Britney Spears era todo lo que yo no era a los 13 años y era todo con lo que soñaba ser. En 1998 el video de una canción titulada Baby one more time empezó a aparecer cada día, y a cada hora, en los canales musicales que marcaban la pauta de la vida adolescente en la década del noventa. Britney era hechizante: no encuentro mejor palabra para definir lo que fue -y todavía es- el fenómeno que se genera con la sola mención de su nombre. No era la primera cantante rubia, joven y sexy que saltaba a la fama de la noche a la mañana, pero la leyenda de Britney Spears sería la definitiva.
Me he preguntado muchas veces -especialmente desde que el movimiento #FreeBritney cobrara más fuerza- cuáles fueron de verdad los motivos por los que su figura generó tal devoción en mi generación, cuando tan pocas de nosotras podíamos vernos reflejadas o identificadas con ella. Las respuestas fueron llegando con el tiempo.
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Sospecho que es porque Britney Spears poseía una cualidad que la hacía inalcanzable pero cercana a la vez, como esa amiga a la que envidiabas en secreto, pero querías tener cerca a pesar de la rivalidad. Jugaba a ser una niña tonta, inocente a pesar de las letras de sus canciones; sin embargo, se movía y lucía como una mujer de mundo, como la chica que podía robarse a tu novio sin habérselo si quiera propuesto (aw, you shouldn’t have). Era la exactamente la clase de mujer que nos enseñaron a odiar, a mantener lejos. Iríamos aprendiendo muchas cosas sobre nosotras mismas -y sobre ella- en las décadas siguientes.
Britney Spears era hermosa a rabiar y parecía serlo sin esfuerzo, aunque no era perfecta, sino más bien real. Usaba la ropa más cool, viajaba por el mundo y su rostro aparecía en campañas publicitarias, posters, llaveros, muñecas y en cualquier otro objeto donde pudiese estamparse. Su virginidad y valores familiares parecían completar todo el paquete. Pero quizá lo más envidiable de la imagen que proyectaba no eran ni su escote, ni su abdomen plano, ni los clubes de fans que la seguían allá donde fuese: era que siempre se le veía feliz. Tan llena de vida y rebosante de energía.
Lo que de verdad queríamos tener de Britney era su sonrisa perenne.
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Han pasado 23 años de aquel video debut y la historia, como bien sabemos, no ha tenido un desenlace favorable para esta mujer de 39 años, madre de dos hijos, quien ha batallado un largo proceso legal para liberarse de la tutela de su padre, Jamie Spears. El mismo que tiene, desde 2008, total potestad sobre las decisiones de su hija en base a un acuerdo concebido durante un período de “comportamiento errático”, cuando Britney tenía tan solo 26 años, que derivó en una crisis de salud mental. Las presiones mediáticas, el abuso de sus familiares y el acoso de los paparazzis -entre otros factores- contribuyeron a que así sea.
El pasado 23 de junio de 2021 la intérprete dio su última declaración ante un juez californiano, a quien suplicó liberarse del control “ilegal” que ejercen sobre ella y que no le permite tener una existencia normal. “Quiero mi vida de nuevo”, pidió la cantante durante una llamada telefónica en un juzgado de Los Ángeles. Spears no había vuelto a intervenir antes “porque en la audiencia anterior no me sentí escuchada”, explicó sobre su silencio en los últimos años.
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En los 30 minutos que duró dicha llamada, Britney Spears relató -entre otras cosas- que estuvo obligada a trabajar contra su voluntad durante cuatro años en un espectáculo de Las Vegas; que su padre y un grupo de abogados sacan provecho de su fortuna (valorada en unos 50 millones de dólares); que no duerme; que ha llegado a estar tan medicada que se sentía drogada todo el día; y -probablemente lo más impactante de todo- que tiene un DIU (dispositivo intrauterino) en el cuerpo que no le permite quedar embarazada, contra su voluntad. “Mis tutores no me dejan ir al médico para que me lo saque”, sostuvo.
Britney Spears ya no sonríe, pero habla con voz firme. “Solo quiero tener mi propio dinero y ponerle fin a esto”, finalizó ayer. Lo que sigue para ella será demandar a su familia y compartir su historia con el mundo. En junio, sin embargo, una jueza negó la solicitud hecha por la cantante para destituir a su padre como tutor de todos sus bienes y decisiones. Dicha decisión fue tomada a partir de una solicitud hecha en noviembre por el abogado de la cantante, donde se pedía su padre se mantenga como co-tutor junto a Bessemer Trust, una consultora de inversión.
El día 12 de agosto por fin empezó a vislumbrarse una luz en el camino para la cantante: Jamie Spears señaló en una respuesta legal que pretende renunciar como tutor del patrimonio de su hija. “Sin embargo, incluso cuando el señor Spears es el blanco incesante de ataques injustificados, no cree que una batalla pública con su hija por su servicio continuo como su tutor sea lo mejor para ella”, sostiene el documento. “Entonces, aunque debe impugnar esta petición injustificada para su remoción, el Sr. Spears tiene la intención de trabajar con el Tribunal y el nuevo abogado de su hija para preparar una transición ordenada a un nuevo tutor”, añade.
El desenlace aún está por verse, pero el impacto de este proceso va mucho más allá de un proceso judicial: millones de mujeres se identifican hoy más que nunca con la cantante, y el Perú no es la excepción.
Britney: un movimiento colectivo
Paloma Casanave, cocinera
“Para quienes nacimos en la década del ochenta, Britney Spears es lo que representó Madonna para las generaciones anteriores. Desde la primera vez que la vi en un canal de cable me pareció alucinante: la música, la ropa; era súper carismática y enganchabas muy bien con ella. Me volví fan hasta el día de hoy. He seguido de cerca toda su carrera porque era muy poderoso ver a una mujer tan fuerte en pantalla, alguien que transmitía tanta seguridad. Tuve la oportunidad de verla cuando vino al Perú, y siempre seré su fan por lo que significa conocer su historia. Es un modelo a seguir para sentirte cómoda contigo misma”.
Joanna Boloña, conductora
“Me impacta mucho saber que tiene una historia durísima, que hay una verdad detrás del show que es súper triste. Es algo que no imaginábamos cuando éramos chicas y ahora de adultas nos damos cuenta de que nada fue fácil. Creo que Britney nos enseñó a liberarnos en una época donde había muchos tabúes, a ser reales con nosotros mismos, a ser reales con lo que queríamos. Pero también nos hizo ver el lado B de la fama, que no era tan bonito. Es muy irónico: ella nos ayudaba a nosotros de esa manera, mientras lo estaba pasando mal por dentro. Quizá a través de su música exteriorizaba eso que no tenía en casa. Por supuesto, todas queríamos ser como ella. La expectativa que generaba con la ropa que se ponía, con la música que cantaba, era tremenda. Vivíamos a través de su figura, y eso nos empoderó”.
Angie Schlegel, diseñadora
“Britney ha impactado muchísimo en las mujeres de mi generación. Primero con su imagen de escolar naif, inocente, que al mismo tiempo estaba muy sexualizada y que desató mucha polémica. Era como algo prohibido. De alguna manera para mí ver ese primer video, o cantar la canción, era una muestra de rebeldía y a la vez empoderamiento. Luego vimos todo lo que pasó con el éxito y la fama que alcanzó; su depresión y sus colapsos nerviosos. Creo que todo esto representa las exigencias que la sociedad tiene con las mujeres de estar siempre perfectas, entrar siempre en un patrón inalcanzable. Por otro lado, está su maternidad tan joven, cómo se esperaba que esté siempre en pleno control de todo con un éxito tan desmesurado. Fue por ese tiempo que se rapó la cabeza. Muchas veces no se habla de lo mucho que afecta la maternidad a las mujeres, no todas lo pasamos tan fácil. Las exigencias sobre cómo debemos ser madres y administrar nuestras profesiones te pueden hacer colapsar, tal y como le pasó a ella. Britney ha visibilizado todo esto, que era un problema oculto del cual no se hablaba. Y eso ha sido de gran ayuda para muchas de nosotras”.
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