Siguiendo un camino tan increíble como el que ha tenido “Rápidos y furiosos” (Más de 6.6 mil millones de dólares recaudados mundialmente en 22 años), la saga John Wick se apresta a celebrar su primera década en la pantalla grande y lo hace con una cuarta entrega que ha tenido varios ingredientes para generar expectativa en todo el planeta. Tal vez el más emotivo tiene que ver con la intempestiva muerte de Lance Reddick, el actor que diera vida a Charon, el Conserje del Hotel Continental, en las tres entregas previas, y que perdió la vida de forma natural el último fin de semana a los 60 años.
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Sin el concepto de “amigos son la familia que uno escoge” tan instaurado en la mente de sus seguidores como sí pasa en la franquicia que lidera Vin Diesel, la historia protagonizada por el actor nacionalizado canadiense Keanu Reeves ha mostrado un nivel ascendente –en todo sentido-- entre su debut (2014), su secuela (2017) y Parabellum (2019), su tercera entrega.
Pero los montos de recaudación (6.6 mil millones de dólares versus US$574 millones) y el número de entregas (9 versus 3) no son las dos únicas diferencias entre ambas propuestas. Tal vez la más importante tiene que ver con un ámbito clave en lo que a pantalla grande se refiere: la dirección. Y es que, si la historia de los pilotos callejeros que buscan ganarse un dinero extra cumpliendo arriesgadas misiones en diversos países ha tenido cinco directores en nueve entregas, la del sicario que le hace frente a la Mesa Alta mantuvo siempre a Chad Stahelski como director (en la primera entrega compartió roles con David Leitch).
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El dato no es menor pues uno supondría que cinco mentes piensan mejor que una. Ahora, ¿por qué un universo dirigido por una sola persona ha logrado quedar en la memoria de millones a lo largo de casi una década? Pero, sobre todo, ¿tiene Chad Stahelski la capacidad de superarse, otra vez, y presentarnos una cuarta entrega que inobjetablemente superes a sus predecesoras?
Desde diversos ámbitos se ha coincidido en torno que la principal fortaleza de “John Wick” es presentarnos en cada nueva cinta una maratón bien ensayada de asesinatos. En la primera entrega, el personaje interpretado por Reeves quería vengarse de aquellos que mataron a Daisy, la cachorrita que su fallecida esposa le dejó para que sienta algo más llevadera su ausencia. A este detalle se le sumaban elementos como su hermoso automóvil (ansiado por el arrogante Iosef/Alfie Allen) y, por supuesto, una primera presentación de lugares como el Continental –hotel donde no se podían ejecutar negocios sangrientos--, capaces de albergar a personajes claves como Winston (el gerente interpretado por Ian McShane) y al conserje, interpretado por el fallecido Reddick.
Ya con un perro de reemplazo (un hermoso pitbull color gris), la segunda entrega de la saga de acción salta del interés por el auto al incendio de la casa de Wick por parte de Santino D’Antonio (Ricardo Scamarcio). Todo, salvo una cadena que le dejó Helen a su esposo John, ardió en segundos, recordándole así a nuestro protagonista que podía ostentar increíbles habilidades y poseer las más potentes armas, pero nunca lo más preciado: la libertad. En esa línea, Wick acepta la tarea que le encomienda Santino de matar a su hermana Gianna (Claudia Gerini). Claro que – y no es el único error que, por confiado, comete el espigado sicario con corbata—lejos de ayudarle, el terminar esta misión termina complicándolo.
A estas alturas somos capaces de mencionar otros personajes y elementos que sostienen la ficción que estamos comentando. Está, por ejemplo, Bowery King, una especie de amo y señor del crimen que regenta una red de pordioseros capaces de lograr los más oscuros propósitos con una facilidad escalofriante. Interpretado con solvencia por Laurence Fishburne, este amante de las aves resalta por su sangre fría, humor negro y capacidad para ayudar a quien quiera aún arriesgando su poder en las sombras. Porque sí, todos aquí están bajo el mandato de la Mesa Alta.
Pero un elemento flota por encima de cada movimiento de Wick, el gerente del Continental, Bowery King, etc. Y es que la llamada Mesa Alta funciona como una especie de logia del mal que reúne a los hombres más oscuros y poderosos del mundo. Nada está por encima de ellos. Todos les deben fidelidad (”¡Serviré!”) al punto de atreverse a cortarse un dedo o arrancarse la vista si así se los requieren. Entonces, si a esta especie de submundo que en realidad lo maneja todo le sumamos aspectos de fe, uso de dialectos de múltiples orígenes, reglas (no escritas) de estricto cumplimiento y la posibilidad de activar mensajes globales de recompensa por alguien que se atreva a desobedecer, el resultado será una historia capaz de sostenerse en el tiempo con algo más de facilidad.
Aunque todo parezca mucho en esta franquicia, hay un punto de quiebre y es “Parabellum”, la tercera entrega estrenada en 2019. A estas alturas el vínculo entre Wick y personajes como Bowery King, Winston o el propio Charon está completamente evidenciado. Tal vez por eso el giro consiste en presentarnos una cacería de brujas sin miramientos. Surge aquí el personaje de la “Adjudicadora” (Asia Kate Dillon), una espigada y atrevida empleada de la Alta Mesa que va uno a uno en búsqueda de aquellas personas que osaron ayudar al ‘Excomunicado’ John Wick. Así pues, reta cara a cara al gerente del Continental y le quita la administración del mismo. Da la orden para que apuñalen con siete cuchillazos al señor de las aves/señor del mal. Y lo hace con una frialdad que resulta sumamente convincente cuando, en el epílogo de la historia, Winston decide “acatar” sus órdenes y dispararle a Jonathan (porque es el único que se atreve a llamarlo así) en un desenlace que lo manda –literalmente— a las profundidades.
Esta tercera entrega deja, más allá de la ya mencionada sangrienta cacería de brujas, una serie de personajes secundarios más interesantes. Un doctor que llega a curar a John hasta el último minuto antes de que empiece la orden de búsqueda en su contra, una directora teatral que arriesga su vida por ayudar a nuestro protagonista, un chef que en sus ratos libres es asesino a sueldo y, por supuesto, la aguerrida Sophía (Halle Berry), una mujer que –apoyada por sus dos temibles perros—arriesga su vida para cumplir su compromiso de apoyar a John durante su sangrienta aventura en la bella Casablanca.
A lo largo de las tres películas de “John Wick” algo ha quedado claro: estamos ante un habilidoso sicario que, en medio de lo abrumado de su mundo personal, busca liberarse de la Mesa Alta para vivir su ansiada libertad y ser feliz con el recuerdo de su esposa Helen. En el camino, por supuesto, tendrá aciertos y errores, será buscado por ejércitos de todo tipo, a los que vencerá con lápices, pistolas, cuchillos y hasta machetes. Enfundado en un terno negro, camisa blanca y corbata oscura, a bordo de clásicos automóviles, veloces motocicletas o portentosos caballos, nuestro protagonista encabezará sangrientos enfrentamientos, desplazándose con la misma solvencia al interior de librerías y museos, o en medio de lujosos clubes nocturnos. Estamos, pues, ante una franquicia que bajo el mando de un solo director ha demostrado su potencial renovador, aliviando muchas veces a una industria en aparente crisis como es Hollywood.
Confiamos en que el llamado “Capítulo 4″ o “Baba Yaga” no defraude las expectativas.
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