LUIS SILVA NOLE El Comercio

Sus frágiles cuerpos ya no pueden más. Parece que se les va la vida con cada escalón. Para arriba o para abajo es lo mismo: movimientos breves, lentos, torpes, dramáticos. Apenas unos pasos y, de pronto, se dan cuenta de que el esfuerzo es inútil y desisten. Ni el bastón les sirve. Ven la tarea imposible.

Hasta les da miedo agarrarse de las paredes. Sienten que en cualquier momento pueden sufrir una caída mortal, que están atrapados en un entorno hostil, que viven en un lugar que nunca fue pensado para ellos. Entonces, las personas adultas mayores con problemas de motricidad que viven en las partes altas del cerro San Cristóbal, en el Rímac, solo atinan a mirar con nostalgia la inmensidad de Lima desde un balcón que sienten eterno.

Debido a la falta de accesos vehiculares, hace mucho que pisar la capital se convirtió para ellos en un hecho del pasado, en una burlona utopía. En la zona de Leticia, la parte poblada del primer cerro que se invadió en Lima, las caprichosas escaleras, rústicas y desniveladas, son los únicos accesos a las casas y a la vez un castigo para las seis, siete, ocho o nueve décadas de las muchas personas de tercera edad que sufren de artritis, artrosis y demás enfermedades degenerativas que afectan el sistema óseo y muscular.

Las dos únicas pistas llevan de subida y bajada a los turistas locales y extranjeros hacia la cruz de la cima, y apenas pasan por un par de vértices del sector poblado del cerro. En la mayor parte de este, las escaleras son la única vía para ir desde las faldas del cerro hasta las casas de las partes superiores. Incluso son el único camino entre estas.

“La vejez acá es bien triste. No bajar. Siempre estar metida en casa. Tengo problemas en la cadera. Con las justas subo y bajo las escaleras con el bastón, pero mi esposo, de 85 años, ya no baja. Solo lo hacemos por una emergencia de salud, si es que tenemos los 10 o 12 soles que por cargarnos a cada uno nos cobran varios jóvenes. Eso no es todo, la Municipalidad del Rímac no recoge la basura de la parte alta del cerro”, dice Julia Medina Yarasca, de 65 años, vecina de Leticia.

Ella y otras 30 personas de la tercera edad que residen en el San Cristóbal se reúnen todos los miércoles por la tarde en la cancha vecinal La Pampa, a mitad del cerro, para recibir charlas de salud y sesiones de gimnasia mental de parte del Centro de Apoyo Social para Personas Adultas Mayores (Caspam). Según Luis Descalzi, presidente de Caspam, la mitad de ellas tiene problemas de motricidad.

“Acá ni llegan mototaxis y los médicos de las postas nos cobran 40 soles por subir. Acá sufrimos”, denuncia Máximo Miranda Romero, de 80 años.