ANGEL HUGO PILARES (@angelhugo) Redacción online

El suboficial PNP Percy Huamancaja sentía que palos, ladrillos y piedras lo habían alejado del buen recaudo de la yegua que montaba. El animal se retorcía con la pata trasera rota mientras que el hombre era molido a golpes. Él solo sentía cómo su cráneo retumbaba, la pierna se le fracturaba y la vista se le nublaba con sangre. ¡Hay que matarlo!, fueron las últimas palabras que oyó mientras la turba luchaba por arrebatarle la vida.

Eso ocurrió hace 160 días, el jueves 25 de octubre. En La Parada, el mismo terreno que, al menos hasta el día de hoy, es custodiado por agentes del orden. Las mismas calles donde una operación policial mal planificada se cruzó con una marabunta contratada por mercaderes que se resistían a mudarse. Quizás porque están acostumbrados al caos o, como dirían ellos, “porque la alcaldesa es mala”.

Todo empezó poco después de la hora del almuerzo. Cuando policías con el estómago vacío, y que acusaron no haber tenido la equipación debida, acompañaban a personal de la Municipalidad de Lima para colocar muros de contención. El plan es que así los camiones que alimentaban el mercado mayorista no podrían pasar y que eso facilitaría el traslado de los comerciantes a Santa Anita. Pero nadie anticipó cómo empezaría a arder esa zona de Lima.

La policía dice que los delincuentes tomaron el control de La Parada ese día y que desataron el terror en las calles adyacentes habían llegado de zonas aledañas por contrato. Y la historia reciente de Lima agrega que fue más que un ataque. No solo se trató de Percy Huamancaja –un suboficial con un sueldo de 500 soles– sino de otras decenas de policías heridos por gente que traía armas de fuego y bombas Molotov. Tampoco se trató solamente de esa yegua que tuvo que ser sacrificada por su pata rota y que provocó una reacción airada en las redes sociales que exigía pena de muerte a “esos malditos” sin pensar que en el otro bando hubo cuatro muertos.

La Parada fue un desborde que llegó hasta Gamarra, ese emporio comercial donde imperaron los saqueos. Y de un miedo que salpicó hasta los distritos más distantes, donde se pensaba que los delincuentes habían despertado todos juntos con ganas de sangre. Hubo negocios cerrados por el temor a los robos masivos y rumores de atracos en todo Lima. Como si de pronto la capital se hubiera convertido en tierra de nadie.

El caos de la operación policial de La Parada fue subsanado dos días después con una incursión planificada en la que un mar de policías tomó revancha en nombre del orden. Al menos hasta hoy, cuando una resolución judicial ha ordenado sacar a los policías del lugar, dejando espacio para que quien quiera vuelva. Como si de un saqueo a la seguridad se tratase.