De niña, Andrea Altamirano ya sabía lo que quería hacer en un futuro: construir. Creció viendo a su padre construir -de manera empírica- desde los corrales para los animales que criaban en casa, en el corazón de la campiña de Ica, hasta los galpones para los gallos. El mejor regalo para él, cuenta la ahora ingeniera de 31 años, eran materiales de construcción. Bastó esa pasión para seguir la carrera de ingeniería civil en la Universidad Nacional San Luis Gonzaga de Ica. Recién egresada, en 2013, se embarcó con una importante empresa de construcción de proyectos. “Era la primera vez que salía de Ica. Podía desarrollar la carrera de manera práctica y lo primero que hizo la empresa fue lanzarme a la piscina”, agrega Andrea al otro lado de la línea desde Birmingham, a casi dos horas -en tren- de Londres, donde sigue una maestría, pero de eso hablaremos más adelante.
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