La nostalgia está repleta de sabores y olores característicos, que nos transportan a otros tiempos y nos permiten disfrutar los recuerdos. Uno de esos olores, probablemente para más de uno, es el del maní confitado. Antiguamente se hacía en enormes ollas de cobre y existían puestos ambulantes que ofrecían este bocado. Así, en una sola preparación se combinaban frutos secos y el toque dulce inconfundible. Una propuesta que retoma este gustito de antaño y lo trae a la actualidad es La Ardilla, una confitería en Pueblo Libre que visitamos recientemente.
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