Domingo, la jirafa de 9 años, es uno de los animales más populares del Parque de las Leyendas. De no ser por el brote del coronavirus, este fin de semana estaría recibiendo la visita de más de 15 mil personas (hasta 20 mil, teniendo en cuenta que el zoológico está de aniversario). Pero los días previos a que el presidente Martín Vizcarra declarara a la ciudad en cuarentena, ya había disminuido notoriamente la afluencia del público y apenas se veía a algunas pocas familias que aprovechaban la suspensión de clases en los colegios para pasear con sus hijos.
El pasado lunes 16 de marzo, ante la amenaza del Covid-19, el parque tuvo que cerrar por primera vez sus puertas por un asunto de salud pública. En medio del estado de emergencia, solo Víctor Montoya, el cuidador de Domingo, fue a ver al animal. “Trabajo con él hace 8 años más o menos. Es mi engreído”, dice Montoya, quien también debe velar por los hipopótamos, los búfalos de agua y los osos pardos.
Domingo se asoma al verlo. Le lame las manos en busca de avena y golpea, cariñosamente, su cara contra la de él. “Como es juvenil, es travieso”, dice el cuidador.
A Lima, la tigresa blanca de 8 meses, la cuarentena le ha sentado bien. No le gusta que gente extraña la observe detrás de esas pantallas transparentes que rodean el felinario mientras ella come sus adoquines. Se esconde entre las plantas o muestra los colmillos.
A sus hermanas Rosita y Asiris, les da igual. Pero a Naysha, la madre de las tigresas, sí le alegra ver a la gente a la que reconoce. Cuando Ciriaco Cabrera, el encargado de los felinos, se acerca y le resopla, Naysha le contesta igual. “Me recuerda por el olor”, dice él.
Naysha nació en el parque. Su madre, Circe, se desentendió de ella desde el inicio. No hubiera sobrevivido si no fuera Cabrera y el resto del personal de zoología. “Les dábamos de lactar a ella y a su gemelo. Algunos de los trabajadores incluso se los llevaban a sus casas para seguir cuidándolos. En esa época había autorización para hacerlo”, cuenta Cabrera. Él continúa yendo durante la cuarentena para atender a los animales.
Además de las tigresas, ve por los leones Sultán y Bonita, que fueron rescatados de un circo en el norte del país, y Chiclayanita, la hija de ellos. La cuarentena ha coincidido con el celo de Bonita. Así que Sultán no ha prestado demasiada atención a la falta de público. Solo cuando Cabrera le pasa la voz, este voltea a verlo, pero le contesta d malhumor. Cabrera no lo toma como algo personal. “Mientras Bonita está en celo, Sultán no deja ni que Chiclayanita se acerque”, cuenta. Bonita, en cambio, está más interesada jugar con lanas de oveja. “¡Sultán!”, vuelve a gritar Cabrera. El león ruge con fuerza.
Aunque el decreto de estado de emergencia no dice nada sobre la atención a los animales, muchos de los cuidadores han establecido vínculos casi paternales o familiares con estas criaturas. Ciriaco ha cuidado elefantes, camellos. Ha cargado a los felinos que llegaron más pequeños o que nacieron en cautiverio. Llegó a conocer a Mary, la primera elefante del zoológico, a quien le limpiaba sus cascos. Y hasta los leones y el cocodrilo Naylamp (el residente más antiguo del zoológico, de más de 80 años de edad) se han dejado acariciar por él.
Había una leona, Elsa, que le lamía la cara. “Mi novia”, la recuerda. “Estuvo en mis manos por 20 años. ‘¿Cómo estás, mi amor?, le preguntaba yo. Murió de vejez”, agrega.
Gerardo Romero, quien lleva 35 años en el zoológico, atendía hasta el 2019 a los primates. Por más de quince años fue quien cuidó de la chimpancé Carla. “A todos se les había escapado. A mí no. Yo le daba lo que le gustaba. Sus uvas, su mango. Le hacía comer de mi mano. Le cortaba sus uñas. Bien fiel era ese animalito”, recuerda. Carla murió en el 2014. Dice Romero que ella lo esperó para despedirse.
Ahora tiene otros “bebés”: cuatro emús nacidos en junio pasado a quienes se ha dedicado casi por completo desde que rompieron sus cascarones. “No es fácil criarlos. Son muy delicados. No es como criar gallinas”, asegura mientras les deja una bandeja de vegetales. A los “bebés” no les importa que Romero los acaricie mientras comen. //