Las mesitas de Las Bolena pertenecen a un cuento de hadas: sillas con asiento de terciopelo, maceteros con geranios, larga vereda empedrada que crece al lado del pasto. A 5 minutos está el mar. En una de esas, justo en la terraza, Roxana Chávez ordena fotografías, recortes de diarios, medallas de Adecore, imperdibles y una serie de recuerdos que son, reunidos, la vida de su hijo. Hay, sin embargo, una foto a la que ella le tiene especial cariño, una postal de esas que se pensaban para el álbum y no para el whatsapp.
Es una imagen de Aldo Corzo en su fiesta de cumpleaños de 7 años con sus dos deseos cumplidos: mucha Kola Inglesa y una torta demasiado pequeña para una U que se desborda.
“De todos los momentos que pasamos juntos de niños -dice la señora Roxana- recuerdo dos con especial cariño: los días en que se cambiaba e incluso almorzaba en mi camioneta porque íbamos de un lado a otro en sus entrenamientos, y sus cumpleaños, donde estoy segura pedía como deseo jugar en la 'U'”.
El domingo, después que se arrodilló para agradecer a la Virgen María por el gol en el clásico -2-0 contra Alianza Lima-, Aldo Corzo buscó en la tribuna a su familia, a su sobrina de 1 año que por primera vez iba a la cancha y, sobre todo, a Roxana Chávez, su madre, que esa tarde de invierno 2018 en Las Bolena veía maravillada las fotos y los sueños de niño de su hijo.
Y hablaba con ese tono orgulloso de quien ve a su pequeño graduarse de una maestría, ese inmenso podio, que para los futboleros como yo es patear una pelota y hacer un gol.
ESTA ES ESA FOTO:
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No tiene físico de lateral –que uno imagina plástico y potente–; es más, parece que le faltaran un par de centímetros y le sobraran dos kilos. Pero la camiseta de la selección le quedó justa a Aldo Corzo (28 años), que ha encontrado tarde un sitio en el equipo peruano mundialistas pero difícil hoy poner en duda cuán seguros estamos en esa banda. Parte de la generación Regatas Lima –Guarderas, Cuba o Bulos–, es decir, jugadores que recibieron una formación integral, más allá de cómo patear una pelota o a quién dársela, Corzo fue citado por Ricardo Gareca más por urgencias que por una apuesta real y tuvo que afrontar dos partidos top para medir su jerarquía. No ante Trinidad o Guatemala: con Brasil en la Copa América 2016 –nada menos que por la banda de Filipe Luis–, y luego con Argentina, turnándose la marca de Dí María y Dybala, unos 150 millones de dólares corriendo. Allí probó que el orden táctico puede ser tan importante como una huacha. Y que el mejor no siempre es el campeón de las pataditas.
Ese jugador, además hincha desde niño, es hoy un emblema de la 'U' de Gregorio Pérez. Y aunque fue vinculado desde siempre con Matute -allí debutó en 2008-, su juego estaba más asociado al rival. A Corzo le aplaudían sus carretillas, no su pase. Su trajín, no su gambeta. Y su sacrificio más que una huachita. Por eso, además del campañón rumbo al Mundial de Rusia con la selección, ha generado una aprobación unánime en foros y redes sociales, donde casi no se recuerda su pasado y donde, desde Juan Reynoso quizá, no hay un eco de bienvenida que se escucha tanto y tan fuerte.
Lo prueban sus 89 partidos entre 2017 y la actualidad, sus 11 goles con la crema y sus decenas de litros de sudor.
Más parecido a un Carranza que a un Waldir, Aldo Corzo influye en eso que no se debe negociar, tanta falta nos hace y tanto contagia: no darse por vencido. No va a ser el mejor en las pataditas, pero ese pie derecho hoy cotiza. Y eso es un premio personal que no debería pasar desapercibido.
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A kilómetros, miles de kilómetros, uno puede distinguir a un jugador de la U. Aunque no le veas la cara, no recuerdes de dónde viene o cuál es su apellido.
Sabes cómo corre, cómo patea, cómo se entrega.
Qué alegría por Aldo Corzo. Y con él, por todos los que fuimos niños como él.