Nora Sugobono

No es habitual en una Lima donde muchos cocineros sueñan con tener salones amplios, cientos de comensales por día, una carta repleta de posibilidades y un local ubicado en una zona altamente comercial. No es habitual, pero de vez en cuando aparece un rebelde con ganas de desafiar el sistema. Todo sobre Sala Omakase sorprende y despierta la curiosidad —y el apetito— desde que se conoce el concepto. Sí, para algunos podría ser considerado arriesgado. No, no hay un menú para elegir. Y no, no vamos a comer con desconocidos, aunque el espacio sea pequeño (en realidad, cada reserva es independiente y así se siente estando allá).

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Hace poco más de un año, el limeño Roby Dickson decidió apostar por un ideal gastronómico que representó un cambio radical en su vida: saltó del mundo coorporativo para abrir un local de estilo ‘omakase’ en una zona residencial de La Molina (valgan verdades, la calle Santiago de Compostela vendría a ser el Dasso de La Encantada: hay de todo) con un concepto disruptivo. El formato indica que la comida se deja en las manos del chef o el itamae, quien ofrece lo mejor del repertorio con los productos que tengan en el día. Roby y su equipo siempre consultan antes de lanzarse a servir: si hay alguna preferencia por algún tipo de ingrediente o preparación, o si, por el contrario, hay cosas que no le gustan a uno o más comensales de la reserva.

Degustación de nigiris.
Degustación de nigiris.

“Con esa información les cocinamos”, nos dice el chef y empresario gastronómico. “Todos los días compramos pescados y mariscos frescos para nuestras reservas, y lo que ofrecemos es lo mejor que encontramos en el terminal pesquero”, añade. No tienen una carta fija y siempre están buscando crear nuevos bocados, cuya presentación dentro del menú es personal, tipo un snack. ¿Qué pasa si alguien se queda con hambre o quiere algo dulce? Dickson y su staff suelen tener otras alternativas, como platos de fondo para compartir, y así se redondea la experiencia. Además, cuentan con una carta chiquita de postres, a elección del cliente.

hotebi parma, láminas de conchas y langostinos en una salsa de mantequilla de Katsuobushi y alcaparras.
hotebi parma, láminas de conchas y langostinos en una salsa de mantequilla de Katsuobushi y alcaparras.

La pasión con la que habla Roby de su oficio es contagiante. De pequeño quiso estudiar para ser cocinero, pero por motivos ajenos a él no pudo, así que se formó en comunicaciones y márketing. Su aprendizaje ha sido empírico, sostenido en su inmenso gusto por la comida nikkei. Hoy, su Sala Omakase ya se encamina a la expansión, pero el concepto se seguirá manteniendo con un aforo reducido: de 10 personas pasará a atender a 20, y en ese número se quedará. Lo que sí podría cambiar es la zona donde ofrezca su experiencia: al local de La Molina planea sumarle el próximo año uno en San Isidro, con la misma idea del inicial. La cosa para Roby pinta bien. //

Además…
Con sus propias reglas

De lo bueno poco 

El restaurante tiene espacio para 10 personas (así como lo lee) pero no tienen que sentarse juntas. Hay espacio en la barra y también en una mesa, para que los comensales se acomoden según el tamaño de sus grupos. Lo ideal es reservar. 

Bien organizados

El local atiende de lunes a sábado en dos horarios: almuerzos de 1 a 4 p.m., y cenas de 7 a 10 p.m. Los domingos funciona únicamente en el turno de día.

Menú del día

La experiencia consta de ocho platos o snacks por persona, y tiene un precio fijo de 97 soles. Las bebidas son aparte, y se puede elegir entre vinos, cervezas y bebidas de la casa.

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