Cuando hablamos de equidad de género, feminismo y empoderamiento, muchas veces hay algo que falta, algo bien grande en realidad –que constituye el 50,5% de la población del mundo, según la ONU–: los hombres. Pareciera que en la lucha por nuestros derechos a veces nos olvidamos de que tenemos el derecho y diría que hasta el deber de sumar aliados que pueden facilitarnos el hacer realidad nuestros objetivos tan solo matemáticamente hablando (son un poquito más de la mitad de la población). ¿Somos así de conscientes o preferimos llevarnos por el apasionamiento de declararnos en modo Club de Toby pero a la inversa ? Y a nivel de comunicación y sobre todo de educación, ¿estamos incorporando, con la misma fuerza –como lo hacemos con los conceptos de una nueva mujer–, los de un nuevo hombre?
Como comunicadora, soy feliz testigo de la importancia que le está dando la sociedad, los medios e incluso las marcas a reforzar este nuevo modelo de mujer poderosa, independiente, que rechace la violencia y que se crea capaz de todo y más. Pero ¿qué pasa con los hombres? ¿Estamos ayudándolos a entender nuevos modelos, conductas, miedos, emociones; en otras palabras, estamos contribuyendo a que abracen su nueva masculinidad? Y me pregunto esto no por ser buena gente, sino por interesada, porque me interesa que haya un real cambio. La respuesta es que hablamos de una nueva masculinidad muy tímidamente aún y el problema con eso es que si no nos concentramos también en los hombres, tenemos a media población desubicada, confundida y eso al final no suma al gran objetivo de construir equidad de género.
Lo hablaba hace poco con el gerente de marketing de una marca. Él me decía: “Es que nosotros estamos concentrados en que la mujer logre su equidad”. Y yo le respondía que si ese es su objetivo, pues entonces de nada sirve tener a la otra mitad desinformada e inactiva frente a dicha meta. Lo que pasa es que hablar de hombres cuando estamos tocando temas de empoderamiento femenino no es popular, es difícil de explicar y sin duda es blanco fácil para que algún tweet o comentario de feminismo populista bulee la iniciativa. Para cambiar realmente las cosas no toca pensar en ser popular, sino en estar genuinamente comprometido, y eso puede conllevar mensajes o posturas incómodas.
Hace poco, trabajando un proyecto para una marca de ropa masculina, invitamos a más de 50 hombres muy distintos entre sí a nivel de profesiones, edades y estilos de vida. Ellos no sabían a qué iban, tan solo que estarían frente a una cámara y les preguntaríamos algunas cosas. La primera pregunta que les hicimos fue: ¿Qué es ser hombre? El 99% de ellos hicieron una pausa larga acompañada de un coro de grillos antes de responder. El otro 1% se sintió incómodo y prefirió no continuar con la entrevista.
Y si bien no es una pregunta fácil de responder, es más difícil de hacerlo en estos tiempos. Uno de los entrevistados, ya más suelto, nos contaba lo complejo que es para él este conflicto entre lo que le enseñaron de chico y lo que está aprendiendo a ser. De hecho, el ejercicio se les hizo más fácil cuando enumeraban lo que ‘antes’ era considerado de hombres: ser el fuerte de la casa, tener el plato más grande, dejarse la barba, hablar de mujeres, estar siempre ocupado, ganar más plata, pagar las cuentas, jugar bien el fútbol, ser el dueño del control remoto, el cazador, el leñador, el responsable de plantar la semilla.
Pronto, los demás comenzaron a hablarnos de ellos, sobre cómo abrazaban su paternidad, peinando a sus hijas, caminando de la mano con ellas y hablando como la Sirenita o no teniendo problema con ser Barbie o Ken mientras juegan a la muñecas. De abrazar su vulnerabilidad sin vergüenza de llorar, emocionarse y decir abiertamente que también quieren que los cuiden. De no avergonzarse al declarar que prefieren ver ballet que fútbol o tragos de colores en vez de una cerveza. De tener jefas mujeres, de ganar, en algunos casos, menos que sus parejas y de aportar en las tareas de las casa, no como caso curioso, sino con normalidad.
O como dijo uno de los entrevistados, reconocer que él no siente que sea macho, sino hombre, con todo lo que eso signifique. El experimento social hoy es un video que Arrow, la marca de ropa masculina, está difundiendo en redes. Si una marca puede abrir la conversación sobre la nueva masculinidad y elegir que los hombres no solo luzcan guapos sus camisas, sino que también hablen de aprender a planchar sus camisas, como sociedad tenemos la responsabilidad y oportunidad de sumar realmente a los hombres a la lucha por la equidad. Hablar de empoderamiento pero con los pantalones bien puestos. //