Hay algo que te impide destacar en el trabajo, y no es tu jefe; usar esos jeans que mueres por ponerte, y no es un rollo; crear esa idea que todos querrán compartir, y no es tu falta de imaginación; emprender ese negocio propio, y no es la mala suerte; jugar más con tus hijos, y no es la falta de tiempo; reencontrarte con amigos que no ves hace años, y no es que tu hija ‘repentinamente’ está resfriada; mover el cuerpo bien tempranito, y no es que se malogró el despertador; salir a bailar, y no es Netflix; comenzar a escribir sobre las cosas que importan, y no es la falta de temas; comenzar a comer más saludablemente, y no es que no sea lunes; besar a tu pareja más seguido, y no es el coronavirus; terminar de leer un libro, y no es el Instagram; salir de la ciudad, y no es el tráfico; probar algo nuevo, y no es la falta de plata; aprender algo nuevo, y no son los horarios.
La gran responsable de todo esto es la flojera, esa amiga antipática y confianzuda que se apodera de tu cabeza, extremidades y hasta tus órganos más felices. Es la incondicional, más presente que nunca cuando se trata de holgazanear y matar el tiempo, pero con tus dedos en el control remoto –cliente premium de los delivery– y está dispuesta a vegetar contigo a tus anchas. La que te apaña todo y te soba la cabeza haciéndote pensar que te mereces rascar más de lo debido, así no te pique nada. La que siempre justifica que te quedes en la zona de partida y que si estuvieras jugando monopolio y cayeras en la cárcel, te recomendaría no pagar la fianza para ver jugar a los otros y no arriesgarte comprando propiedades y menos aún teniendo casas. Pero aunque la flojera parezca un compinche simple y sin grandes pretensiones, puede esconder temas más complejos como depresión, mala alimentación, un profundo miedo a algo o alguien, e inseguridad. Hoy quiero compartir contigo tres tips caseros y bien simples para que no te dé flojera leerlos.
Échate agua; y si es fría, mejor. Nunca subestimes un buen duchazo con agua fría. Comprobado está que nos activa y despeja, estimula la secreción de neurotransmisores como la noradrenalina (que nos permite estar atentos), mejora el humor, alivia el estrés y la ansiedad. Y si de ponerte on fire se trata, una ducha fría estimula la secreción de testosterona, que influye en la libido y la capacidad de respuesta sexual. Por otro lado, el acto de vencer tu piel de gallina y renunciar a tu placentero baño con agua humeante puede representar emocionalmente un pequeño desafío superado y hacerte sentir en control, valiente y con la autoestima alta. Si estás trastabillando con quedarte en tu cama y cancelar tus planes, desparramarte en el sillón y ni siquiera comenzar lo que tenías que hacer o taparte hasta la nariz en calidad de momia, una buena ducha fría puede levantar mentes, cuerpos y órganos alicaídos.
¡Pare de sufrir! Cambia los latigazos por las caricias. Cambia la frase por imposición: ‘lo tengo que hacer’, por una de satisfacción: ‘me lo merezco’. La convicción es fundamental para cualquiera de nuestros actos. Si haces las cosas solo por deber, corres el riesgo constante de que la flojera aparezca para consolarte y convencerte de que te mereces un premio por tanto esfuerzo y con ello abandones lo avanzado. Mi propuesta es que trolees a la flojera, la engañes y con ello la venzas. Si condicionas tu mente y cuerpo a entender que estás gozando y premiándote con lo que estás haciendo porque te lo mereces, la flojera queda descolocada y se irá de tu mente y cuerpo cabizbaja, en cuclillas y con el rabo entre las piernas.
No te hagas el/la loca. La flojera es un gran contenedor de miedos e inseguridades no resueltos. Un cajón de sastre de sentimientos inconclusos. Un nombre políticamente aceptado para no decir las cosas como son. Y si bien este tip es el que más flojera puede darte poner en práctica, es fundamental. Identifica por qué no quieres hacer algo; créeme que te tomará cinco minutos, no más. Cuando lo sepas, no tienes que gritárselo al mundo pero sí a ti mismo. Una vez reconocida y asimilada la información, da ese primer paso sin pensarlo demasiado y registra en piel y mente lo bien que se sintió que te atrevieras. Y si necesitas refuerzos, desempolva de Spotify esa canción de Azúcar Moreno y canta en tu mente o al compás de tus gallos con una buena ducha fría: “Solo se vive una vez”. //
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