1) Necesitaba volver al cine. Por más calidad que tenga la oferta en streaming, la experiencia del cine es incomparable. No es solo la dimensión de la pantalla, es el sonido envolvente, la oscuridad que de a pocos se vuelve confortable, la evasión de la realidad (un encierro dentro de otro) con la certeza de que no habrá interrupciones y la sensación de que la película, sin importar que la sala esté repleta, se proyecta únicamente para ti.
Mi última incursión al cine había sido en febrero. Fuimos en familia a ver Mujercitas, pero mi hija se despertó a los 40 minutos y me tocó sacarla al pasillo antes de que sus sollozos atrajeran miradas de disgusto.
Esta vez acudí solo, como antaño, y fue tal mi urgencia que elegí la primera película disponible, Oro blanco, cinta islandesa de la que no tenía la menor referencia. Ni siquiera quise ver el tráiler.
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Al momento de comprar la entrada desde la laptop noté que solo la mitad de las butacas se encontraba habilitada. Las sillas disponibles se alternaban con las vetadas, dándole a la imagen virtual de la sala un aspecto de tablero de ajedrez sin estrenar. Seleccioné el primer asiento de la fila cinco, pegado al pasillo, y sonreí al saber que no padecería de vecinos molestos.
En la vieja normalidad, la función de las seis de la tarde del cine Verdi, sin importar el día, solía llevar mucha gente a cualquiera de sus cinco salas. Esta vez, sin embargo, en el hall de ingreso circulaban más empleados uniformados que espectadores esperando su turno. Es más, se contaban más dispensadores de gel desinfectante que clientes. El número de avisos pegados en el suelo recordando mantener la distancia social resultaba de pronto un poco absurdo.
Debajo de su mascarilla, la vendedora de pop corn fue muy clara al indicarme que podía comer y beber todo lo que quisiera siempre y cuando alternara los bocados con el uso protector del barbijo, maniobra que, descubriría minutos más tarde, exige una coordinación motora superior a la que tengo.
2) Los madrileños pueden ir al cine desde el 12 de junio. En la ciudad hay 492 pantallas, pero a fines de los 80 había muchas más. Las salas han ido desapareciendo por razones que van desde la crisis económica del 2008 hasta la agresiva competencia de plataformas de Internet, pasando por los intereses inmobiliarios y esa perniciosa tendencia capitalista que lleva a muchas autoridades a desconocer el valor de recintos culturales en favor de rentables proyectos comerciales. Sucedió hace poco con el centenario Real Cinema, de la plaza Isabel II: pese a las constantes protestas ciudadanas acabó siendo derribado; en su lugar hoy se levanta un hotel cinco estrellas.
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El 2016, en un lote de 30 mil metros cuadrados, apareció como alternativa el Autocine Madrid Race. El negocio, que recoge el clásico modelo del viejo autocine estadounidense, ha resultado muy conveniente para estos tiempos de COVID-19, pues los asistentes no interactúan y disfrutan del espectáculo como si estuvieran en una prolongación de su casa.
3) La protagonista, Inga, es una granjera que, al quedar viuda repentinamente, decide enfrentarse a la mafiosa cooperativa que durante años ha tenido a su marido trabajando de sol a sol, ahogándolo con cobros altísimos, impidiéndole vender sus productos más allá de la localidad y obligándolo a delatar a quienes se atrevían a hacerlo. Para no perder la estancia donde su esposo creció y aprendió su oficio, Inga decide iniciar un negocio paralelo de venta de leche –el “Oro Blanco”–, desatando la furia de los poderosos y la paulatina adhesión de otros granjeros. Todo transcurre teniendo de fondo el entorno rural del gélido noreste islandés.
En la sala 1 del Verdi no había nadie. Solo yo y el emotivo drama de esa mujer vehemente que da la batalla hasta el final en nombre del muerto y de sí misma.
El popcorn no duró ni media hora. Solo cuando desapareció el último de los créditos de la pantalla y se encendieron las luces, me puse de pie sin apuro. Ver el auditorio vacío me produjo gran felicidad. Inmejorable reencuentro, pensé para mí mismo, mientras me recolocaba la mascarilla e iniciaba mi lento regreso a esa otra ficción en la que se ha convertido el mundo de afuera. //