Juan Carlos Oblitas fue el primer papá de la selección. En los noventa, cierta prensa lo acusaba de apañador, de no sancionar con dureza a los indisciplinados, de consentir las argollas en la interna del grupo; el tiempo y los resultados, sin embargo, acabaron dándole la razón. Su forma empática de aproximarse al jugador para persuadirlo de su talento, convencerlo de su capacidad frente a rivales internacionales más reconocidos (sin duda mejor alimentados) y protegerlo ante el asedio de las cámaras, caló en hombres como el ‘Chorri’ Palacios, Jorge Soto, Flavio Maestri o ‘Ñol’ Solano. Cuando cualquiera de ellos convertía un gol, iba corriendo a buscar al ‘Ciego’ a la banca para estamparle un abrazo emocionado, lleno de palabras no dichas, un abrazo de hijo más que de pupilo.
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No sería raro que Oblitas advirtiera en Ricardo Gareca ese mismo atributo cuando decidió, por muchas otras razones profesionales, contratarlo para dirigir a Perú. La prédica del ‘Tigre’ es similar, para él también ganarse la confianza del jugador está por encima de todo. En 2016 su hijo mayor, Milton, también entrenador de fútbol, afirmó esto después de salir campeón en Argentina con una división menor de Vélez Sarsfield: “Mi padre siempre ha hecho énfasis en lograr una entrega total de parte del jugador, desde ese momento ya se trabaja de otra manera, siempre me dice: tienes que conseguir que el jugador se entregue a muerte en la cancha por ti, contagiarle tus ideales para que los defienda como suyos”.
A esa filosofía se suma la comprensión de Gareca de la precaria realidad familiar del jugador peruano, donde la ausencia del padre es predominante. Dos semanas atrás, durante la aclimatación en Barcelona, oí a alguien muy cercano a la federación comentar que son varios los jugadores de la actual selección que no tienen padre, ya sea porque se borró o porque nunca apareció. Para esos jugadores, Gareca no es solamente su técnico sino la figura paterna más próxima, más concreta. Curiosamente, Christian Cueva, para muchos el ‘hijo’ del ‘Tigre’ no figura en ese grupo. El padre biológico del número 10, el señor Luis Alberto Cueva, siempre ha estado presente, aunque no cabe duda de que el técnico ha encontrado en ‘Aladino’ al mejor destinatario de su cátedra. El propio Cueva lo reconoció así en una entrevista del 2018: “Me enseñó a valorar el talento que Dios me dio, a querer mi carrera, a retribuir su confianza, ir a la selección de su mano fue un nuevo comienzo para mí”. En esa misma charla, Cueva recordó la frase que Gareca más le repetía al inicio de su relación: “Tenés para más, boludo”.
En los últimos siete años el ‘Tigre’ ha llevado a otro nivel el discurso paternal (no paternalista) instalado por Oblitas, pues sus mensajes no solo han estado dirigidos a sus convocados, sino al país en general. Hace unos meses, exactamente el 6 de abril, después del encierro que se sufrió en Lima y Callao por una abusiva disposición del Gobierno, en una conferencia donde no se guardó nada, Gareca asestó una crítica de lo más justa. “En la canción Contigo Perú se habla del trabajo y del deporte, pero aquí, a pesar de que hay una historia deportiva sobresaliente, no hay una política deportiva, no les interesa, no les importa”, anotó. Y cerró su intervención con un pedido cristiano que hasta el más ateo debe haber suscrito: “Ojalá Dios ilumine al Perú por el maravilloso pueblo que tiene, que está abandonado, un pueblo que solo quiere trabajar. Siento mucho lo que están atravesando, lo importante es estar más unidos que nunca en este momento”. En un país gobernado por un presidente incapaz que lleva once meses dando sermones frívolos y populistas, la reflexión de Gareca valió más que cualquier mensaje a la nación. No en vano el argentino tiene, según Ipsos, una popularidad del 90%, cifra que Pedro Castillo y María del Carmen Alva solo alcanzarían renunciando a sus cargos.
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Puede decirse que Gareca sabe ser padre simbólico porque sabe ser padre real. A sus dos hijos varones, Milton y Robertino (integrante del comando técnico de la selección), con quienes mantiene una estupenda relación, se suma Fiorella, hija extramatrimonial, a la que recién conoció en el 2013, cuando ella ya tenía treinta años. “Cuando apareció yo no tenía conocimiento de nada, pasó toda una vida, yo ya con nietos”, comentó en abril del 2021, en la radio Urbana Play de Buenos Aires, y subrayó el hecho de que Fiorella está totalmente integrada a su familia gracias a la comprensión de su esposa Gladys Hartintegui.
Pero si Gareca ejerce esa paternidad horizontal tanto en casa como en el trabajo es fundamentalmente gracias a su viejo, Alberto Gareca, obrero que hizo carrera en una fábrica, el mayor cómplice del ‘Tigre’. No muchos saben que el técnico de la selección dejó a medias la secundaria para jugar al fútbol, actividad que interrumpió en 1976 para hacer el servicio militar, en el inicio de la feroz dictadura argentina. Cuando volvió, su padre le dijo: “Si te vas a dedicar al fútbol, yo te banco”. Esas palabras fundaron una complicidad absoluta entre ambos. No quedó ahí: el padre, a pesar de tener que cubrir tres turnos en la fábrica, se las ingeniaba para ir al portero a espiar a su hijo, que por entonces era arquero. Don Alberto, que había sido portero cuando joven, sabía que Ricardo era mejor si se paraba en el medio de la cancha que debajo de los tres palos. Por eso un día, por su cuenta, sin decirle nada a nadie, fue hasta el estadio de Boca Juniors y anotó al chico para probarse como volante. La citación llegó a casa y el larguirucho Ricardo no lo podía creer. “¿Y esto?”, preguntó. “Te anoté en Boca”, dijo el padre, “y te anoté al medio porque me gusta como juegas ahí”.
La base del legado de Gareca reside en estas experiencias. La otra noche, después de perder el repechaje, ante la consulta de la permanencia del técnico, escuché al capitán Pedro Gallese decir rotundamente: “Ojalá que se quede, nos enseñó mucho, cambió la mentalidad de los jugadores”. A través de la pantalla provocaba decirle: también la del país, querido Pedro, también la del país. //
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