La semana pasada dos noticias llamaron mucho mi atención. La primera fue el nombramiento de Jane Fraser como la nueva CEO de Citigroup. Es la primera mujer que dirigirá un gran banco de Wall Street, lo que marca un hito (registrado hasta en Wikipedia), pues estos puestos habían estado destinados a lo largo de la historia únicamente a los hombres.
Jane no solo rompe el molde por ser mujer, sino porque cree poder tenerlo todo: la carrera de sus sueños y una vida en familia, escapando totalmente del cliché que nos han vendido de que para ser megaexitosa profesionalmente estás condenada a casarte con tu trabajo y aspirar como máximo a un gato como compañía. Jane tiene dos hijos y un esposo que no solo le dio uno de los mejores consejos para su carrera cuando le dijo que nunca deje de ser ella misma –menos aún para demostrarle algo a un sector eminentemente machista–, sino que tampoco tuvo inconvenientes en renunciar a su puesto de ejecutivo con tal de dividirse las responsabilidades y que ella pueda seguir ascendiendo. Alberto Piedra, el esposo de Jane, era consciente de que ella podría tener una mayor proyección y decidió renunciar a su trabajo como gerente de un banco para pasar más tiempo al cuidado de sus hijos.
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Mientras me imagino esa conversación honesta, sin prejuicios e inseguridades entre esta pareja, no puedo dejar de preguntarme si la mayoría de hombres que conocemos en nuestro entorno tomarían decisiones similares ante el éxito vertiginoso de sus esposas o lo sentirían como un golpe a su virilidad. Me pregunto también cómo tomaría nuestra sociedad en general que sea ella la que trabaje en la megacorporación y él en la casa, si lo vería normal o como carnecita para el meme o la chacota de turno. Pero ¿cuál es la receta secreta de esta poderosa ejecutiva de 53 años que sí tiene talento y es muy buenamoza? Ella está convencida de que “no puedes tenerlo todo al mismo tiempo; puedes tenerlo todo a lo largo de décadas”.
Esta reflexión rompe con la demagogia que a veces abunda en algunos libros de autoayuda o de líderes de opinión mercachifleros, que piensan que para empoderar solo hay que soltar frases positivas, pero sin contarte la receta, los ingredientes o las contraindicaciones. Una carrera exitosa no es cuestión de suerte sino de planificación, pero sobre todo de diseño. Y esto, como bien postula Apple, la marca experta en estos temas, implica sacrificio. Eso significa que dejarás de hacer algunas cosas para priorizar otras y que más que ver el éxito como una carrera, debes proyectarlo como una maratón donde cada kilómetro tiene características y complejidades distintas.
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Si bien la historia de Jane me dejó inspirada y convencida de lo imprescindible que resulta combinar empoderamiento con un buen entendimiento del rol que cumple la nueva masculinidad, ver las últimas cifras del reporte de empleo del INEI con datos a junio me dejó muy preocupada. La caída en el empleo de las mujeres, evidentemente provocado por la compleja situación que enfrentamos como país a raíz del COVID-19, es 1,5 veces mayor. Por otro lado, si revisamos la PEA (población económicamente activa), en el segundo trimestre se registra una reducción de la ocupación femenina de 45% frente a una caída de 35% para los hombres. El problema no es solo que las mujeres están perdiendo más empleos y las que se quedaron en sus trabajos están predominantemente en el sector informal, ganando poco y sin acceso a beneficios básicos, sino también que su reinserción será mucho más difícil. No solo les resulta más complejo obtener empleo, sino que si lo obtienen, les pagarán menos que a su esposo o conviviente, así que ya sabemos quién es la llamada a quedarse en casa atendiendo los trabajos del hogar, a los niños o a las personas enfermas, tareas no remuneradas.
Como explicaba hace poco Carolina Trivelli, investigadora principal del Instituto de Estudios Peruanos, esta situación equivale a un retroceso de décadas en el cierre de brechas de género. Si bien en términos de salud el coronavirus afecta más a hombres que a mujeres por la data de mortandad, a nivel laboral otro es el diagnóstico: estamos ante una pandemia laboral y la población más vulnerable es la femenina. La buena noticia es que la vacuna para esta pandemia ya existe. Hagámonos cargo –Estado y empresa privada– porque para acabar con este feminicidio laboral está prohibido lavarse las manos. //