Cuando compré mi primer departamento, creí que estaba haciendo todo bien. Con el entusiasmo de un novato de mirada horizontal, tomé la decisión que cambiaría –para bien o para mal– el destino de nuestro pequeño edificio: creé el grupo de WhatsApp de vecinos. Imaginé, entonces, un panorama con mensajes cordiales, acuerdos rápidos sobre el convivir diario y hasta algún intercambio de recetas. La convivencia digital, pensé, sería la novedad que nos diferenciase de otras torres y la matriz de nuestra comunidad. Pero lo que parecía una utopía vecinal se transformó, con el paso de los meses, en un foro caótico donde los saludos matutinos competían con quejas interminables sobre el ruido, debates filosóficos sobre por qué estacionamos mal un vehículo o la razón por la que celebramos Halloween y no el Día de la Canción Criolla. Y aunque también se hacían demandas razonables como cuando un familiar de un propietario entró a la piscina ebrio o cuando hurtaron las mangueras contra incendios del edificio; lejos de ello, las conversaciones eran largas y hasta rreiterativas.
Lo curioso es que aunque todos empezaron a quejarse del grupo, y no solo de este sino de otros que nacieron a partir del primero, nadie tenía el valor de abandonarlos. Salirse sería admitir la derrota ante ese pequeño monstruo que todos, en el fondo, necesitamos. No solo se trataría de esta pequeña comunidad digital de mi edificio, sino, en general, de todos los grupos de WhatsApp.
Nada particular
Hace unas semanas, un video viral mostró una parodia en la que se escucha a una maestra dar indicaciones en un grupo de WhatsApp sobre una actividad a propósito del Día del Árbol. Ante ello, una madre preguntó qué debía llevar su hijo para la actividad. La consulta, como un incendio en el campo seco, desató una tormenta de dudas que arrasó con la paciencia de todos. Preguntas redundantes, respuestas contradictorias, y una reacción anticonceptiva para quienes desean formar parte de este tipo de comunidades.
La escena era hilarante, pero incómodamente familiar. ¿Quién no ha estado atrapado en ese microinfierno digital? Todos pertenecemos a algún grupo: el de la familia, los amigos del colegio, los compañeros del trabajo, los vecinos. Todos creemos poder manejarlos, pero, finalmente, estos grupos siempre terminan manejándonos.
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Ya lo decía el periodista Héctor G. Barnés en un reportaje escrito para el medio El Confidencial, en donde compara los grupos de WhatsApp con el mismo reino de Hades.
“El grupo de padres del cole es como la muerte. A nadie le gusta demasiado, pero es inevitable".
Héctor G. Barnés, periodista español.
“El grupo de padres del cole es como la muerte. A nadie le gusta demasiado, pero es inevitable. Aunque la mayoría reconoce su utilidad, también admiten que puede ser una fuente de estrés, conflicto o agotamiento”, explica el periodista, donde destaca además algo intrínseco pocas veces observado por el mismo trajín del día a día, pues terminan por ser estos espacios un lugar donde personas desconocidas intenta coincidir en un punto en común a pesar de sus marcadas diferencias.
“Son grupos cerrados llenos de personas anónimas y desconocidas, pero obligada a entenderse, donde cada uno tiene motivaciones, objetivos y necesidades muy distintos”, resalta, sentenciando el valor puntual de pertenecer a ellos, aunque especialistas en la materia disciernen sobre estos espacios.
Una salud mental agobiada
Comprobar constantemente emails y mensajes de texto, en general, contribuye significativamente a nuestros niveles de estrés, según un estudio realizado por la Asociación Estadounidense de Psicología elaborado en 2017. Esta data, que se elaboró antes de que estallara la pandemia y que con ella se crearan más grupos en redes sociales para sobrevivir al confinamiento, muestran a penas un ápice del daño que pueden tener estas comunidades en nuestra salud mental.
Daniela Gensollen Vera Tudela, licenciada en psicología, explica que los grupos de WhatsApp son un terreno fértil para el caos emocional.
"El problema radica en qué tipo de grupos de WhatsApp estamos agregados".
Daniela Gensollen Vera Tudela, licenciada en psicología.
“Pertenecer a grupos de WhatsApp es algo muy normalizado debido a la necesidad de comunicarse, el problema radica en qué tipo de grupos de WhatsApp estamos agregados, pues hay mucha distorsión en la comunicación respecto a las diferencias, creencias y opiniones de cada miembro”, explica.
Gensollen asegura que muchos pacientes llegan a terapia con niveles de estrés alarmantes provocados por estas dinámicas.
“Si he atendido pacientes en donde el estrés que generan estos grupos de WhatsApp repercute en el ámbito social, emocional y psíquico pues muchos utilizan estos medios para desfogar sus emociones no controladas y generan un clima incómodo y hostil entre los miembros del grupo al que están agregados”, indica.
Puerta abierta para la niñez
Y es que, a decir verdad, incluso los niños deben estar preparados para sobrevivir a grupos de WhatsApp, bajo la siempre atenta mirada vigilante de sus padres. En consultas, hay varios casos de bullying amplificados por estos espacios digitales. Si en el mundo real las heridas se curan con el tiempo, en WhatsApp las cicatrices quedan perpetuas en forma de mensajes guardados.
“La mayoría de personas que pertenecen a grupos de WhatsApp son adultas. Sin embargo, hay una población de niños de 10 años en adelante que forman parte de grupos de WhatsApp y hay que tener especial cuidado con ellos pues lamentablemente en la sociedad en la que vivimos hay muchos casos de bullying, donde estos medios pueden facilitar que estos casos incrementen sino hay una supervisión por parte de los padres o tutores a cargo”, señala la especialista.
El desgaste no solo es emocional, sino también físico. Y es que la adicción al teléfono que fomentan estos grupos es real y puede generar dependencia psicológica, agotamiento y una desconexión total con la realidad.
"Los grupos de WhatsApp afectan la salud mental. Muchas personas usan estos grupos para llenar su tiempo. Se hacen adictos a los mensajes y a las expectativas que movilizan el grupo”.
Daniela Gensollen Vera Tudela, licenciada en psicología.
“Sin duda alguna, los grupos de WhatsApp afectan la salud mental, pues el exceso de exposición de ciertos miembros, la reiteración de contenidos y la falta de autorregulación pueden causar graves problemas de salud. Muchas personas usan estos grupos para llenar su tiempo. Originan en las personas una dependencia psicológica excesiva. Se hacen adictos a los mensajes y a las expectativas que movilizan el grupo” advierte.
La solución, afirma Gensollen, está en limitar nuestra participación. Pero, ¿cómo hacerlo en un mundo donde estos grupos parecen indispensables?
“Es importante mantener una comunicación constante con las personas, pero los grupos de WhatsApp no es el mejor medio para hacerlo".
Daniela Gensollen Vera Tudela, licenciada en psicología.
“Es importante mantener una comunicación constante con las personas, pero los grupos de WhatsApp no es el mejor medio para hacerlo, pues generalmente generan caos y distorsión en la información que se quiere transmitir. Hay que tener en cuenta que muchas veces uno puede leer e interpretar de una manera, pero quisieron expresar otra cosa y ahí empiezan los conflictos entre los miembros de un determinado grupo de WhatsApp. Hay que saber a qué grupos pertenecer y cuáles no deberían formar parte de nuestro vínculo cercano”, recomienda la psicóloga.
Para una adecuada salud mental evitar pertenecer a muchos grupos de WhatsApp, solo los que sean necesarios. Si tienen dificultades que desean expresar el mejor medio para hacerlo es por comunicación directa y si se han generado daños en la autoestima y sienten que el nivel de estrés ha aumentado, busquen ayuda profesional”, sugiere.
Suena fácil en teoría, pero en la práctica, desintoxicarse de WhatsApp podría ser tan difícil como dejar el azúcar o el café.
Seguridad sin filtro
La otra cara del problema es más oscura: la seguridad digital. Antoni Bosch, experto en ciberseguridad, advierte que cada grupo de WhatsApp es una puerta abierta a tu ciberseguridad.
“La amplia participación en grupos incrementa la exposición a posibles ataques de ingeniería social, en los cuales actores malintencionados pueden suplantar la identidad de otros miembros o manipular conversaciones para extraer información sensible”, señala el especialista.
Y no exagera. En grupos aparentemente inofensivos, como el de vecinos o el de la familia, se comparten direcciones, horarios de viaje y fotos privadas que pueden ser usadas con fines malintencionados. En el ecosistema digital, la confianza puede ser una trampa.
“En grupos donde participan desconocidos o conocidos distantes, existe el riesgo de que datos personales puedan ser recopilados para fines ilícitos".
Antoni Bosch, experto en ciberseguridad.
“En grupos donde participan desconocidos o conocidos distantes, existe el riesgo de que datos personales, como números de teléfono, horarios de trabajo o actividades diarias, puedan ser recopilados para fines ilícitos. Los cibercriminales, por ejemplo, pueden usar estos datos para campañas de phishing o incluso para realizar estafas telefónicas”, advierte.
Inseguridad en los entornos más seguros
Bosch también señaló que incluso en los entornos más seguros, como un grupo familiar, el riesgo de filtración siempre está presente. Basta que uno de los miembros pierda su dispositivo o caiga en una trampa de phishing para que toda la información compartida quede expuesta. En un mundo donde todo está interconectado, proteger nuestra privacidad se siente como intentar detener una avalancha con las manos.
“Incluso en un grupo familiar, la posibilidad de una filtración de datos siempre existe... Los cibercriminales suelen aprovecharse de la confianza en estos entornos para explotar información compartida".
Antoni Bosch, experto en ciberseguridad.
“Incluso en un grupo familiar con miembros de confianza, la posibilidad de una filtración de datos siempre existe. Esto puede suceder de forma involuntaria si uno de los miembros pierde su dispositivo, si el dispositivo es infectado con malware o si las conversaciones son interceptadas a través de alguna vulnerabilidad en la red”, señala.
“WhatsApp es susceptible a ataques de phishing o enlaces maliciosos que puedan infiltrarse incluso en un grupo aparentemente seguro. Los cibercriminales suelen aprovecharse de la confianza en estos entornos para explotar información compartida, como fotos de documentos familiares o detalles sobre planes futuros, que en otras manos podrían ser utilizados para fraude”, agrega.
A estas alturas, la pregunta que persiste es: ¿vale la pena? ¿De verdad necesitamos tantos grupos o en su defecto, debemos aprender a vivir con ellas? La respuesta, claro, depende de cuánto valoramos nuestra paz mental y nuestra seguridad. Vivir desconectado es casi imposible, pero tal vez podríamos aprender a ser más selectivos, a poner límites, a resistir la tentación de contestar cada mensaje con un “gracias” o un emoji de pulgar arriba, como lo planteaba el filósofo Gilles Deleuze a través de “el derecho a no decir nada”.
“Las fuerzas represivas no impiden que las personas se expresen, sino que las obligan a expresarse; qué alivio no tener nada que decir. Porque solo entonces existe la posibilidad de enmarcar algo raro, y aún más raro, que podría valer la pena decir”, decía, adelantado a su época, planteando una salida a la abruma de vivir en una sociedad en donde es imposible no tener mensajes que leer.
Al final del día, regresar al mundo real sigue siendo la mejor opción y la mejor manera de sobrevivir, al parecer. Y es que es en los cafés ruidosos, en las caminatas sin destino y en las conversaciones cara a cara donde la vida se siente auténtica. Los grupos de WhatsApp, con todo su ruido y confusión, son solo una ilusión de comunidad. Porque lo que importa –lo que siempre importará– es lo que podemos tocar, ver y sentir. Lo demás, como esos mensajes que nunca contestamos, puede esperar.