Inspiró el alias más lírico del fútbol peruano, hasta que apareció Rafael Risco. El más literario, además, en tiempos en que todo estaba por inventarse en este deporte y el ejercicio de bautizar a los futbolistas más notables no era tan aventurero. A Lolo le decían así por Teodoro y Manguera era solo una característica física de Villanueva. Juan Valdivieso, en cambio, fue Mago de arranque, una chapa más propia de un creativo o un alquimista. Esa es su revolución. Fue Mago desde que llegó con el Combinado del Pacífico a Chile y sin ser goleador, los diarios lo ponían en portada al lado de Lavalle o Koochoi. Y que probó, en esa gira de 1935 donde tapó seis penales y trajo su valla invicta, con una elegancia más propia del Club Nacional y una plasticidad hecha más para un gimnasta. Decía Guillermo Thorndike que atrapaba la pelota con una mano —como el Divino Zamora— y usaba boina para estar a tono con los años 30. Su padre sargento leyó su debut en El Comercio pues no fue a la cancha. Quería un hijo deportista, le salió un arquero ilusionista.
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