"Por estos días el balcón se improvisa como escenario de músicos aficionados". (Ilustración: Nadia Santos)
"Por estos días el balcón se improvisa como escenario de músicos aficionados". (Ilustración: Nadia Santos)
Renato Cisneros

Empezó en Italia, se reprodujo en España y hace unos días llegó al Perú. Se trata de otro virus, uno tan contagioso como el , pero no letal. Carece de nombre pero si hubiese necesidad de buscarle uno quizá podría ser “el virus del aguante”.

En Europa viene transmitiéndose a través de los balcones, que han dejado de ser meros apéndices de viviendas particulares, miradores ordinarios, refugios de fumadores, jubilados y solitarios, para convertirse en un territorio solidario en medio del obligado confinamiento.

Por estos días el balcón se improvisa como escenario de músicos aficionados; cubículo de karaoke masivo; escaparate de flashmobs; pasarela de coreografías; cabina de pinchadiscos con tornamesa incluida; minúscula locación deportiva para rutinas aeróbicas y partidos de paleta de edificio a edificio; salón de bingos y juegos de mesa a distancia; altar de celebración de matrimonios y cumpleaños ajenos; puesto de vigilancia para castigar a chisguetazos a quienes osan pisar la calle; diván terapéutico donde vociferar al viento las miserias del encierro; trinchera oportuna para el cacerolazo político; y, desde luego, generosa platea desde la cual, todas las noches, se ofrecen interminables cascadas de aplausos de agradecimiento a médicos, bomberos, policías, enfermeros, farmacéuticos y demás profesionales que ocupan la primera línea de combate contra el coronavirus.

Guitarristas, trompetistas, saxofonistas, pianistas, bateristas, violonchelistas, tenores y sopranos salen a sus respectivos balcones a ejecutar e interpretar canciones para sorpresa y felicidad del vecindario, y aunque su repertorio es variado hay ciertos temas que, por reiterativos o simbólicos, ya se han convertido en himnos de esta cuarentena. El lenguaje de los balcones En tiempos dramáticos se tejen las verdaderas redes sociales.

En Italia, por ejemplo, han resucitado éxitos populares sesenteros como Il Mondo o Che Sarà –ambos del gran Jimmy Fontana–, pero también la marcha partisana antifascista Bella Ciao. En España, en cambio, se canta desde la Macarena hasta la Tusa, pero ninguna con el fervor unánime con que se entona el viejo hit del Dúo Dinámico Resistiré, cuya letra, escrita en 1988 –“Resistiré, para seguir viviendo, soportaré los golpes y jamás me rendiré, y aunque los sueños se me rompan en pedazos, resistiré, resistiré”– pareciera haber sido compuesta como arenga profética para estos momentos inciertos que, según los propios ibéricos, superan en angustia a los días de la histórica crisis económica vivida una década atrás.

Un caso curioso es el de Flying Free, tema electrónico vintage, emblemático en discotecas españolas de los noventa, que de reHay ciertos temas que ya se han convertido en himnos de esta cuarentena. E pente ha cobrado muchísima popularidad en esta “primavera de los balcones” –como la ha bautizado el periodista y escritor pamplonés Jorge Nagore–. No es extraño. Vistos con cierta perspectiva, ¿no son los departamentos de edificios y grandes residenciales algo así como jaulas ocupadas por pájaros cuyo actual sueño se sintetiza en ese título? Flying Free. Volar libres. Volver a circular. Retomar los hábitos suspendidos.

Desde hace una semana, cada noche, a las ocho, nos asomamos puntualmente en familia a nuestro pequeño balcón a cumplir con el llamado “aplauso sanitario”. El ruido de tantas manos batiéndose ocupa rápidamente el silencio de la calle. Luego se suman los silbidos, las aclamaciones, algún grito. Durante tres o cuatro minutos estamos allí, medio a oscuras, observando las siluetas de los vecinos en los edificios de la cuadra, sombras en cuyo rostro es fácil intuir una sonrisa, un gesto emotivo.

Tanto en Madrid como en Lima y demás urbes, estas manifestaciones no son simples actividades para amenizar el aislamiento. Se trata más bien de un ritual que ojalá se normalice después de superada la crisis: el ritual de una cadena humana que por unos instantes restaura su naturaleza comunitaria, esa que, en el caso peruano, empezó a diluirse tres décadas atrás, cuando el espacio público pasó a privatizarse y la convicción de que hay lugares que nos pertenecen a todos simplemente se abandonó.

Es conmovedor que en medio de esta pandemia que tiene para largo las personas ocupen balcones y ventanas para buscarse, celebrarse, unirse, relacionarse casi primitivamente y así formar una red social auténtica, libre de juicios estúpidos o agresiones impunes. Hoy la gente no puede tocarse, pero de esta forma se abraza. Podemos tolerar la distancia de unos metros, pero no soportamos la lejanía. //

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