A primeras horas del viernes 5 de agosto Diego Bertie fue encontrado sin vida, tras caer desde el piso 14 de un edificio en Miraflores. En comunicación con América Televisión su manager confirmó que el artista se encontraba aislado en su domicilio por síntomas del COVID-19, motivo por el cual había cancelado las presentaciones de “Los buenos tiempos”, su show musical. En mayo, Bertie fue portada de la revista Somos a propósito de su retorno a los escenarios. Dicho encuentro -llevado a cabo en su departamento- terminó convirtiéndose en una conversación muy sincera sobre su rol en el mundo del espectáculo actual, y la manera en la que se veía a sí mismo hoy: sus sueños, sus anhelos y sus pendientes. Bertie se mostró cómodo con la entrevista y con las cámaras; estaba en su esencia. Quería meterse al mar de la Costa Verde para hacer más fotos, pero el frío hizo que aquella idea se descarte rápidamente. Estaba muy claro que este momento, este gran regreso, le iba a servir para sacarse cosas del pecho. Era una oportunidad para empoderar su voz. Tan solo unos días después de esta publicación, Bertie habló en el programa “Magaly TV: La Firme” sobre su homosexualidad. El show continúo. Recientemente, había anunciado una nueva temporada de su show, todos los jueves de agosto en la Estación de Barranco.
El artículo que sigue a continuación se publicó el 20 de mayo del 2022.
Hay una teoría en el mundo del espectáculo que sostiene que una estrella es el estereotipo y el original, ambos al mismo tiempo. Cuando se reúnen esas condiciones (la regla puede aplicarse desde Hollywood hasta el colorido mundo de la televisión peruana), dicha persona está destinada a trascender, a sobresalir.
A Diego Bertie ya no le gusta tanto el concepto de galán (“aunque hasta ahora me galanean”, ríe). Prefiere actor; o, más recientemente, artista. Un término con el que le costó hacer las paces cuando habla de sí mismo. Galán es algo que se quedó atrás, que ya no va con estos tiempos, en que un disco ya no sale en CD y una novela ya no se ve por capítulos diarios. Lo cierto es que, cuando en este país los canales de televisión podían contarse con una mano y grabar una canción era un privilegio casi inalcanzable, pocos eran los rostros locales que de verdad brillaban, y muchos menos los nombres que tenían la capacidad de concentrar grupos de adolescentes a la salida de los teatros o reunir a millones de televidentes noche a noche. Diego Bertie lo hizo prácticamente desde que apareció en la pantalla chica. Era el estereotipo y el original. Había nacido una estrella.
Es curioso cómo la vida suele ir en círculos, en ocasiones completos. Antes de Natachas, Fandangos, Obsesiones y Cosas del amor –y también durante y después–, Diego era músico. Su banda Imágenes fue su primera aproximación a la vida en los escenarios, además de las obras que hizo en el colegio. Quiso estudiar Administración y luego Psicología, pero dejó ambas carreras pronto. Su padre había fallecido cuando era muy pequeño y la noticia no le sentó bien a su familia (¿de qué viviría?), pero Bertie logró demostrarles que podía hacer dos cosas: mantenerse a sí mismo y triunfar en el celoso rubro del espectáculo. A eso lleva dedicándose más de tres décadas, con sus altas, sus bajas y todas las sorpresas que hay en el camino.
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Protagonizó novelas y series peruanas, colombianas y venezolanas, y vivió un tiempo en Brasil (finalmente regresó al Perú para estar cerca de su hija, Aissa, de 22 años). Ha hecho una treintena de obras teatrales y casi el mismo número de películas. Tiene dos discos como solista (Fuego azul, en 1996; y Cuando llega el amor, en 2003), sin contar las producciones de su banda, Imágenes. Diego canta y compone. Es justamente la música el hilo conductor de un nuevo show íntimo, salpicado de nostalgia y una energía nueva (su plan es llevarlo de gira por el país) lo que lo trae de regreso a la interpretación en vivo. Instagram ha sido su termómetro: ahí sube fotos y videos –que graba con tan solo un realizador– con un repertorio que abarca desde rock en español hasta Broadway. Con 54 años y una voz más potente que nunca, Bertie habla fuerte y claro.
—Regresas a un escenario chico, pero no menos retador. ¿Qué te motivó?
Vengo trabajando con la música desde hace un buen tiempo, en distintos aspectos. La música me buscó de nuevo en la pandemia, cuando más vulnerable me sentía, más encerrado. Se abrió una compuerta que pensé que no se iba a abrir jamás.
—Reconectaste con un camino que habías dejado, ¿quizá?
Reconstruí mi memoria y, por ende, mi identidad. Siento que me hizo estar mucho más atento a quién quiero ser, qué soy, qué voz tengo. A veces, en la actuación uno puede esconderse. Yo nunca he sido una persona muy pública. ¿Qué es lo que quiero hacer ahora? Comunicar. ¿Cuál es el sentido de lo que hago? Transformar. Soy como una esponja, absorbo todo lo que veo, lo que pasa. Eso lo proceso y lo transformo en una canción, en una performance.
—En tu Instagram (más de 64 mil seguidores) te hemos visto cantando de todo. Te entregas a Rasguña las piedras (Sui Generis) como lo haces con un Being Alive (Stephen Sondheim). Al mismo tiempo, compartes clips de tus novelas. Barbra Streisand solía decir que ella es una “actriz que canta” y no al revés. ¿Cómo te defines tú?
Algo por ahí. Me ha costado mucho asumirlo, aceptarlo, pero soy un artista. Siempre fui el galán, el actor, me pusieron en algún lugar.
—¿Qué pones en ‘oficio’ cuando llenas un formulario?
Actor. Pero ahora podría poner artista, porque siento que esa es mi forma de vivir. Estoy cantando para sobrevivir, como un ejercicio de vida.
—Y tu voz suena bastante fuerte.
Creo que me he abierto también. No ha sido fácil el camino, tengo 54 años, he pasado por muchas, muchas cosas. Estaba un poco harto de que mi voz se expresara a través de los guiones de otros. Tampoco tenía redes [las abrió en pandemia] y ahora siento que tengo un medio en el cual puedo expresarme puramente en la manera que quiero. No busco hacer nada marketero. Lo que quiero es compartir lo que a mí me sana.
—¿De qué tenías que sanarte?
Uy, muchas cosas. Este no es un país fácil para nadie.
—Menos para los artistas.
Sí, y para tener libertad y tener cojones. Yo me la estoy jugando [con el show]. A lo mejor habrá gente que diga “ese loco qué va a relanzar su carrera como cantante a los 54 años”, pero este es mi destino. He pasado por mucho para llegar a esto. Ahora puedo expresar una serie de cosas justamente porque la vida me ha llevado a este lugar. No hay una canción en el espectáculo que no tenga que ver conmigo.
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—¿Cómo es tu día a día actualmente?
Mi casa se ha abierto a la música. Viene gente, tocamos, ensayamos. Y se respira arte acá. Yo no decoro: lo que tengo son acumulaciones sensibles. Me acerco mucho al budismo porque siento que tenemos que aprender a respirar, a mantenernos en nuestro eje. Estamos de paso, no vamos a evitar la muerte, pero podemos transformar esa energía para que en otra vida seamos algo mejor.
—¿A nivel personal también has sentido esos cambios?
Totalmente. Es la consecuencia de tomar conciencia de la fragilidad de la vida. Todos hemos perdido a alguien en esta pandemia; yo perdí a una hermana y me golpeó mucho. Por eso siento que la vida es un regalo y hay que celebrarla todos los días. Mi manera de hacerlo es cantando.