El reconocido filósofo esloveno Slavoj Žižek ha señalado desde hace años que el gran problema de los aplicativos virtuales de citas es que uno construye una imagen de perfección para agradar, cuando son las imperfecciones las que sellan el enamoramiento. Para la mayoría de las seis personas que entrevistamos para este artículo, eso pudo ser cierto en un primer momento al usar apps como Tinder, pero fue cuando optaron por ser más libres y directos que empezaron a sentir que la aplicación les servía. A continuación, cuatro historias de amor, desamor y constante experimentación. Como la vida misma.
“¿TE GUSTA MONTAR BICI?”
13 de octubre del 2014. Cansada de configurar su ratio de distancia a 160 kilómetros para encontrar la mayor cantidad de gente posible, la actriz Oriana Cicconi (30), hija de Claudia Dammert, decidió ir al otro extremo. Un kilómetro. Esa función de geolocalización fue una novedad que trajo Tinder cuando apareció en el 2012 en Estados Unidos y por la que se volvió popular en Lima, en el 2014.
A tres cuadras de la casa de Oriana, Angelo Ocaña (31) hizo match con ella, es decir, coincidieron en gustarse el uno al otro, al menos por fotos. A Oriana le atrajo rápidamente, aunque tenía duda de si Angelo sería un hijo mimado porque en la galería del Tinder él tenía una foto con su madre. Lo único que salvaría el match y no caer en una de las decenas de conversaciones inconclusas que ambos habían tenido en la aplicación era que le gustara montar bicicleta. Así fue.
Ambos cuentan esta historia hoy con su hija de un año, Zoe, gateando alrededor de ellos. “Yo no buscaba una relación estable, acababa de terminar una de cinco años. Tampoco me interesaba mucho Tinder porque no usaba el celular. Por eso me gustó que Oriana proponga vernos de una”, cuenta Angelo. “Fue una herramienta para conocernos y seguir haciéndolo en la vida real”, agrega Oriana. Incluso escribió un libro sobre ello: El libro del amor.
“¿CÓMO LE DIGO QUE SOY UNA CHICA CIEGA?”
Luego de cerca de dos años de instalaciones, conexiones y desinstalaciones de Tinder, Andrea Burga (25) puede asegurar que muchos hombres le creerían más que viene de Marte que es una chica con discapacidad visual que usa apps de citas. En ella ha encontrado de todo: desde gente empática hasta personas que le dicen que si fueran sus padres, no la dejarían salir.
“Cuando al inicio no ponía en mi descripción que soy ciega, me preguntaba constantemente cómo decirles que así era. Cuando por fin se lo dije a alguien, me bloqueó”, dice la joven periodista. “No lo culpo, es el resultado de un mundo que no interactúa con personas con discapacidad”, añade con calma.
Su periplo por los aplicativos de citas la han llevado a darse cuenta de que estas apps como Tinder y Bumble no son amigables para todos. “El problema es que no se piensa desde el inicio en otros tipos de usuarios”, dice Andrea. Por ejemplo, su lector de pantalla, Voice Over, puede reconocer que una app tiene un botón, pero los desarrolladores no ponen un título a ese botón para saber si está dando un match o un rechazo, la dinámica común en estas apps. Como la misma sociedad que la rodea, es algo que necesita adaptarse prontamente.
“NO CHOLOS, NO ASIÁTICOS, NO CONOS, NO PLUMAS"
La comunidad homosexual, abierta a la diversidad y la inclusión, también puede ser feroz, como cualquier otra. “No cholos, no asiáticos, no conos, no plumas, no obvios” es lo que comúnmente se ve en las descripciones de los perfiles de Grindr, la app usada por hombres gay para tener encuentros sexuales. Para Jaime ‘Jota’ Ramos, panadero de 41 años, la aplicación se volvió violenta, segregadora. Así que abrió el Tinder para conocer a otros chicos que querían algo tranquilo, como tomarse un café.
Así conoció a varios ‘salientes’, pero ninguno quería nada serio. Por fin hizo match con un chico del trabajo y al que no se había atrevido a hablarle. En una de las citas que tuvo con él, le presentaron a Takeshi, su actual pareja. “Las aplicaciones son útiles para dejar la timidez, pero no hay que cerrarnos a conocer personas en lugares más clásicos”, añade.
“SI TODO ES CIERTO, ME QUEDO AQUÍ”
Lo de la canadiense Heidi St. Hill (34) y el chiclayano José Valera (31) no fue amor a primer pantallazo. De hecho, Heidi estaba lista para deslizar hacia la izquierda –movimiento que se hace para desechar al pretendiente en las apps– por las fotos que José había escogido para presentarse: musculoso, en el gimnasio. “El típico chico que quiere pavonearse”, pensó. De repente, apareció una foto de él pescando. Eso conectó con ella y deslizó a la derecha.
José y Heidi destacan que lo importante fue que ambos buscaban, al final, alguien para compartir el camino que cada uno había construido con su propio esfuerzo. Por eso tampoco quisieron ocultar que fue gracias a Tinder que se conocieron, ni siquiera cuando el cura se los preguntó hace seis meses, cuando se casaron, a un año y cuatro meses desde que Heidi deslizó a la derecha. Mientras tanto, saben que seguirán descubriendo cosas del otro que deberán sortear a punta de respeto. Nada es perfecto, pero aun así, hay amor. Žižek tenía razón. //