribeña.
En Aruba llega en la forma de una margarita –servida mientras se reposa en la arena blanca– y unos tacos de pescado para no desentonar con el maridaje. En un sitio como este uno se olvida hasta del wifi. //