Un desafío es, por definición, aquello que alguien le impone a otro con el fin de que este pueda superarlo utilizando su destreza o sus habilidades más sofisticadas. A partir de ello, aparecen un sinfín de atributos que se desprenden luego de impresionar, por ejemplo, al gran público. Uno que en estos tiempos que corren, se concentra en comunidades virtuales, followers emocionados esperando el siguiente video, admiradores que piden una foto o simples curiosos. Así, por ejemplo, se le acercan las personas a Waldir Maqque, un chico de 27 años que creció en Viacha, distrito de Pisac, en el Cusco, y que sólamente en su cuenta de TikTok tiene más de cuatro millones de seguidores.
Waldir, además, ha publicado un libro llamado “¡Qué riquito está! Mi vida y mi gastronomía andina” (Grijalbo) y, sin temor a la equivocación, debe ser el influencer/chef/creador de contenido gastronómico con mayor interacción de este país. Tanto como para que su video más visto -aquel en el que hace helado desde cero- tenga dieciocho millones de reproducciones. Sí, aquí sí podría aplicar el “más de medio Perú”.
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Normalmente el ascenso casi meteórico de una figura de las redes sociales, tiene más que ver con una presencia recurrente y desgastante con lo que propone, sin embargo, en el caso de Maqque, cuya timidez y pausa al hablar en persona tiene poco que ver con el entusiasmo y le efusividad con la que se le ve en sus videos, la situación se apoya en la solidez que le ha dado su familia. Los clichés sobran, pero aquí el rol de Cirila y Julián, sus padres, y de Noé, Josué, Flor de Kantu y Rosa María, sus cuatro hermanos, han servido para darle forma a la vida de Waldir, al proyecto que está llevando a cabo y a lo que le pasa por la cabeza cada vez que cocina una “sopa de piedras”, una pachamanca o una lasaña en el monte. “Mi familia siempre me ha enseñado a obtener y compartir mucho conocimiento. A través de mí, se va cumpliendo el sueño de mis padres, que es vivir de su cultura. Desde pequeño siempre me comentaban que la idea era que en algún momento pudiésemos vivir trabajando en nuestra casa, que vengan visitantes. Estoy muy agradecido con mis papás por haberme enseñado a hacerme responsable”, dice mientras sostiene su libro y mira las fotos de su propia vida que hay en él.
De pequeño, Waldir iba a la escuela caminando, como casi la mayoría de sus compañeros y como los hermanos que le suceden. Lo que para un citadino podría parecer una costumbre tortuosa, para Waldir era el día a día, pero, más importante, resultaba ser, además, una lección. “Mis hermanos y yo caminamos siempre al colegio y esa era una manera de parte de nuestros padres de formarnos para la vida: ellos nos enseñaron a ser responsables, a cocinar y a ver por nosotros mismos”, comenta Maqque, no sin antes recordar que su hermana menor, Rosa María, aún va a la escuela y lo hace igual que él hace una década: “Aunque la situación es mejor y podríamos comprar un carro, mi papá quiere que se forme igual que todos. Eso también forma el carácter”, menciona.
Al recordar un tiempo pasado que no siempre fue mejor, Waldir afirma lo que casi nadie se espera cuando habla con él: “A mí no me gustaba cocinar”. Un cocinero al que no le gustaba cocinar se parece a esa estirpe de hombres destacados que se convirtieron en referentes en su campo pero que no cultivaron su pasión inicial de manera casi poética, como Einstein con las matemáticas o Batistuta con el fútbol. Se les dio bien, sí, pero sirvió más como un vehículo para algo más grande. A Waldir, por ejemplo, le sirvió para independizarse cuando se fue de casa para buscarse la vida y trabajar como ayudante de cocina en la ciudad del Cusco.
“Mi abuela (Teresa) se entera de que sólo recogía tubérculos medianos y grandes, y que los chiquitos los botaba. Me dijo que cómo se me ocurría, que no lo hiciera: por más pequeño que sea el alimento, todo sirve. No los maltrates. Ese es el amor que hay que darle a tus productos. Ese fue el conocimiento que me dio mi abuela”.
Allí se dio cuenta de que la cocina es también un lazo, una manera no solo de mantener una tradición de forma intergeneracional, sino de contar la historia de su vida y de la de sus ancestros: “Estaba entre la ciudad y mi pueblo, y entonces mi abuela materna falleció. Tengo un recuerdo muy bonito de ella, con quien tuve una gran convivencia. Siempre iba a su casa. Me escapaba para comer lo que cocinaba y para pasar el tiempo. Pastaba ovejas, alpacas, llamas, la ayudaba a cocinar y escuchaba lo que me enseñaba sobre cómo respetar lo que te rodea y lo que haces. La alimentación, por ejemplo. Al recoger los tubérculos, ella me enseñaba que todos servían, por más pequeñitos que fuesen”.
Cuando su abuela falleció, dejó muchas cosas en casa: ollas, utensilios, un vacío. Sin embargo, Waldir dice que hoy, él tiene todo eso que su abuela Teresa guardaba en casa, que usa las ollas de barro como una referencia y un homenaje hacia ella, y que ha armado “como un museo” para honrarla. Esa es su manera de preservar su memoria y mantener vivas sus tradiciones.
Del Tik Tok, la admiración y la idea de perseguir tus sueños
La comida preferida de Waldir es la merienda, un plato a base de olluco que se empieza a cultivar en tierras suaves en quincena de mayo cuando comienzan las heladas. Waldir es un muchacho sencillo, pequeño de estatura, pero con un corazón enorme y con una sonrisa sostenida que se aleja de cualquier tipo de pose.
En el prólogo de “¡Qué riquito está!”, el chef Virgilio Martínez, dueño de “Central”, que ha sabido ostentar el título de mejor restaurante del mundo, dice sobre Waldir que es admirable cómo “siendo tan joven, Waldir haya identificado una oportunidad increíble: la de dejar un legado a más peruanos y compartir que la vida en las comunidades andinas es fantásticamente distinta, con cierta información no registrada por compartir”. “Como esas semillas de las que habla en el libro, de ingredientes que, incluso sin estar disponibles todo el año, forman parte de recetas con alma de Andes peruanos de Viacha”, agrega.
Para Waldir ese no es solo un espaldarazo, sino las palabras honestas y sinceras de alguien a quien admira como chef y como ser humano. Waldir, que es un hincha de Cienciano aunque muchos podrían pensar que, por el nombre, tiene alguna filiación emocional con Alianza Lima, comenta que su padre le puso así porque “simplemente le gustó. En esa época estaba de moda Waldir Sáenz, el delantero de Alianza. Yo le pregunté a mi papá sí fue por él y me dijo que no. Que un día lo escuchó entre sus amigos y se le quedó. Luego me lo puso a mí”.
Cuando empezó con las redes sociales, su padre, Julián, como todo padre, fue un poco reacio a la idea: “Yo grababa videos y sus amigos le decía ‘ey, he visto a tu hijo en las redes’. Papá no entendía mucho: ahora me ayuda y estamos todos metidos en esto”. “Hace años, desde siempre, mi padre ha querido trasladar su cultura y su comida al mundo, tanto así que mi entorno me enseñó eso. A mí ya no me toca quedármelo para mí, sino que tengo que compartirlo con el mundo. Sentí que era un derecho o algo que le debía a la gente también.”
Con ese pensamiento, Waldir empezó a utilizar las redes sociales como herramienta para llegar a más gente. Y vaya que lo ha logrado. Tan solo en TikTok cuenta con más de 4.3 millones de seguidores y en Instagram con 851 mil y subiendo. “Me di cuenta de que la gente se identifica y empatiza más con una cara o una figura que tenga personalidad, más allá de las recetas en sí. Que conozcan a través de la conexión es lo mejor que puede pasar: hay retos, muchas dosis de humor y siempre un ¡Qué riquito más!”
Sobre esta última frase, Waldir menciona que es y siempre fue algo común entre sus amigos y su comunidad, pero que hoy se dice con orgullo: “Antes había temor porque la discriminación es real. Siempre se ocultó por miedo a que te juzgaran o te discriminaran. Exponerle al mundo que aquí estamos y también hablamos así, es una manera de luchar contra la desigualdad. Por suerte tengo la oportunidad de llegar a mucha gente sin dejar de ser yo mismo y hacer que ahora hasta se ponga de moda”. Waldir reafirma que no huye de temas espinosos y complejos. Ha vivido en carne propia lo que es no sentirse incluido y es consciente y optimista de lo que, por ejemplo, la comida y las tradiciones pueden hacer por los pueblos.
Finalmente, este influencer/chef de sonrisa risueña, que se reúne los domingos con su familia, que cuenta con casas de experiencia donde uno puede ir a pasar fines de semana, que es el mayor de cuatro hermanos y que seguirá extrañando a su abuela, promete seguir cumpliendo los retos que sus seguidores le propongan, siendo el reto más grande no dejar de perseguir sus sueños.
"¡Qué riquito está!" (Grijalbo, 2024), el primer libro de Waldir Maqque, ya está disponible en las principales librerías del país. Su precio es de 69 soles.
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