Año a año, la expectativa sobre la noche más importante de la moda mundial -especialmente para quienes amamos este rubro- no ha hecho más que aumentar. Se ha vuelto costumbre calificar y descalificar en tiempo real a quienes asisten a la gala del MET (Metropolitan Museum of Art de NY) y definitivamente es lo que más nos divierte. Pero hay un trasfondo en todo esto. El tema elegido anualmente es la vara por la que se mide lo acertado de los looks que desfilan por las escaleras del museo hacia la fiesta, un evento al que solo se puede ser invitado y cuya lista es la más exclusiva del mundo.
Es precisamente en esas escaleras donde se reunían a almorzar las niñas más privilegiadas -y sus respectivos séquitos- de la escuela Constance, en Gossip Girl. La protagonista más célebre de esta serie fue una de las primeras en llegar al encuentro: la mismísima Serena Van der Woodsen, la señora de Ryan Reynolds o -por su nombre real- la actriz Blake Lively, sorprendió al mundo entero con un vestido que se transformó delante de los ojos de los periodistas (un “shock factor” muy alto) asistentes. Creado por la casa Versace, el vestido reunió una larga lista de inspiraciones que incluía la Estatua de la Libertad, los rascacielos de la ciudad de Nueva York y el techo del Grand Central Station (me quedé sin aire). Una creación que evidenciaba un nivel de elaboración altísimo, con metros inacabables de tela, toneladas de pedrería y muchísimo trabajo manual, muy fiel al estilo tanto de la actriz como de la marca.
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Ha sido probablemente el vestido más aplaudido en cuanto medio he podido ver, y tiene sentido porque el tema de este año era el “Gilded Age” de los Estados Unidos. Por “gilded” podríamos entender algo que ha recibido una pátina embellecedora, como un toque de Midas, y que se refiere a una época próspera en la costa Este de Estados Unidos a fines del siglo 19 y principios del siglo 20. Pensemos en Edith Wharton y La Edad de la Inocencia. Sin embargo, a pesar de todas las alabanzas, debo decir que no fue de mis favoritos. Si bien las referencias eran interesantes (mi favorita fue la elección de colores que aludía a la oxidación del cobre que compone a la Estatua de la Libertad), me pareció que fue una manera muy superficial de trabajarlos y que, pese a la riqueza de sus elementos, finalmente carecía de “alma”. No me maten.
Mientras esperé ilusamente que alguien se inspirara en la pintura más famosa de John Singer Sargent, Madame X (1884), el despliegue de invitados no logró llenar mis expectativas. Creo que ha sido una de las galas más decepcionantes de los últimos tiempos, ya que año a año lo que se trataba era de dar un guiño sutil hacia la temática elegida. Algo que ha ido evolucionando (¿involucionando?) hacia lo que parece ser una fiesta de disfraces de la élite internacional. Coincido parcialmente con lo que dijo el diseñador Tom Ford. “Lo único que hubiera deseado que no pasara con la gala del Met es que se convirtiera en una fiesta de disfraces. Solía ser algo muy chic, con gente usando ropa bellísima, yendo a ver una exhibición sobre el siglo 18. No tenías que verte como del siglo 18, no tenías que vestirte como una hamburguesa, no tenías que llegar en un van donde ibas parada porque no podías sentarte, debido a que te habías puesto una araña de cristal encima”. Aunque me parece que algo de fantasía debe haber (porque es la noche donde la gente se puede expresar a través de la moda con mayor libertad) siento que se ha perdido la brújula y se ha generado una competencia entre quién “grita” más fuerte con lo que tiene puesto.
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Es quizá por esto que Billie Eillish fue de mis favoritas de la noche. Sí, voy a decir que el vestido no me resultó favorecedor para ella según mi gusto, pero fue una elección acertada que iba de la mano con el tema y que adicionalmente le daba un giro propio y actual. En gran contraste con la agobiante avalancha de seda que componía el vestido de Blake Lively, el de Billie Eillish fue creado por la casa Gucci con telas que habían sobrado de colecciones pasadas, subrayando la tendencia actual del “upcycling” que nos invita a reflexionar sobre el exceso de compras de prendas de vestir y la basura que esto genera alrededor del mundo. Algo que va muy de la mano con la filosofía de vida de la cantante que supo acompañar su outfit con zapatos veganos.
Adicionalmente a este detalle del vestido, la dificultad con la que se movía Billie Eilish me hizo pensar en otro tema que sentí debió explotarse más durante la noche: el lugar de la mujer en la sociedad del Gilded Age. La moda, como ya deben de estar hartos de escucharme decir, es un lenguaje, y es la manera más fácil de entender un período histórico: sea por las siluetas, el uso de materiales, colores, accesorios u otros elementos. La restricción que había en el vestido de Billie Eilish me hizo pensar justamente en eso, en cómo la libertad de movimiento de la vestimenta se relacionaba directamente con el rol de la mujer en la sociedad de ese entonces, donde se veían subyugadas por sus prendas, y muchas veces incluso asfixiadas hasta la muerte por el uso de los corsets.
La aletargada e incómoda entrada en el museo de la cantante me sirvió para pensar en un espeluznante paralelo con la noticia que sacudió Estados Unidos esa misma noche: la filtración de la existencia de un documento de Corte Suprema donde se plantea la revocación del aborto como un derecho constitucional a nivel federal. Debo decir que la gala de este año me produjo una sensación incómoda, sentí un nivel de frivolidad muy alto y una desconexión total con la realidad por parte de una élite como pocas veces hemos visto en un evento que ha sido escenario de varias manifestaciones ideológicas y políticas a lo largo de su existencia.
No todo estuvo perdido. El look de la modelo Bella Hadid, que en primera instancia no me llamó la atención y hasta me pareció alejado del tema, me hizo pensar en este lado “kinky” de aquello que nos restringe o nos prohibimos a nosotros mismos. Partiendo de esa idea, también fue interesante ver a tantos hombres como Evan Mock y Lenny Kravitz incorporar a los corsets de manera notoria en sus looks.
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La hoguera de las vanidades
Con todo lo que está sucediendo en el mundo, sin embargo, me pareció que celebrar el “Gilded Age” de los Estados Unidos era nuevamente centrarse en la idea falsa de que el auge económico de un sector de un país pueda representar la prosperidad de la población entera que la conforma. Me parece un acercamiento bastante sesgado, sobre todo si tomamos en cuenta que el período histórico celebrado la noche del pasado lunes 2 de mayo tiene lugar tan solo un par de décadas después de la abolición de la esclavitud en el EE.UU. Fue precisamente por esta razón que la actriz Gabrielle Union usó varias filas de pedrería roja en la parte baja de su peinado, para representar la sangre derramada por aquellos que no disfrutaron de los beneficios de esta era. Algo similar hizo el actor británico de origen pakistaní, Riz Ahmed, cuyo look fue un homenaje a los inmigrantes que formaron parte del engranaje de la maquinaria que hacía que el país marchara.
Para visualizar mejor lo que plantearon ellos, va una idea: es como cuando en la película Titanic vemos a los pasajeros de primera clase disfrutar de una cena fastuosa mientras en el último nivel se encuentran los obreros (en condiciones que ni siquiera son cuestionadas por el resto de personas a bordo) trabajando sin descanso para que el barco navegue.
Quizá el momento de mayor desconexión para mí fue cuando entró Kim Kardashian utilizando el legendario vestido que usó Marilyn Monroe cuando le cantó Happy Birthday a John F. Kennedy en su cumpleaños número 45. Kim siempre logra sorprender. Sin duda parece que cada año busca superarse a sí misma, más allá de que nos guste o no cómo se le ve; o si nos parece “digna” de utilizar una pieza histórica de este nivel, entre otros factores. Aunque confieso que admiro y aprecio su compromiso con lograr la perfección con un look (hace unos años sabía que no iba a poder ir al baño en toda la noche con un vestido de Thierry Mugler e igual lo usó), sus palabras en la alfombra roja no hicieron más que acentuar la sensación que me había causado toda la ceremonia.
Pese a que soy alguien que escucha este tipo de cosas muy a menudo, cuando dijo que no había comido casi nada durante tres semanas para poder entrar en el vestido me causó una pesadumbre inmensa. Pienso en el privilegio que significa el no alimentarse por elección propia y cómo deben resonar sus palabras en aquellas personas que luchan diariamente por poder hacerlo. Sentí que el nivel de “inconciencia” del lunes fue muy alto (o quizá siempre lo ha sido y recién lo percibo) y que contribuía al estigma de superficialidad del cual es siempre víctima la moda.
Mientras este mensaje resonaba en el mundo físico, desde el metaverso surgió una luz de esperanza: la superestrella digital @noonoouri apareció en su cuenta de Instagram con un vestido de falda aglobada y con un chaleco antibalas, acompañada por el texto “la paz es todo lo que necesitamos”. La clara alusión a la guerra en Ucrania era algo que esperé ver en algún miembro de nuestra especie toda la noche y, francamente, no lo encontré.
Más de Roger Loayza en: @rogerloayza
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