Es fácil confundirse ante la presencia de Jessica Butrich. Incluso cuando lleva bata y pantuflas –la primera en animal print; las segundas son de su propia colección, un éxito durante la pandemia–, la mente no puede evitar trasladarse, al menos por unos segundos, a algún largometraje de la MGM de mediados de los 50, donde Jessica podría ser una espía o la esposa de algún mafioso o una cantante de cabaret. Algo fabuloso.
LEE TAMBIÉN | Cusco: por qué Giorgio Armani eligió la ciudad inca para lanzar su ultima fragancia de lujo
Solo el olor a olluquito que se filtra desde la cocina nos sitúa en el tiempo y en el espacio. Es el año 2021 y estamos en un departamento ubicado en el cruce de San Isidro con Magdalena, que Jessica y su esposo, el artista Abel Bentín (están juntos desde el colegio; Abel es el director de arte de la mayoría de fotos y campañas) diseñaron de cero. Luego lo llenaron de plantas –por dentro y por fuera– y se aseguraron de incluir detalles que remitiesen a las construcciones limeñas de la década del 70. Es nuevo, pero parece antiguo.
Julieta y Félix (7 y 4, respectivamente) revolotean por la sala, ansiosos por subir al terrado donde hay una pequeña piscina; están de vacaciones y sus padres lo saben. El vestido de Julieta también es de animal print y sus uñitas, pintadas cada una de un color distinto, combinan con uno de los modelos de tacones que llevan la marca de su madre. Butrich –el apellido es de origen yugoslavo– existe como tal desde 2013, aunque Jessica lleva trabajando en moda desde mucho antes.
Su ascenso ha sido brutal, meteórico en los últimos años: hoy sus zapatos se consideran piezas de colección y artistas como Thalía o la española Sofía Reyes, además de la Miss Perú Janick Maceta, no solo los lucen, sino que comparten sus modelos favoritos en redes sociales (Thalía le pone corazoncitos a las historias de Instagram de Jessica, pero esa es otra historia). La clave fue pensar en grande.
La pandemia representó un crecimiento insospechado (su web se disparó) y la segunda tienda con su nombre abrirá sus puertas este mes en el Jockey Plaza. Jessica Butrich está llegando a territorios antes inexplorados por la moda peruana, pero se mantiene, nunca mejor dicho, con los pies en la tierra. Los suyos llevan plataformas.
—Sueles ser noticia con frecuencia, ya sea por tus colecciones, las colaboraciones con marcas o por las celebridades que lucen tus zapatos. ¿Qué te llevó al nicho del calzado?
Yo estudié moda en general. He hecho colecciones completas, incluso vestidos de novia. La marca como tal no tiene 17 años, pero sí me he dedicado al diseño de zapatos todo ese tiempo. Siempre he vivido de esto; para mí nunca fue un hobby. Al comienzo hacía poquitos modelos, cosas a pedido y atendía a puertas cerradas. Hay momentos clave que marcaron mi carrera, como mi primer desfile en LIF Week en 2013 y la apertura de mi primer showroom en Dasso. Por ese tiempo creamos el logo también, y la papelería. Y ya en 2018 abrimos mi flagship store [buque insignia], que está en La Mar.
—Tu crecimiento ha ido de la mano del desarrollo de la moda peruana. Empezaron a abrir más escuelas, a haber más oportunidades…
Sí, definitivamente se sentía que iba a haber un boom, pero luego se desinfló un poquito. Quiero pensar que ese momento volverá.
MIRA | Menos es más: por qué ordenar el closet puede ser la mejor manera de empezar el año
—¿Crees que a los peruanos todavía nos cuesta pagar por diseño peruano?
Creo que eso ya cambió. Hoy nuestra clienta siente orgullo, no solamente por usar la marca, sino porque es peruana y les está dando trabajo a peruanos. Es un producto que compite en calidad y en diseño con estándares internacionales, además.
—Eso es algo que no les pasa a todas las marcas.
No todavía, pero definitivamente estamos en otro momento del que estábamos hace 15 años.
—Lo tuyo es diseño de autor, piezas que son una obra en sí mismas. Puede resultar complicado, sin embargo, combinar fresas, cerezas o arcoíris en el día a día. ¿Cómo has logrado que tus zapatos se conviertan en un objeto de deseo?
Mis zapatos son piezas que compras porque quieres tenerlas hoy o en cuatro años. No lo haces por una tendencia o porque van con tal o cual vestido. Muchas clientas las consideran piezas de colección, pero al comienzo no era así; la mayoría de mujeres que entraba al (entonces) showroom me decían “wow, me encanta tal modelo (alguno loco), pero no me atrevo”. “¿Cuál tienes de color entero?”, me preguntaban. En una segunda etapa ya se los prueban y es ahí cuando se enamoran. En una vitrina se ven de una manera, pero cuando te los pones todo cobra vida. El zapato correcto te da un superpoder. Te empodera, te da fuerza, personalidad. En una tercera etapa, que es donde están hoy la mayoría de mis clientas, de frente preguntan cuál es el modelo más loco. Ese tipo de diseños son el 95% de nuestro stock.
—¿Qué te motiva más?
Siento que les hemos enseñado a muchas mujeres a atreverse a ver la moda como algo divertido, más allá de las tendencias.
—¿Solo usas tus zapatos?
Sí, en mi clóset solo tengo mis diseños. Lo único que no es mío son las zapatillas de deporte. Si bien mis zapatos tienen altura, por la plataforma, el quiebre no es más de 9. Estoy en contra de usar un producto con el que no te sientas cómoda.
MIRA | Ayer y hoy del surf femenino en el Perú: un deporte que cada vez más niñas y adolescentes practican
—Tú eres tu principal embajadora. ¿Tu look siempre es así? Si yo no estuviese ahora hablando contigo, ¿estarías en buzo, por ejemplo?
No tengo buzos. El primero me lo compré en pandemia [ríe]. Todo depende: si mi día a día es ir a tiendas, sí. Pero si voy a la fábrica, me pondría zapatos más cómodos, aunque igual estaría en vestido. Lo mismo si me quedo en casa. Yo creo que vestirse debería ser algo que te hace sentir bien cada día.
—En la pandemia esa filosofía ayudó a muchas personas a sobrellevar el encierro. Verse bien por uno mismo, aunque no salgas a la calle.
En estos dos años he aprendido más que en toda mi carrera. En pandemia la web explotó. No teníamos el espacio ni la capacidad logística (ahora sí) y fue algo que nos cogió por sorpresa. Sin matrimonios ni eventos, ¿quién se iba a poner tacos en su casa? Los primeros tres meses estuvimos sin fábricas ni tiendas abiertas, con la web funcionando, pero sin poder despachar hasta que tuvimos el permiso. Me acuerdo de que me reuní con mi equipo y les dije que confiaran en mí, que aquí había un tema emocional, psicológico. Había que ponerse en la mente de la clienta y ver cómo podríamos llevar la marca al día a día y en su casa. De ahí nació la línea de pantuflas, que fue un boom. Estábamos en un momento de incertidumbre y todos necesitábamos algo que nos hiciera sentir bien. Quizá los zapatos que vendíamos no tendrían un uso, pero era momento de engreírse. De alguna manera nos hacía sentir a todos (clientes y diseñadores) que la vida bonita iba a volver.
VIDEO RECOMENDADO:
TE PUEDE INTERESAR:
- De He-Man a The Mandalorian: el coleccionista peruano que sabe todas las historias detrás de los juguetes
- Lima: ¿cómo es la capital hoy, qué sabor la define, qué personaje o avenida la representa?
- Andrés Salcedo, el hombre que convirtió la Bundesliga en una novela de García Márquez
- Antonella Caballero: la niña de ocho años que hoy es la nueva gran promesa del surf peruano
TAGS
Contenido Sugerido
Contenido GEC